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Atrapados en las redes

jueves 09 de marzo de 2017, 08:11h

La joven pareja se acomodó en una mesa contigua a la mía. Ella dictó la comanda al camarero. Almorzaron tranquilamente, intercambiándose frases entrecortadas y breves. No paraban de teclear en las pantallitas de sus móviles. Pagaron la cuenta y se levantaron. Ensimismados en el trajín táctil que se traían entre manos, uno de ellos se llevó por delante el perchero situado muy cerca de la salida. El Congreso Mundial de telefonía móvil, robótica e inteligencia artificial, que acaba de clausurarse en Barcelona, se ha cerrado con una ovación formidable del público asistente. No me extraña: la venta de arcadias felices y armoniosas ha tenido siempre mucha demanda. En eso, precisamente, se especializan los vendedores más audaces de las compañías más innovadoras y punteras. Con una convicción admirable nos entregan recreaciones virtuales de los avances tecnológicos que cambiarán muy pronto nuestra existencia cotidiana. No habrá que esperar demasiado, el futuro inmediato se entrelaza y se confunde ya con un presente en retirada.

Pasado mañana todos viviremos en el Valle de Babia. Gracias a los inventos que nos prometen los tullidos andarán, los ciegos verán y los sordos oirán. Los nuevos creadores nos aplicarán artilugios biónicos conectados a sensores cerebrales. A cada impulso sostenido del sistema, las extremidades metálicas implantadas se moverán, la luz tridimensional iluminara nuestras pupilas y el sonido ambiente vibrará en nuestros tímpanos maltrechos. Las impresoras que se avecinan, alimentadas con células específicas del cuerpo humano, fabricarán fundas epidérmicas, tejidos corporales y vísceras vivas. Nuestros domicilios se convertirán en pequeños centros de salud. La maquinaria instalada en el centro estratégico de la vivienda controlará las constantes vitales de nuestro organismo, la composición exacta de los desechos orgánicos que eliminemos, las ingestas consumidas cada día, las calorías sobrantes, la calidad de los sueños y la actividad cerebral que seamos capaces de mantener en cada momento.

Todo quedará registrado: lo que comemos y bebemos, lo que defecamos y orinamos, el ejercicio físico que hacemos, la cantidad de calorías consumidas, nuestras costumbres higiénicas, las veces que hacemos el amor, el más pequeño de los disgustos, los cambios repentinos de carácter y los brotes de insatisfacción personal. Las alteraciones se reproducirán de inmediato en la terminal de nuestro médico de cabecera y activarán el vibrador de la pulserita que llevaremos en la muñeca.

En los hogares inteligentes todo aquello que precisemos estará programado. La computadora central enfriará o calentará la vivienda, regulará la iluminación en cada estancia, diseñará los menús y los cocinará al gusto del consumidor, se encargará de la colada y la limpieza general, regulará nuestras actividades y todo estará en orden y en su sitio. Tampoco tendremos que ocuparnos de la contabilidad familiar, el procesador controlará nuestras finanzas . Los drones nos traerán las mercancías encargadas por ordenador y los automóviles se moverán como autómatas por las rutas que precisemos transitar. Las redes nos mantendrán entretenidos con un catalogo infinito de ofertas audiovisuales, interconectados con el universo y comunicados con una humanidad globalizada. Terminaremos presos del mercantilismo digital.

Los hacedores del nuevo mundo sabrán quienes somos y como pensamos, cuales son nuestras debilidades e inclinaciones, donde queremos llegar y a qué precio, como nos pueden manipular y que tipo de productos, ideológicos o materiales nos pueden colocar. Seremos ectoplasmas sumergidos en el fluido de la nube digital. Partículas sensibles controladas, clasificadas y determinadas. Algunos buscan ya un lugar sin cobertura para refugiarse y salvarse del diluvio que se nos viene encima. Yo les digo: si quieren salvarse basta con habitar en el tercer mundo o mantenerse pobre y vulnerable.

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