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Italia a la boloñesa

Italia a la boloñesa

viernes 14 de marzo de 2008, 15:11h
Cuando me vi por primera vez en Bologna, me vino a la mente que me encontraba en una ciudad de gigantes. Cada edificio, cada columna, son de unas proporciones a las que yo no estaba acostumbrada. Como si las personas que construyeron esta ciudad dijeran: “¡Vamos a hacer algo grandioso!” y lo hubieran conseguido. Pero la ciudad es mucho más que eso. Es un escenario de cuento, con la estatua de Neptuno empuñando el tridente, o las dos torres, una de ellas tan inclinada que parece que se caerá en cualquier momento. Es un decorado de tejados y fachadas color rojo, y un lugar rebosante de cultura.
Bologna también es conocida por sus soportales. Para mí resultó toda una revelación poder recorrer prácticamente toda la ciudad sin mojarme los días de lluvia ni asarme los días de calor. Parece que la ciudad te arropase entre sus pórticos, protegiéndote de cualquier adversidad climática. De hecho, los boloñeses viven bajo los soportales, ya que en ellos comen, se reúnen, charlan, compran, trabajan, estudian o tocan instrumentos. Y yo por supuesto me he unido a tal comodidad.

La pasta y los helados han pasado a ocupar todos los niveles de mi pirámide alimenticia, y yo estoy encantada. En cualquier rincón hay una heladería y una pizzería con precios increíblemente bajos. Los helados son obras de arte, no se conforman con tener sabores de limón, fresa o chocolate, sino otros llamados “Prueba a volar” o “El señor de los anillos” ¿De qué son? ¡Qué mas da, son increíbles!

La pasta y los helados no lo son todo

Vivo en las afueras de Bologna en un piso lleno de colores. La sala es amarilla, con una mesa y una cómoda verdes y una puerta blanca con cortinas de lunares blancos, que da al balcón. El baño es de azulejos rosas. En mi habitación hay una cama naranja, un enorme tocador y una lámpara con forma de delicada flor blanca. Los techos, como queriendo imitar los palacios del centro antiguo, son  muy altos. Los posters de un cuadro de Picasso y de la “Fontana delle Tartarughe” en Roma, que había colgados cuando llegué, los dejé donde estaban, y adorné con fotos de mi tierra y mi gente el resto de la habitación. Mi compañera también es gallega, y juntas compartimos la morriña que a veces nos invade.

Después de las clases cojo la bicicleta y paso a ser uno de los miles de ciclistas de Bologna.  En esta ciudad los coches y las motos no respetan semáforos ni prioridades, pero los ciclistas son sagrados. Éstos decoran las bicicletas a su gusto, y de forma a menudo original: pintadas imitando una vaca o una cebra, a rallas, a lunares, con la cestita adornada con flores, pegatinas con el símbolo de la paz... todo vale.

Una vez en el centro me reúno con la gente que he conocido en estas semanas; añado a la agenda de mi móvil, que dentro de poco estallará, varios números cada día. El lugar de encuentro oficial es al pie de las dos torres, las cuales se encuentran rodeadas por el tráfico y la gente. ¡Pero ojo! Si estas estudiando nunca pasar entre las dos torres, porque hay la leyenda de que si lo haces no te gradúas. Una de las muchas leyendas que se van pasando de unos estudiantes a otros desde hace siglos. Por algo estamos en la universidad más antigua de occidente. Los estudiantes tienen colonizada la ciudad, la cual está pensada para ellos. Aquí estudia gente de todas las partes del mundo: He conocido a Japoneses, Israelíes, Australianos, Americanos… y me he dado cuenta de lo distintos pero en esencia iguales que somos todos. 

Los boloñeses, por su parte, me parecen gente alegre y tranquila. No se agobian fácilmente, y si te ven estresado tratan de transmitirte algo de su carácter despreocupado: “Questa é la cittá del divertimento, del comunismo… ¡non ti  preocupare!”. En medio del tráfico y el bullicio de la ciudad se respira una cierta paz, la gente sonríe, vive y es de una amabilidad abrumadora. Si les  preguntas por algún sitio lo más probable es que te acompañen hasta el sitio en cuestión o te acerquen en su coche. Y es muy probable que acabes haciendo un amigo.

Solo llevo aquí unas semanas. Todavía no he subido los 498 escalones de la más alta de las dos torres, ni he probado la famosa mortadela de bologna. Todavía me quedan muchas cosas por conocer de ella y ocho meses más para disfrutarla. Apostaría que van a ser igual de inolvidables.

Crónica publicada el 15 de marzo 2008
Aldara Eiras Díaz

21 años
Universidad de origen: Facultad de Veterinaria de Lugo(Galicia), Universidad de Santiago de Compostela. Estudios: Realizo 4º curso de veterinaria
Destino: Bologna(Italia)
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