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Desde el lejano oriente

Desde el lejano oriente

martes 04 de diciembre de 2007, 17:16h
Nunca me había sentido atraído por el Sudeste Asiático. No había nada en las numerosas islas o las densas selvas de esta región entre China y Australia que me llamara la atención. Y sin embargo, por una serie de circunstancias aquí estoy, en el centro económico y geográfico del sudeste de Asia: Singapur.
No parece un mal sitio para estudiar economía, especialmente en la mayor universidad de este minúsculo país, la Universidad Nacional de Singapur. Allí estoy durante un año intentando comprender como funciona una de las zonas más dinámicas del mundo en todos los sentidos: crecimiento económico, turismo o riqueza natural; pero también inestabilidad política, como muestra la reciente tensión entre Malasia e Indonesia o las protestas de los monjes en Myanmar.
Después de casi tres meses, ya he tomado el ritmo de vida oriental y he conocido un poco mejor la filosofía, o filosofías que rigen en este misceláneo de culturas.


Avanzando entre motos

Vietnam. Al ver esta palabra muchos pensaran en la guerra contra los americanos; otros pensaran en algunas maravillas naturales como la bahía de Halong, en la costa norte; y a algunos les vendrá a la mente la imagen de un país en desarrollo con un gran futuro.

    Sea cual sea la imagen que se tenga de Vietnam lo cierto es que cuando uno llega en avión a su capital, Hanoi, de noche enseguida se da cuenta de que está lejos del mundo Occidental: no se ve el gran mosaico de luces  que forman los grandes y modernos edificios, sino que apenas se ven las carreteras principales iluminadas y la oscuridad domina casi todo. Difícilmente se puede adivinar la vida que hay allí abajo.

    Una vez en tierra el panorama no cambia demasiado. Al principio el trayecto en taxi desde el aeropuerto a la ciudad (esta es la mejor manera de ir desde el aeropuerto, y quizá la única) recuerda a cómo debía ser la Unión Soviética. Edificios antiguos, muchos de ellos abandonados, maquinaria oxidada a ambos lados de la carretera y carteles con la hoz y el martillo; eso sí, con calor y sin nieve.  Sin embargo, según te vas acercando a la ciudad (el viaje dura entre 45 minutos y una hora) empiezas a sentir que hay mucha vida por todos los sitios. La gente aparece en la calzada y el tráfico se hace más intenso. Y eso es un verdadero problema. Apenas se respetan las señales de tráfico, las líneas que delimitan la calzada parecen atraer a las numerosas motos y en los cruces el primero que llega o el primero en encontrar sitio es el que pasa y el resto… ¿a esperar? Nada de eso. Aunque parezca que no existe ningún sitio, siempre encontrarán la forma de pasar, esquivando motos, coches, personas y lo que aparezca.

    Entre susto y susto apenas te das cuenta de que estás ya en Hanoi, “la tierra sobre el río” en vietnamita debido al río Rojo que pasa junto a la ciudad y que cruzaremos por un gran puente antes de entrar en el núcleo urbano.  La ciudad está completamente llena de vida y toda la gente está en las calles tomando algo sentados en unas diminutas sillas en las aceras o dando vueltas en moto por la ciudad. Y es que si al principio hablábamos de lo que puede sugerir la palabra Vietnam una de los pensamientos más acertados es imaginarse motos y más motos. Da igual que hayas hablado con gente española o vietnamita y te haya advertido sobre el tema; es difícil imaginarse cómo puede haber tantas motos en las calles. Y si es difícil caminar por la acera entre las motos aparcadas y la gente sentada, para cruzar la calle hay que hacer un verdadero ejercicio de fe y valentía. No hay que pensar que los pasos de cebra o los escasos semáforos nos pueden ayudar. En todos los sitios parece igual de difícil pasar al otro lado. Lo mejor es ante la mínima posibilidad mirar al frente, rezar todo lo que uno sepa y andar sin parar hasta alcanzar la otra acera. Ya te esquivan los conductores. Eso sí, no hay que preocuparse por los pitidos. Es tan fuerte el ruido que hacen todos pitando a la vez que no se sabe de dónde procede ni hacia quien se dirige. En realidad posiblemente sea por costumbre, simplemente para advertir a los que van delante de que llegas.

    Claro que también puedes aceptar el ofrecimiento de alguno de los muchos vietnamitas que se te ofrecen a llevarte en moto donde quieras por unos pocos Dongs. Incluso pueden hacer una ruta de una hora por los sitios turísticos o aconsejarte sobre la ciudad. Eso es a gusto del consumidor.
Todo este ambiente es el verdadero atractivo de la ciudad. Simplemente salir a la calle y disfrutar perdiéndote por las estrechas y transitadas calles del barrio francés es algo que no se puede hacer en muchos lugares. La ciudad no es grande (aunque en ella viven más de 3 millones de habitantes), a pesar de ser la segunda mayor del país y no hay muchos sitios para ver. Antiguos templos y edificios dedicados a la historia del país o al partido comunista, como el mausoleo de Ho Chi Minh. Y las normas para verlos son bastante estrictas. Los guardias que los vigilan no suelen ser muy amigables, y no te dejan ni acercarte a las zonas restringidas alrededor de estos edificios.

    Pero eso es algo que también te hace sentir que estás en Vietnam, especialmente en Hanoi. El gobierno tiene mucho control, aunque en la calle la gente disfruta con mucha libertad. Y eso es algo que te hace disfrutar a ti también.


Crónica publicada el martes 4 de diciembre

Alfredo Matesanz
20 años
Universidad Autónoma de Madrid

Destino: Universidad de Singapur con beca de convenios internacionales
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