Hace solo unos días Pedro Sánchez abandonó momentáneamente la cala a dónde se asoma curioso el palacio real de La Mareta (¡pelillos a la mar océana!), para hacer una visita de doctor a La Palma -la décima desde que rugió el volcán- y, de paso, dar una nueva lección a los impacientes periodistas que le aguardaban, micrófono en mano, para escuchar sus arrogantes declaraciones. Esta vez sí, las hubo y las plumillas tuvieron que escuchar a un Sánchez campanudo y retador eso de que «No entra en mis planes hacer ninguna crisis de Gobierno». Si lo hubiera dejado ahí, vale. Pero no, el presidente no se resistió a completar la declaración sin añadir una coletilla didáctica y aleccionadora acusando a los medios que están informando de esa posibilidad de «intoxicar» con el espúreo fin de dar la sensación de inestabilidad en el seno del gobierno.
Déjenos el señor presidente recordarle -sin ánimo de molestar, por supuesto-, que el primer día de julio de 2021 negó también, aunque de forma menos vehemente, cualquier posibilidad de cambio en su ejecutivo y, sin embargo, diez días después era él quién se desmentía a sí mismo anunciando una fuerte remodelación en el gobierno.
Ateniéndonos a la cercana historia -tiemblo porque no sé si esto entra o no de lleno en la Ley de Memoria Democrática-, puede afirmarse que Sánchez mintió una vez más. ¿Vuelve a hacerlo ahora? Admito apuestas, pero estoy seguro de que sí, de que mucho antes de que la legislatura concluya, probablemente ya antes de las navidades 2022, veremos un nuevo ejecutivo y si aún no lo ha hecho es sencillamente porque la parte morada del mismo hay que estudiarla con mucho más mimo y cariño porque, si no, la cabeza del presidente corre el peligro cierto de oler a pólvora.
A nueve meses vistas, las elecciones municipales y autonómicas, y con los manifiestamente mejorables antecedentes que arrastra el partido del gobierno en las últimas llevadas a cabo (Andalucía, Castilla-León, Madrid y Galicia), no parece que aquella remodelación haya logrado la reactivación de los votantes socialistas sino todo lo contrario. Y eso que en nuevo gobierno incluía a mujeres militantes de segunda fila que, precisamente, tenían en común lo de venir del ámbito municipal. Un año después, aseguraría que es mayoría el número de ciudadanos que no solo desconocen sus nombres, sino tampoco-y menos aún-, sus áreas de gobierno. Así las cosas y tras el fracaso cosechado, no parece muy razonable abordar las nuevas citas electorales con el mismo equipo perdedor.
Los cambios ya llegaron –manu militari, eso sí-, al máximo órgano del partido tras la forzada dimisión de la asturiana Adriana Lastra como número dos del partido. Sánchez la ha sustituido por María Jesús Montero, también ministra de Hacienda, y ha rescatado al histórico -y en otro tiempo adversario aspirante a la secretaría general del PSOE-, Patxi López, que ha asumido la portavocía en el Congreso. Ambos forman parte de ese núcleo duro del partido y del gobierno, el “sanedrín”, compuesto por ocho pesos pesados que, en la práctica, sustituirá a los máximos órganos de gobierno del partido y, paralelamente, será también el gobierno del gobierno, con permiso de la parte morada del mismo y si Yolanda Díaz no lo impide.
La vieja manía de acusar al otro de los mismos pecados que uno tiene (“¡y tú más…!”), ya no cuela aquí. A fuer de caer siempre en las mismas prácticas y en los mismos tics,
Sánchez ya no convence a nadie. Peor aún, nadie cree ya lo que afirma, se ponga lo serio que se ponga. Y es que ha llevado tantas veces el cántaro a la fuente para "Dar un exceso de información manipulada con el fin de crear un estado de opinión propicio a ciertos fines"o sea, a intoxicar, que al ciudadano declaraciones como esa, le entran por un oído y le salen por el otro. Si dice, que
diza, que diría un castizo.
Si (
No(
