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Platos rotos

martes 21 de noviembre de 2017, 08:18h

¿Quién va a pagar los platos rotos del festín organizado por los separatistas catalanes? ¿Quién reparará las averías provocadas en los tejidos más sensibles de su economía? ¿Quién abonará las facturas de los estropicios colaterales originados en toda España? Mucho me temo que el pagano se llama papá Estado. Sí señores, sufragará los gastos ese estado violento y represor, autoritario y antidemocrático, de profundas raíces franquistas, que ellos imaginan. Sí señores, ese estado enemigo de los catalanes, será el encargado de reparar los profundos desgarros ocasionados por los independentistas. A la vista de los antecedentes falsarios que caracterizan a la tropa de Puigdemont y asimilados varios, no me extrañaría que culparan a España de todo lo acontecido. Será otra de sus mentiras y la minuta salvadora saldrá del bolsillo de todos los españoles.

Aunque sus embustes pretendan camuflar la realidad, ahí están las consecuencias de sus hechos. Los inversores, nacionales e internacionales, miran con recelo y temor la inestabilidad social y política que infecta Cataluña. Buscan, dentro y fuera de España, otros mercados más sólidos y estables. El abortado intento de rebelión ha dinamitado los niveles de consumo popular, las contabilidades domésticas de muchos catalanes y las magnitudes macroeconómicas de la región. El paro ha crecido por encima de la media nacional y muchos miles de trabajadores locales están a punto de quedarse en la calle. A pesar de la fortaleza de su sector turístico, un porcentaje de viajeros que rebasa ya el veinte por ciento, asustados por los tumultos que han visto en los medios de comunicación, eligen otros destinos más tranquilos y acogedores.

Las empresas que se fueron, acomodadas ya en sus nuevos espacios sociales y fiscales, tardarán en regresar. Es más que posible que muchas de ellas se queden donde están ahora, a salvo de la inseguridad jurídica y de los procesos revolucionarios improvisados por los políticos que mandaban en Cataluña. Algo parecido sucedió cuando Quebec se quiso independizar de Canadá. Todavía no se han recuperado de aquella irresponsabilidad histórica. Buena prueba de ello es la situación actual de Montreal, capital de Quebec, por entonces la metrópolis más activa y pujante de Canadá, que ha quedado convertida en una ciudad mortecina y desalentada. ¿Es eso lo que quiere la Alcaldesa de Barcelona? ¿Sacrificará en el altar de Esquerra Republicana el futuro de la Ciudad Condal? Por el momento lo ha hecho: Barcelona no será sede de la Oficina Europea del Medicamento. La inversión en puestos de trabajo y el prestigio para la ciudad pasan a mejor vida.

Los mentirosos compulsivos, embaucadores de sentimientos y conciencias, que intoxicaron primero y engañaron después a millones de catalanes, vuelven a presentarse en sociedad como si nada hubiera pasado. Ahí siguen, enlazados en su peculiar cuerda de presos o instalados en Bruselas y sometidos a la ejecución de una orden internacional de extradición. El espectáculo se complementa con la aparición en sus listas de los personajes más radicales de cada casa. Se equivocan los que esperan el relevo de los sediciosos por políticos más moderados y realistas. Esperemos que esta vez, de repetirse la fechoría, se conteste con rapidez y contundencia. De lo contrario, acabarían con la vajilla que se ha salvado del destrozo y no habría manos suficientes para recoger más platos rotos.

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