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George Sand, postureo, mucho ajo y cabos de vela

domingo 09 de febrero de 2020, 11:15h

La editorial Seix Barral saca en estos días al mercado una colección de autoras que en su día publicaron obra literaria bajo un pseudónimo masculino. En la portada de cada libro figurará el nombre real y bajo este el alias o remoquete tachado de un plumazo. La colección se abre con Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, quien publicó más de ciento cuarenta novelas de éxito bajo el nombre de George Sand, tomado en parte del apellido de su primer amante parisino Jules Sandeau, tras haber dejado compuesto a su marido, el barón François-Casimir Dudevant, en el Berry, antigua provincia francesa que hoy incluye los departamentos de Loir y Cher, Indre, Cher y Loira y haber tenido una hija, Solange, fruto de su relación carnal con un noble de la zona, Stéphane Ajasson de Grandsagne.

La iniciativa, como cualquier otra de aliento editorial en país tan ágrafo y poco afecto a la lectura merece todo los parabienes y elogios, aunque no deja de tener un cierto tufillo de postureo y seguidismo en la moda de intentar cambiar la cruda realidad con meras cocciones tecnoemocionales del lenguaje. Dicho sea tal, por supuesto y no faltaba más, con todos los respetos, sin acritud y con perdón de la mesa.

Diríase que lo importante y sustancial sería que, más allá del tachado pseudonimal, el personal se aplicara a la lectura de tan brillante narradora y si no en la totalidad de su obra, que eso sería quizá mucho arroz, al menos en dos títulos en los que España y los españoles aparecen referenciados con enorme interés: Histoire de ma vie/Historia de mi vida y Un hiver à Majorque/Un invierno en Mallorca.

En esta última, George o Amantine Aurore Lucile refiere la peripecia del viaje a la isla gimnesia, realizado junto a sus hijos Maurice y Solange y al compositor Frédéric Chopin, ya gravemente enfermo de tuberculosis y del que la escritora era amante y enfermera, entre el 8 de diciembre de 1838 y el 13 de febrero de 1839. Allí vivieron en Sont Vent, a las afueras de Palma, y en la Cartuja de Jesús Nazareno de Valldemosa, convertida hoy en museo en honor de la pareja.

La estancia, por muchas razones, fue una verdadera pesadilla para ellos, especialmente para Chopin, por todas partes rodeado de condumios de cerdo, especiados hasta la erosión palatal y con la omnipresencia del ajo que abominaba. De ello se hace eco con frecuencia la escritora con párrafos como este: “Estoy segura de que en Mallorca se hacen más de dos mil clases de platos con el cerdo y por lo menos doscientas especies de embutidos, sazonados con tal profusión de ajo, pimienta, pimentón y especies corrosivas de todo género, que peligra la vida en cada bocado”.

Claro que para desgracias manducarias las que pasó en el viaje de vuelta a Francia con los restos del ejército napoleónico tras su estancia en Madrid, donde estaba destinado su padre, Maurice Dupin de Francueil, alto oficial del ejército imperial y ayudante personal del general Dupont.

Cubierta de piojos y hambrienta, recuerda en su autobiografía: “Atravesamos un campamento francés, no sé cual, y delante de una tienda vimos un grupo de soldados que tomaban vorázmente una sopa. Mi madre me puso entre ellos y les rogó que me dejaran comer un poco. Aquellos hombres valientes me pusieron de inmediato entre ellos y me dejaron comer todo lo que quise, sonriendo con dulzura. La sopa me pareció buenísima (…) Mi madre se acercó y miró dentro de la olla. Junto con el pan, en el grasoso caldo flotaban unos restos extraños. Era una sopa de cabos de vela”.

Es difícil saber si para quien fue la amante empoderada del dramaturgo romántico Alfred de Musset y del médico Pagello que le había curado la disentería en Venecia; del grabador Alexandre Manceau; del ya citado compositor Frédéric Chopin; del socialista Pierre Leroux y de otros bastantes sin el relumbrón de los anteriores; para la mujer que paseó las calles de París y de Mallorca vestida de hombre y fumando en pipa, la iniciativa de tacharle el nombre que le dio fama universal sería algo a considerar y agradecer.

Ella escribió que: “… no se trata tanto de viajar como de partir. ¿Quien de nosotros no tiene alguna pena que olvidar o algún yugo que sacudir”. Las penas se olvidan y los yugos se sacuden leyendo a George Sand/Amantine Aurore Dupin.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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