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La biografía no autorizada del hombre que dejó el FMI

Rodrigo Rato a Caja Madrid, ¿sólo un primer paso?

Rodrigo Rato a Caja Madrid, ¿sólo un primer paso?

lunes 02 de noviembre de 2009, 18:07h
“No volverá a la política activa en España”, se apresuraron a decir, en 2007, dirigentes del PP nada más hacerse pública la renuncia, en octubre de ese año, de Rodrigo Rato como director gerente del Fondo Monetario Internacional -algo que sentó muy mal a Zapatero, por cierto-. Y es que, al que muchos consideraron el ‘sucesor natural de Aznar’, le temían más que a un nublado. ¿Por qué se iba Rato del FMI? ¿Qué había detrás de sus “razones personales” y “familiares” para dejar aquel ‘chollazo’ y regresar a España? Y, lo más importante, ¿qué haría en España cuando llegara, aspirar al sillón presidencial? Dos años después, la respuesta ya está sobre la mesa: Rato presidirá Caja Madrid sustituyendo a Miguel Blesa.
Hay mucha controversia en la vida de Rodrigo de Rato Figaredo (Madrid, 1949). Al menos, en su vida política, ya que en el terreno familiar ha sabido capear –al menos públicamente- algunos huracanes que aparecieron en su horizonte. Rico de familia, Rato lo ha sido casi todo en el PP y en el Gobierno; casi todo, menos presidente, claro, de lo uno y de lo otro: secretario del Grupo Parlamentario Popular (1982-86); secretario general adjunto de AP (1982-86); vicepresidente Segundo del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda en el primer Gobierno de Aznar (5.5.1996/mayo 2000); vicepresidente Segundo y ministro de Economía (2000-2004), y, finalmente, director gerente del Fondo Monetario Internacional, desde junio de 2004, pocos meses después de que el PP de Mariano Rajoy perdiera el Gobierno en las generales de marzo.

    Educado en los Jesuitas de Madrid (colegio Nuestra Señora del Recuerdo, en Chamartín), Rato adquirió un cierto estigma jesuítico. Allí se hizo íntimo amigo del que sería marido de Esperanza Aguirre, Fernando Ramírez de Haro, Conde de Murillo con grandeza de España, y allí Rato demostró ser ya un estudiante aceptablemente bueno, aunque no siempre estuviera en las entregas de medallas de las proclamaciones de ‘dignidades’ jesuíticas. De aquella etapa es una foto suya -que Diariocrítico publicó en exclusiva hace un año- vestido de mujer en una representación teatral escolar. Todo tiene explicación: los colegios e institutos mixtos no proliferaban, precisamente, en la dura España del primer franquismo y a alguien tenía que tocarle hacer de mujer.

Desde esa etapa escolar -y a través de su amistad con el Conde de Murillo-, Rato ha estado siempre muy ligado a la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre. De hecho, cuando el PP perdió las elecciones del 2004 y los populares tuvieron que abandonar las estancias del Gobierno central, varios altos cargos ratistas pasaron, como consuelo, a la Comunidad de Madrid: desde el joven valor Juan José Güemes, hoy consejero de Sanidad con Aguirre, hasta Elvira Rodríguez, presidenta de la Asamblea madrileña, pasando por José Folgado, actual alcalde de Tres Cantos.

El negocio familiar



Pero no adelantemos acontecimientos, porque tras su etapa estudiantil, Rato comenzó trabajando en las empresas de su padre, como consejero delegado de Aguas de Fuensanta, una embotelladora de agua mineral que en 1995, por ejemplo, facturó 3.619 millones de pesetas, y consejero delegado en la empresa embotelladora de vinos y cavas Jaime Serra, de Alella (Barcelona), así como en edificaciones Padilla y Construcciones Riesgo, sociedades estas últimas dirigidas por su padre y su hermano, antes de integrarse en la Alianza Popular de Manuel Fraga.

    Y es que Rato no llegó a la política para hacer rico: ya lo era de familia. Su padre, Ramón Rato Rodríguez Sanpedro, fue un banquero (Banco de Siero) en algún caso perseguido durante el franquismo por haberse metido con Nicolás Franco en asunto económico relacionado con su banco. Don Ramón Rato también fue el alma de la inicialmente minúscula Onda Rato luego muy influyente en Toledo y finalmente potenciada hasta convertirse en la cadena Onda Cero que se vendió a la Once y que luego esta vendería a Telefónica.

    Uno de los primos de Rodrigo, Vicente Figaredo de la Mora, era consejero de Banesto cuando el Banco de España intervino la entidad con Mario Conde al frente. La familia venía perteneciendo al mismo consejo desde hacía 90 años. Con estos precedentes, la carrera de Rodrigo Rato como empresario y político estaba casi predeterminada.
 

A la política de la mano de Fraga


Recién llegado a la entonces Alianza Popular fue nombrado por Manuel Fraga responsable de Economía en el Comité Ejecutivo de AP (1979), siendo el miembro más joven y que se había formado junto a algunos "magníficos” del franquismo ultramontano: Gonzalo Fernández de la Mora, Laureano López Rodó y Antonio Carro. De hecho, fue uno de los “cerebros” de la reconversión de AP, primero en Coalición Popular, dando entrada a democristianos y liberales (escisiones de UCD de julio de 1982), y luego en el PP, integrando a ex ‘barones’ de Adolfo Suárez, como Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona, Rafael Arias Salgado, Enrique Fernández Miranda o José Antonio García Díez (los tres primeros, hijos de destacados ministros del franquismo: el de Díaz Ambrona fue de Agricultura; el de Arias Salgado, de Información y Turismo, y el de Fernández Miranda, presidente de las Cortes).

     Es cierto que Rato no necesita de la política para vivir como un burgués de altura. Durante su primer matrimonio, su casa estaba en La Moraleja, donde residía habitualmente, y tenía casa-molino en Carabaña (Madrid), donde en sus ratos de ocio practicaba yoga o jogging y escuchaba música clásica. Una hermana suya, Manny, abrió una galería de arte en la madrileña calle de Jorge Juan. Se le define como listo y desconfiado, irónico y cínico y tiene un gusto desmedido por los chalecos. De vez en cuando le sale la vena madrileña: ese deje algo chulesco que utilizó con frecuencia en los debates parlamentarios, ya fuera en la oposición o en el Gobierno. 

El valor del PP por antonomasia

Y, así, poco a poco, Rato se fue convirtiendo en el valor del PP por antonomasia: ni siquiera necesitaba demostrar lo mucho que mandaba en el partido. Era absolutamente fijo y determinante en todos los círculos interiores de Génova, 13. Se le conocía como “el delfín”, el auténtico “número dos” en la posible línea de sucesión de Aznar… hasta aquel golpe mortal que recibió el 1 de septiembre de 2003, cuando Aznar cedió a Mariano Rajoy todos sus poderes dentro del PP y aseguró que no habría bicefalia.

    Pero, hasta entonces, mantenía excelentes relaciones con todos los prohombres del partido y era la referencia máxima de banqueros y grandes hombres de negocios en el centro-derecha. De hecho, en marzo de 1996, tras las elecciones generales, Aznar le había dado un cheque en blanco para negociar con Joaquín Molíns, el representante de Convergencia i Unió, el apoyo nacionalista catalán a un gobierno del PP.

    No es menos cierto -y está documentado- que en al menos en dos ocasiones Rato tuvo ya entonces la tentación de abandonar la vida pública: una, cuando Antonio Hernández-Mancha derrotó a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón para la presidencia de la antigua AP; otra, después de las elecciones generales de junio de 1993, cuando se hacían quinielas sobre si Rato ocuparía el sillón de Asuntos Exteriores o el de Economía, sillones que, evidentemente, no ocupó, ya que Felipe González ganó las elecciones pese a las previsiones triunfantes de José María Aznar.

    Lo cierto es que Rato era amigo íntimo de Aznar desde hacía 25 años: las dos familias vivían en buena vecindad en La Moraleja. Aznar, incluso, trabajó como asesor jurídico para la cadena radiofónica “Rueda Rato” -sus padres se conocían, ya que ambos provienen del mundo de la radio- y Rato y Aznar formaron tándem para colocar al frente del PP a Miguel Herrero en contra de Antonio Hernández Mancha, aunque la operación falló y más tarde le dejaron tirado. 

Sumamente acaudalado


Rodrigo Rato, como su familia, es sumamente acaudalado. La familia Rato “sacó” a Miguel Durán, entonces presidente de la ONCE, 5.000 millones de pesetas por la venta de las concesiones de FM a la “cadena Rato”, locales aparte. A este respecto hay una anécdota sonada: en febrero de 1990, en un debate parlamentario sobre el “caso Juan Guerra”, el entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, tuvo que salir a la tribuna del Congreso a defenderse de las críticas despiadadas de los diputados del PP. Guerra, con todo desparpajo, mostró desde la tribuna una carta firmada por el propio Rato, hacia 1983, en la que le rogaba su mediación para que la “cadena Rato” fuera concesionaria de un número indeterminado de licencias de nuevas radios FM, que por aquel año iba a conceder el Gobierno socialista. La recomendación tuvo relativo éxito.

Pero sobre la “Cadena Rato”, Felipe González, en su primera entrevista concedida a un medio de comunicación (El País, 29.6.1997) tras abandonar la secretaría general del PSOE, dijo: “Hace años discutimos las concesiones de radio, y el señor Rato tenía un argumento de autoridad: su empresa tenía la legitimidad de la solera frente a la improvisación de los oportunistas de última hora. Pero cuando uno reflexiona sobre cuál era esa legitimidad histórica, resulta que era la concesión de don Francisco Franco a la familia Rato en el año 1942 para constituir una empresa de comunicación en aquella España y en aquel momento. Y una persona como Rato cree que eso le da más legitimidad que a un grupo de comunicación surgido en el año 1976, cuando alumbran las libertades y no depende del favor del dictador para glorificarlo y elevarlo a la mitología fascista. Para él su empresa era más legítima que Prisa”.

    En cualquier caso, en 1997 Rato mantenía varias empresas -fundamentalmente en el campo del vídeo- con su amigo, el ovetense y entonces diputado del PP José Manuel Fernández Norniella, y sus hombres de confianza, como Miguel Blesa (a quien ahora sustituye en Caja Madrid), estaban perfectamente colocados.

    De hecho, la afición política esencial de Rato es la “cosa económica”: ha tratado con los grandes banqueros y su ambición secreta pareció ser durante un tiempo el Banco de España, en el que tuvo enfrentamientos muy duros con Mariano Rubio, siendo éste gobernador del Banco Emisor. Quién iba decir entonces que recalaría mucho, pero que mucho más alto: en la cúpula del FMI… pero que después tendría que 'contentarse' con Caja Madrid, que, por otra parte, es la cuarta entidad financiera de España. No está tampoco nada mal.

    Pero si Rato ha tenido –y tiene- grandes amigos, también tiene grandes enemigos, como Javier de la Rosa. El financiero catalán “filtró” la especie de que lo había ‘comprado’ e, incluso, distribuyó un vídeo en el que se veía presuntamente a Rato llevando el maletín con el dinero al banco. Todo falso, claro, pero de la Rosa era capaz de ‘pringar’ a medio mundo con tal de evadir la cárcel. Otro gran enemigo suyo es el ministro socialista Carlos Solchaga, con el que ha mantenido serios enfrentamientos más allá de lo político.

Otra situación crítica fue cuando, sabiéndose que a principios de siglo su familia había solicitado un crédito de 200 millones de euros al banco británico HSBC, el socialista Jesús Caldera intentó enredarle en la trama del 'caso Gescartera', la red de evasión montada por Antonio Camacho. Pero a Caldera le salió mal la jugada: aún se recuerda la imagen de Rato en la Comisión de Economía del Congreso, removiendo una taza de café y achantando al diputado Caldera cuando Rato, con la mayor calma y tranquilidad del mundo, le amenazó con llevarlo a los tribunales. 'No, no, si yo no le acuso de nada', tuvo que reconocer el diputado socialista. Y punto y final.

El entramado empresarial

Evitaremos al lector el listado de las empresas familiares en las que Rato participa o ha participado, pero de su inmenso patrimonio quedó constancia en su declaración de bienes y fuentes de ingresos ante el Congreso de los Diputados con motivo de las elecciones generales de 1996. En ella, especificó que tenía intereses en casi 20 empresas y detalló sus participaciones en entidades de gran volumen; pero sus declaraciones no hacían justicia a la envergadura que había adquirido el patrimonio familiar.

    Otras numerosas empresas, hasta unas 60, figuraban ya a nombre de su hermano Ramón, de su cuñado, José de la Rosa Alemany, casado con una hermana de Rato, de Luis Alberto Salazar Simpson, cuñado de una hermana de Rato, o de algunos de los colaboradores más cercanos de la familia, como Marcial Zazo, Gonzalo Martín-Borregón o Javier Calvo Zabalgoitia. La facturación de las 20 empresas en las que Rodrigo Rato reconoció tener intereses directos ascendía a cerca de 10.000 millones de pesetas anuales en 1996, fecha en la que llegó a la Vicepresidencia del Gobierno. La facturación del resto del grupo familiar convertía al vicepresidente en uno de los políticos de los últimos tiempos con mayor fortuna familiar junto a la que ostentaba el también polifacético hombre de negocios y entonces ministro de Exteriores, Abel Matutes.

    El hecho de que Aznar lo convirtiera en el poderoso ministro de Economía motivó que la oposición socialista analizara con lupa tantos sus inversiones personales como las del conjunto familiar. El diputado del PSOE Álvaro Cuesta pidió información (julio de 1999) sobre las ayudas recibidas desde el Ministerio de Economía por la sociedad Innovación de Bebidas, SA (Inbesa), participada en un 75 por ciento por la compañía de Aguas de Fuensanta, vinculada a la familia Rato, y en un 25 por ciento por la sociedad para el Desarrollo de las Comarcas Mineras (Sodeco). Pero Rato se defendió afirmando que él nunca había participado en los consejos de las empresas en las que su familia tiene intereses y que desconocía si éstas solicitaban y recibían ayudas públicas. 

El Rato más económico


Como ministro de Economía, Rato puso en práctica dos planes de liberación de la economía española (junio de 1996 y febrero de 1997), que tuvieron como objetivo el permitir crear empleo y responder al desafío de la integración en el euro. Afectaron esencialmente a las estructuras, el suelo, vivienda, sistema financiero, previsión social, transportes, telecomunicaciones, defensa de la competencia y energía.

    Y, cómo no, fue uno de los diputados del PP que en la V Legislatura (1993-96) firmaron con Federico Trillo una denuncia contra los antiguos responsables socialistas del Ministerio del Interior por malversación en los fondos reservados. La denuncia dio lugar a un voluminoso sumario (más de 20.000 folios) en el que fueron imputados y condenados varios ex altos cargos de Interior durante la citada etapa. 

El Rato más moderno


En sus relaciones personales con Aznar -y sobre todo con su mujer, Ana Botella- algo influyó su separación, cosa que llevó con suma discreción. De hecho, no se prodiga mucho en público con su actual pareja, Alicia González, la joven periodista que trabaja en el suplemento de Negocios del diario El País, del grupo Prisa, cuyo posicionamiento en contra de Esperanza Aguirre y a favor de Alberto Ruiz-Gallardón es bastante notable.

    En octubre de 2007, cuando Rato había dejado ya el FMI y había vuelto a aposentarse en Madrid, la pregunta que se formulaban en el PP -y no sólo en el PP- era evidente: ¿Viene Rato a Madrid a removerle el sillón a Rajoy o se quedará, como dicen sus asesores, fuera de la política activa y ‘haciendo más dinero’ en la empresa privada?

    Nadie lo sabía con exactitud, aunque corrían muchos rumores; pero todos volvían su cara la famosa ‘foto de Carabaña’ –el trío del balcón: Pedro José Ramírez, José María Aznar y Rodrigo Rato- y algunos iban más lejos, como el actual alcalde de Tres Cantos (Madrid), José Folgado, que fue secretario de Estado de Economía con Rato, y que dijo en esas fechas, nada más hacerse público el regreso: "De Rato siempre se espera 'de diez' y además cumple. Rato es el gran político que necesita este país, uno de los grandes políticos, junto con Mariano Rajoy, claro".

    ¿Claro?, ¿o sería oscuro? Porque, efectivamente, durante estos dos últimos años Rato ha estado apartado de la primera línea política, y de la segunda, y de la tercera… Ahora Rajoy le ha propuesto para Caja Madrid… ¿Quedará todo ahí? Parece que sí, pero…

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