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Ora pro nobis, Celaá

viernes 17 de diciembre de 2021, 08:21h

La del Vaticano es, sin duda, una de las embajadas más importantes a las que periódicamente se enfrentan los gobiernos de cada país para cubrirla adecuadamente. Para el nuestro, la del Vaticano lo es especialmente porque es la más antigua de España. Las representaciones diplomáticas de los otros países a las que me refiero son, y el orden de los factores no altera el producto, las de Estados Unidos, China, Alemania, Francia, Reino Unido y la ONU. Aun sin ser diplomático de carrera, seguro que a Isabel Celaá (Bilbao, 1949), no le falta formación ni sensibilidad para poder ocupar la embajada de España ante el Vaticano, pero eso es una cosa y que hoy sea la política idónea para ello es otra bien distinta.

Y eso, además, sin tener en cuenta que las formas, los modos, si son importantes en todas las facetas de nuestra vida, lo son aún más en el terreno diplomático. Y en ese aspecto el gobierno de España ha actuado con el peor de los modos. Por un lado, la actual embajadora en la Santa Sede, Carmen De la Peña, diplomática de carrera -que aún no ha cumplido 70 años, la edad de jubilación del personal diplomático-, se enteró por la prensa de su sustitución por Celaá. Por otra parte, el protocolo se ha roto doblemente porque el nombre de la exministra de Educación ha sido filtrado a los medios por el gobierno español sin haber obtenido previamente el placet de la Secretaría de Estado del Vaticano, lo cual la sitúa en una posición de cierta incomodidad.

Aunque católica practicante, nombrar en estos momentos (después de lo que ha llovido tras la procelosa tramitación, primero, y la aprobación después, de la ley Celaá), a esta bilbaína como embajadora del Vaticano es como hacer mayoral de la plaza de las Ventas a Teresa Ribera, la ministra de Transición Ecológica que, al parecer, profesa un amor tan intenso por los toros de lidia como por los lobos que se cargan gallinas, ovejas y vacas cuando menos se lo esperan agricultores y ganaderos.

Con todo, o anda uno muy despistado, o más tiene en común la exministra de Educación y ahora inminente embajadora de España en el Vaticano con las autoridades del pequeño estado ubicado en la misma Roma que la ministra de Transición Ecológica de guardabosques o de experta en reconocimiento de divisas taurinas. Al menos la primera se educó durante la década de los 50 y 60 del pasado siglo en un colegio católico y, además, no debió de irle tan mal porque a sus dos hijas también las llevó después a colegios confesionales católicos para su instrucción preuniversitaria.

Pero -¡quién iba a decirlo entonces!-, luego se convirtió en azote de las escuelas privadas o concertadas de carácter cristiano porque, en la ley que lleva su nombre, la entonces ministra se empeñó -y consiguió-, que la asignatura de Religión no contase para pasar de curso.

Aunque, conociendo la baba de nuestro presidente, probablemente haya buscado a la embajadora que más incomodidad, perplejidad y daño pueda provocar en estos momentos dentro de los muros vaticanos, y no se le ha ocurrido nombre mejor que el de Celaá.

Le recuerdo que a la ley Celaá se le debe el dudoso honor de haber eliminado del curriculum escolar no solo la asignatura de Religión sino también la de Filosofía, así es que me temo que a nuestros niños no les quede ya más que eso que llaman Educación para la Ciudadanía -o algo parecido-, para intentar encontrar algún vestigio de eso que llamamos valores y que, hasta la fecha, han constituido la base ética y moral de nuestra sociedad. Quizás, escarbando mucho en esa asignatura, pueda llegar a encontrarse algún que otro resquicio de ética, pero me parece que nada comparable a las dos disciplinas eliminadas.

Que la señora Celaá sea la autora intelectual de una ley que persigue abiertamente la enseñanza de la religión, y ningunee la enseñanza privada no sé si será fruto de su experiencia personal porque -como ya he apuntado-, ella estudió en un centro católico por decisión de sus padres, pero luego hizo otro tanto con sus hijas y de ahí colegimos que tampoco le parecería tan mala aquella educación.

A la Conferencia Episcopal Española, que en su día acogió de muy buen grado su nombramiento como ministra de Educación, mucho me temo que su designación como embajadora de España ante la Santa Sede le ha debido sentar como un gazpacho manchego en plena canícula, es decir, manifiestamente indigesta (nada hacía prever un cambio de actitud tan radical en la política de origen vasco).

No creo, sin embargo, que haya sucedido otro tanto en el ministerio de Exteriores vaticano, más acostumbrado a vaivenes y andanadas de todo tipo y con los más diversos gobiernos de todo el globo.

Aunque lo mismo Pedro Sánchez, sabedor también de las hondas creencias religiosas de su exministra, ha tenido un gesto de magnanimidad –muy extraño en el personaje, todo hay que decirlo-, para darle la oportunidad de expiar sus pecados ante las más altas autoridades vaticanas. Y no desdeñe esta razón porque hemos podido ver cómo, apenas 48 horas después de que Yolanda Díaz fuese recibida por el Papa, saliese ya citando a San Mateo para reconvenir al diputado García Egea, secretario general del PP. Con estos antecedentes no sería raro que en uno o dos años la señora Celaá vuelva reconvertida en un nuevo baluarte del Vaticano frente a las políticas sectarias de Sánchez. Entre tanto, no nos vendría nada mal que rece por nosotros (ora pro nobis) porque nos esperan tiempos más que turbulentos. Si no, al tiempo.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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