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La luz que nos alumbra (o no)

jueves 03 de junio de 2021, 08:09h

En este mundillo del poder político, la opinión pública y la opinión publicada hay, al menos, tres tipos de perfiles. Por un lado, el de quien todo lo sabe, o eso pretende hacer creer. Por otro, el de quien no tiene ni repajolera idea, pero se ve obligado a opinar al respecto por una u otra causa y, tarde o temprano acaba por vérsele el plumero. Y, en fin, un tercero, el de quienes no nos duelen prendas en confesar abiertamente que no somos expertos en la materia pero que nos atrevemos a fijar un juicio crítico basándonos, al menos, en el sentido común que nos queda, aunque ya va escaseando dado el régimen casi estajanovista al que lo venimos sometiendo en los últimos tiempos habida cuenta de que el patio ibérico está como está.

Sí, porque con la que está cayendo (catástrofe económica por el COVID, obligada pero inquietante inactividad de Congreso y Senado, intento de control del Poder Judicial, Marruecos, indultos a los padres del Procés, confusa y preocupante política sanitaria -AstraZéneca sí o AstraZéneca no-, juicios diversos por corrupción, lento control de la pandemia, violencia de género, etc.), vienen ahora el gobierno y los medios de comunicación, primero, a recordarnos que la factura de la luz vuelve a subir y, luego, a aportarnos un abanico de remedios para intentar evitar que esa subida, casi dé con nosotros en la quiebra total. ¿Nos hemos vuelto definitivamente locos o es que aquí todo el mundo ha picado en el anzuelo de lo diario, de lo cotidiano, de la anécdota en lugar de la categoría?

La factura de la luz se ha convertido en ese vaivén del péndulo que alguien pone delante de nosotros para hipnotizarnos, es decir, para intentar hacernos olvidar que ese objeto solo es un medio para conseguir un fin más profundo, dormirnos en contra de nuestra voluntad. Intentar, por tanto, descubrir si al final del péndulo hay un prisma, una esfera o un cubo es, sencilla y llanamente, secundario.

No queremos con esto quitar importancia a un servicio absolutamente necesario que, en muy pocos meses, ha subido más de un 44% y menos aún a dejar de señalar al gobierno como principal responsable, junto a las empresas eléctricas, de tamaño desaguisado. Ahora es a él, y especialmente a los ministerios implicados más directamente en el tema, a quienes corresponde aplicar las políticas concretas que eviten semejante sablazo a la economía doméstica. Pero, por lo visto, era mucho más fácil denunciar cuando se estaba en la oposición que la luz había subido un 4%, que justificar ahora, al frente del gobierno de la nación, esa delirante e impopular subida.

Poder de decisión

Pero, una vez dicho esto, vamos a dejarnos de zarandajas y a pedirles que no intenten ordenar más aún nuestras insulsas y aburridas vidas con temas tan “apasionantes” como levantarse a las 4 de la mañana a planchar, a poner el lavavajillas o la colada o a cocinar, labores todas absolutamente necesarias en cualquier núcleo familiar con ánimo -o sin él-, de reducir la brecha de género… Y digo esto porque nuestros políticos no desaprovechan nunca la ocasión de despejar balones con el ánimo de sacudirse el polvo. Sin ir más lejos, la salida de la vicepresidenta 1ª Carmen Calvo, que ha intentado desviar la atención del asunto esencial diciendo que lo importante no es a qué hora se pone la lavadora, sino quién la pone y quién plancha.

Con todos los respetos para la señora Calvo, es mucho más importante –y esa sí que es una responsabilidad exclusiva del gobierno del que forma parte-, fijar el tipo impositivo del IVA a la factura de la luz. Por si no ha tenido tiempo de echar un vistazo a nuestros vecinos -¡para qué ir más lejos!-, mire si no señora vicepresidenta, lo que pasa por aquí cerca con el IVA de la electricidad: Reino Unido 5%, Francia 5,5%, Grecia 6%, Italia 10%, o Portugal 13% (sí, el gobierno socialista portugués redujo el impuesto del 23 al 13%, señora Calvo), mientras que España aplica un 21%. Es, pues, evidente que el gobierno Sánchez puede reducir el tipo de IVA a aplicar en el consumo eléctrico, pero no quiere. O lo mismo no puede, dada la situación catastrófica de nuestras arcas públicas que ya soportan una deuda asfixiante, por encima del PIB (120 %), la más alta de los últimos 70 años. Pero, por favor, no hagan también una cuestión de género esto de la subida de las tarifas eléctricas.

Volviendo a lo anterior, voy a contribuir modestamente a poner las cosas en su sitio, aunque esto no signifique que lance con ello ningún cabo a un gobierno que se basta a sí mismo para ahogarse un poquito más cada día -acuerdo tras acuerdo, decisión tras decisión-, cuando se le pone frente a sus opiniones de hace solo uno o dos años, incluso de meses inmediatamente anteriores. No desdeñen, pues, que muy pronto tenga esa especie de orwelliano Ministerio de la Verdad en su mesa la tentación de prohibir hemerotecas, fonotecas y videotecas públicas o privadas para no profundizar aún más en las contradicciones internas, colectivas o personales, de la mayor parte de los miembros del Consejo de Ministros.

Y digo que puede ahorrarse en la factura de la luz sin necesidad de tirar balones fuera. Bueno, directamente en la factura no porque ese 44 % no se lo salta un galgo, pero sí modificando actitudes y costumbres cotidianas con las cuales puede compensarse - ¡y mucho! -, y hasta superarse el importe de la subida de la factura eléctrica. Por ejemplo, dejando de fumar, o reduciendo el consumo de tabaco a la mitad (una media de 150€ mensuales por barba en el primer caso, 75€ en el segundo). O acabando con esa funesta manía de coger el coche para ir a tomar una caña, solo o en compañía a un bar que no dista más de doscientos o trescientos metros de casa. ¡Ah!, y si alguien cree que exagero un poco, lo invito a venir a mi pueblo a pararse a observar las costumbres falsamente sibaritas de mis paisanos.

Mire, amigo, si todo esto de desviar la mirada sobre lo esencial forma parte de eso que se ha dado en llamar nueva normalidad, yo también me bajo en la próxima. ¿Y usted?

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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