La soledad del rey

Semana luminosa para unos, trágica para otros. Pedro Sánchez ha pisado el acelerador contra todo pronóstico –su máxima especialidad, sorprender, confundir y dejar helada a la concurrencia-, para, de un plumazo y sin despeinarse, eliminar del Código Penal el delito de sedición, el de malversación y, de paso y como quien no quiere la cosa, cambiar también las mayorías marcadas hasta ahora por la Constitución Española para nombrar a los magistrados del Tribunal Constitucional.

Eran las medidas clave para alterar de modo sustancial la arquitectura de nuestro estado de derecho. El haber recurrido para ello a un procedimiento de urgencia, como si no hubiera un mañana, y con nocturnidad y alevosía, y hasta evitando cualquier tipo de controversia fundada y fundamentada por parte de la oposición, es ya incluso secundario. En medio quedan recursos, alegaciones y acusaciones mutuas de golpismo. El mal ya está hecho y será difícil repararlo.

Parece que ahora se toman en serio aquellos avisos de quienes advertían hace tiempo que esto se parece cada vez más al proceso vivido en Venezuela con Hugo Chávez al transformar una democracia liberal en un régimen personalista o autócrata. Quienes tenemos amigos venezolanos y hemos sido advertidos con la misma contundencia que delicadeza de ello, más que echarnos a llorar por la pérdida a la que estamos asistiendo, estamos obligados a poner negro sobre blanco los siguientes pasos de Moncloa para ver si las fuerzas sociales y políticas constitucionalistas son capaces de evitarlos a tiempo.

Allí sobrevinieron después los cierres de medios de comunicación críticos con el nuevo régimen, el silencio de los periodistas que aún se atrevían a denunciar las contradicciones entre lo que se negaba o se proclamaba cínicamente y los hechos que, como un martillo, iban cayendo uno tras otro.

Al final, ya se sabe, periodo constituyente, nuevo régimen y 30 años de oprobio, abusos y exilio para los millones de venezolanos que no comulgan con ruedas de molino chavistas. Gentes del pueblo, como usted o como cualquiera, con profesiones liberales, o asalariados, que jamás habrían pensado que la cosa iba a llegar a afectarles también a ellos.

Los más optimistas creen aún que queda una penúltima oportunidad con la posible intervención del Tribunal Constitucional decantándose, a petición de la oposición, sobre la inconstitucionalidad de ese cambio de leyes que afectan a la línea de flotación del estado de derecho. Lo veremos la semana que viene, por supuesto, con la segura inclusión votos particulares de miembros del Alto Tribunal. La unanimidad en lo legal es hoy también una quimera, en un momento de tanta polarización política y jurídica provocada por la modificación de varias leyes orgánicas, de una tacada y sin debate.

Mensaje a la nación

Y, entretanto, estamos ya a las puertas de Nochebuena y Navidad y, en consecuencia, Felipe VI no va a tener más remedio que pronunciarse sobre la situación creada desde Moncloa. Y con plena conciencia de que, posiblemente, y con la amnistía de los presos catalanes, el olvido de sus delitos de sedición y de malversación, los próximos pasos a seguir serán la amnistía plena, el referéndum y –¡cómo no! -, el cuestionamiento de la misma Corona. Será, sin duda, el discurso más crítico y comprometido, y clave para el futuro de la institución y de España. El más delicado y difícil de todo su reinado.

Difícil lo tienen también los asesores de Su Majestad para proponerle las líneas maestras de su discurso. Pero, al final, como siempre en todos estos decisivos momentos históricos, es la persona del Rey quien tiene que definir con inteligencia y delicadeza qué es lo mejor para todos y expresarlo con firmeza y claridad sin renunciar nunca al papel moderador que otorga la Constitución vigente a la figura del Rey. ¡Suerte, Majestad! La va a necesitar.