Un traje para Puigdemont

Uno hay que darle más vueltas al lenguaje jurídico para disfrazar lo injustificable. La Ley de Amnistía que promueve con tanta diligencia Pedro Sánchez no es tal ley sino un traje a la medida de un fuguista de la justicia. No es un ejercicio del derecho de gracia de un poder soberano sino el fruto de un chantaje con un precio de siete votos.

El condenado se autoamnistía porque quiere y porque puede. Y puede porque conoce la endeblez del chantajeado. Un presidente que se esconde tras la cara de Santos Cerdán porque teme la verborrea de los ministros de su Gobierno. Un presidente que también quiere sentirse amnistiado antes de entrevistarse con el fugitivo hasta saberlo liberado de los tribunales nacionales e internacionales.

Por los túneles del Congreso, en los hoteles de Bruselas, en los turbios rincones de Suiza, bajo mediadores salvadoreños, allí donde se puede jugar al escondite con las togas, allí se diseñan las piezas del traje a la medida para Puigdemont, para quien las cosen sin reposo las costureras y costureros del grupo parlamentario socialista. Una labor para la historia.

Las tinieblas de la cobardía envuelven a los que cosen el traje. Las contradicciones se desdibujan con la negrura de los pactos ocultos. El progresismo aparca para tiempos mejores la bandera de la igualdad ante la ley. El mundo contempla perplejo el espectáculo de un Gobierno que trabaja cara al futuro para rebajar la potestad jurisdiccional de los tribunales de su propia nación empezando por una vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, informada por consultores anónimos de la correcta medida constitucional del traje de Puigdemont. “Acertó completamente” remacha otra vicepresidenta, Yolanda Díaz. Mientras siguen cosiendo el traje, en Girona, la tierra de Puigdemont, se van quedando sin agua para ducharse. Mejor que siga en Waterloo por razones higiénicas.