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Menos apadrinar y más justicia

miércoles 07 de septiembre de 2016, 08:27h

En el lenguaje corriente utilizamos expresiones con cargas afectivas que tienen que ver con nuestra visión del mundo, aunque no mantengamos prácticas religiosas. Durante siglos, en Occidente como todavía en Oriente, no se podían separar religión y cultura aunque sea legítimo distinguirlas. La religión confería a la cultura su sentido último mientras la cultura prestaba a la religión su lenguaje. Todo lenguaje está culturalmente condicionado y toda cultura está informada por una visión última de la realidad.

Las gentes ya no saben lo que dicen cuando emplean palabras como “apadrinar” y las reducen al compromiso de pagar una determinada cantidad de dinero con fines benéficos. No pocas veces, este gesto alivia la tensión que producen las noticias de catástrofes naturales, víctimas de las guerras, del hambre, de carencias sanitarias o de educación perfectamente controlables de acuerdo con los Informes de las Agencias Internacionales más solventes PNUD, UNESCO, OMS, FAO, UNICEF.

Parece más fácil desprenderse de una cantidad de dinero que preguntarse por las causas de esas injusticias, de esos modelos de desarrollo o de esos sistemas socio-políticos que producen víctimas inocentes, pueblos oprimidos, regiones explotadas para que no más de un quinto de la humanidad mantenga un crecimiento económico que confunden con su bienestar. Olvidan que la solidaridad universal es un imperativo ético que sobrepasa cualquier fenómeno religioso surgido en el tiempo y producto de una realidad que no gusta o de la sublimación de miedos a lo desconocido que llegan a convertirse en mitos que terminan por creerse.

Al poder de las religiones sucedió el del Estado soberano y de las instituciones. Ahora son los grandes grupos económicos y financieros quienes dictan sus políticas a los Estados y, de rebote, a las asociaciones civiles que, con la mejor voluntad, pueden servir de cortafuegos a sus inhumanos proyectos de desarrollo.

Desde hace tres décadas asistimos a la proliferación de asociaciones humanitarias que apuestan por la justicia social más allá de las fronteras y de los intereses de esos grupos de presión que hoy deciden las políticas de los estados.

Junto a esta esperanzadora reacción social hay grupos confesionales, políticos y de intereses que se aprovechan de los sentimientos mediante “apadrinamientos” de niños jugando con el subconsciente religioso para obtener fondos de dudosa administración. Pueden causar gran daño, porque la esperanza no es de lo futuro sino de lo invisible y nadie tiene derecho a ocultar bajo nobles sentimientos intereses de gentes desalmadas que confunden valor con precio y desarrollo con crecimientos económicos descontrolados.


José Carlos Gª Fajardo

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