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Pensar el futuro

martes 14 de abril de 2020, 09:38h

El de la Naturaleza, el de la Humanidad.

No sabemos lo que vendrá mañana, como no supimos que el futuro era esto, nadie imaginó ver las ciudades del mundo vacías.

Ahora que entendemos lo frágil que es estar vivos, en esta vivencia de naufragio colectivo, pensemos.

Nuestras certezas y aun creencias han sido radicalmente zarandeadas, reevaluemos.

Todo será un legado, es la Humanidad, la razón de ser de los Derechos Humanos. Protejamos el futuro de tan singular especie. Y es que el planeta Tierra es ya de hecho una unidad en lo científico, lo económico, lo legal, lo geopolítico. Sí es esta tierna, soberbia y vulnerable especie la que sabe cooperar en favor de los “otros”, aun no siendo de los “nuestros”.

La historia del futuro está por escribirse, y desde luego son muchas las opciones, dado que somos seres eminentemente sociales, es mucho lo que ha de aportar la psicología de la población.

Desde la responsabilidad sumativa individual, valoremos la respuesta que ha de ser colectiva, y algo nos enseña la Historia.

Tenemos ante nosotros un desafío, redescubrimos el tiempo y el espacio, redefinimos el concepto de la vida, revalorizamos la importancia de los vínculos, del sentido de pertenencia, de reciprocidad.

Hemos vivido con una ingenua ilusión de control, estamos descubriendo la proximidad social desde las nuevas tecnologías y apreciando que el tiempo sin un objetivo específico que generalmente lo llenan las denominadas actividades productivas pierde en gran medida su valor.

Tenemos tiempo para dormir y descansar, para leer, escribir, para imaginar un orden que nos transmita seguridad. Tiempo para el contacto con nuestros afectos, para entablar relaciones humanas en la distancia. Sí, tiempo para muchos aprendizajes sociales.

En esta vida en suspenso, apreciamos que vale más lo que es de todos, y si pensamos en nuestra psicohistoria, apreciaremos que han sido las religiones universales, los imperios, y el dinero los que han conformado el mundo que conocemos, constructos psicológicos que nos han conducido a sistemas universales como el tan manido dinero que basado en lo esencial, es decir la confianza, no conoce de fronteras, nacionalismos, orientaciones e identidades sexuales, edades, culturas, ni religiones.

La confianza mutua, también en el futuro, es desde ahí que la economía y entidades bancarias pueden proyectarse y progresar.

Es claro que no podemos controlarlo todo, aunque hagamos todo por controlarlo, asumamos el vivir con incertidumbre, soportándola sin caer en la perenne ansiedad. Habremos de trabajar la aceptación.

El miedo es muy peligroso, un mal compañero. Peligroso para uno mismo y para los demás, recordemos que somos civilizados, pero animales y la continuada información de dolor y sufrimiento genera pánico existencial, y es ahí desde la obediencia debida, donde el individuo, la colectividad, obedecemos de un día para otro, donde somos capaces de anteponer la seguridad a la libertad.

Preguntémonos y no de forma retórica, en nombre de la seguridad: ¿podríamos poner en riesgo los valores de la democracia? Y aun más: ¿podría una parte importante de la población acostumbrarse/adaptarse al confinamiento como opción?

Esta etapa es de muerte tangible, muy proclive a las argumentadas hipótesis de conspiracionismo. Hemos atisbado en nuestro ser, en nuestro cerebro, el apocalipsis, aunque sea suave, pues los edificios, las estructuras se mantienen.

Recordemos, que como especie, no tenemos gran memoria. Al menos observemos lo que nos dice la Naturaleza cuando por obligación nos estamos quietos, apreciemos nuestra generalizada indiferencia hacia el planeta.

Precisamos activar la resiliencia social, ante una pérdida colectiva, un sufrimiento atroz al sentir que se está perdiendo una generación.

No tenemos el control, sentimos que la normalidad ha quebrado, pero no hemos de perder la esperanza.

¿Y cómo será el día después?, anticipemos el pulso de la tragedia, la devastación del mercado laboral, un posible darwinismo social.

Hemos de elegir la actitud, optar por ser la mejor persona que podamos ser. Es tiempo para tomar decisiones entre la vigilancia totalitaria, y el empoderamiento ciudadano; entre el aislamiento nacionalista, versus la solidaridad global.

Ante esta situación de irrealidad, ante un peligro que no se ve, nos cabe reinventarnos como sociedad, desde la capacidad para cultivar la inteligencia crítica, planteándonos cuestionamientos desde una mente que en alguna medida es libre.

Este es un test de resiliencia del mundo, donde se instalan el desasosiego y la incertidumbre.

En esta atmósfera en la que pareciera se hubiera parado el tiempo, quizás intuimos el misterio de la vida, ahora que habitamos los espacios interiores, que percibimos que el enfermo global es el mundo, nos preguntamos si aprenderemos las enseñanzas de tan penetrante crisis.

Constatamos que las fronteras, y las decisiones de los Estados, en gran medida han caducado, que los problemas, los retos universales, cual pandemias desbordan la capacidad y la legitimidad de los Estados – Nación.

Esperamos salir de este coma industrial, y salir del aislamiento, que dará paso al duelo, a la difícil desactivación de los estados de ansiedad, el riesgo de adicciones aumenta, las pérdidas de control, también. La incontrolabilidad y la indefensión deviene en sintomatología, que puede aparecer una vez terminada la cuarentena.

Desde la comunicación de crisis se ha emitido y continuadamente mensajes de desolación, quedarán asunciones de culpa, o atribuciones de culpa, pues para la inmensa mayoría, defender el derecho a la vida de los más mayores, es éticamente esencial, irrenunciable.

Son muchas las disonancias cognitivas que afloran desde un crujido inaudible.

Bien está aceptar la realidad, tal y como es, pero ha de evitarse que las agobiantes preocupaciones se cronifiquen, que el miedo y la angustia se normalicen.

Habremos de estar atentos a las conductas de evitación y compulsión. También habrá de prestarse ventilación emocional, a los mayores, pues existe el riesgo de suicidio o de no desear vivir desde la desesperanza o el sentimiento de desconexión. Y qué decir de los dolientes que han perdido a algún ser querido y que han de posponer el velatorio, el funeral, los necesarios ritos de despedida.

Ante hechos traumáticos como el 11-M, clínicamente hemos apreciado el estrés postraumático que ha afectado a muchas personas. Piénsese en la generalización ahora del sufrimiento, además no tenemos un culpable, el virus no tiene conciencia, no dispone de ética, no nos sirve de chivo expiatorio.

Partimos de un tiempo anestesiado, envueltos de una sensación onírica, y una ensoñación, gustaríamos de una serenidad compartida, pero es un espejismo, pues no son pocas las personas que ya se preguntan: ¿cómo sobreviviré?

La disyuntiva será entre individualismo y colectivismo, y nos cabe recordar que la polis en la Grecia Clásica tiene un fin, el bien común.

Estamos afrontando anticipadamente una cuestión existencial: la muerte. Y otra que nos dignifica, la búsqueda de la mejora de nuestra especie humana, de la belleza, la cultura, la justicia, la libertad, la solidaridad.

En esta sociedad de hipermovilidad, e interdependencia, la enfermedad es global, y sotto voce, hay quien plantea si para la gestión eficaz de calamidades globales como las pandemias es más eficaz la democracia o las dictaduras.

Vivimos una situación no experimentada, veamos qué tipo de conocimiento nace de la misma. Ya antes de esta crisis general percibíamos que la amenaza medioambiental es real, y es que el ser humano maltrata a la naturaleza, pareciera esta pandemia la respuesta airada del ecosistema de la Tierra, ante tanta insolencia e ingratitud.

Veremos si en el futuro, ponemos en práctica, lo que ya sabíamos en el pasado. – que la vida debe llenarse de sentido y concebir, apreciar, que es lo que merece la pena.

Quizás la Historia no nos sirva para predecir el futuro, pero sí para imaginar nuevos pero mejores destinos alternativos, donde la economía no precise de un crecimiento continuo e indefinido que nos abisma de forma temeraria a una orgía de consumo que está alterando quizás de forma irreversible el equilibrio ecológico de nuestro planeta.

La psicología ha demostrado que nos rigen las emociones, nuestra lógica no es de algoritmos, es social. Lógica o ilógica, pues ante esta última pandemia hemos visto una respuesta fragmentada, nacional de cierre de fronteras, y en nuestro caso como en otros, regional.

El coronavirus ha escaneado nuestra sociedad, mostrándonos que vivimos en un mundo globalizado, pero que nuestro pensamiento no lo es.

Nos ha sorprendido también la lentitud en la primera reacción, pero esta se ha debido a la incredulidad, asentados como estamos en la invulnerabilidad.

Ahora confiamos en aprender de la gestión de lo que está sucediendo y posiblemente así será. Para entender el futuro habremos de descifrar genomas y confiar en algoritmos, pero téngase presente que en algo el ser humano es imprevisible desde la imaginación, la contradicción, el anhelo.

Hoy la fe se deposita en la Humanidad que busca dotar de sentido a un mundo sin sentido, gaseoso y dificilísimo de gobernar.

La psicología de las cuarentenas nos anticipa las cicatrices emocionales, el estrés postraumático.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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