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Rajoy habla; la calle ¿le escucha?

Rajoy habla; la calle ¿le escucha?

domingo 19 de febrero de 2012, 13:56h
Comenzaba a hablar Mariano Rajoy ante cinco mil entusiastas en el congreso sevillano del PP, admitiendo que la reforma laboral, por sí sola, no creará empleo sin más ni más, y, exactamente al tiempo, empezaban a salir los manifestantes contra esa reforma en decenas de ciudades españolas. Una de esas coincidencias que evidencian las contradicciones de dos españas, la que asegura que se ha entronizado el 'despido libre' y la que afirma que la reforma, imprescindible, coloca las infraestructuras de la prosperidad del mañana.
 
Concluía, en medio de la euforia previsible y con el caos ciudadano sevillano que figuraba también en agenda, el congreso más triunfal del Partido Popular. Al menos, por lo multitudinario, que triunfal fue también aquel, celebrado en 1990 igualmente en Sevilla, en el que Alianza Popular se transformó en el Partido Popular y Fraga, "ni tutelas ni tu tía", entregaba el testigo al joven José María Aznar. Pero entonces el PP estaba lejos del poder -habría de esperar hasta 1996 para 'pisar moqueta'--, los militantes eran la décima parte de ahora y la estructura de partido se hallaba aún tambaleante tras tantas convulsiones internas.
 
Lo de ahora no guarda ni remoto parecido con aquel congreso sevillano de hace veintidos años. Y menos aún con el que el PP celebró en Valencia hace cuatro, en medio de una tormenta abatiéndose sobre la cabeza, aparentemente siempre tranquila, eso sí, de Mariano Rajoy. Este domingo, ante unas cinco mil personas vitoreantes, Rajoy clausuraba el XVII congreso 'popular' sin una sola sombra en el horizonte de su poder al frente del partido, aunque sean muchos los nubarrones -ya se estaba viendo en las calles españolas-- que se ciernen sobre lo que tendrá o no que hacer en esta recién estrenada Legislatura: no hay disidencias -aunque haya algún descontento que se siente postergado--, no hay encontronazos programáticos -alguno podría decir que tampoco es que haya mucho programa, pero eso es harina de otro costal--, no hay rivales por el liderazgo a la vista.
 
¿Seguro? Porque el poder otorgado a María Dolores de Cospedal es enorme, como nunca antes lo había tenido un 'segundo de a bordo' en el PP. Cospedal, cierto, no forma parte del Gobierno central, pero preside una Comunidad Autónoma difícil y en dificultades, que engloba a cinco provincias y cobija a casi dos millones y medio de personas. Y la presidenta, un puesto alcanzado muy legítimamente tras dar el valiente paso de enfrentarse en las urnas al allí tradicional poder socialista, ha de compatibilizar el cargo con una secretaría general que ella ha querido sin limitaciones. Tres vicesecretarios generales, uno de ellos abocado a ser el presidente andaluz y a ser, por cierto, el único contrapoder al del cuartel general de la calle Génova, no bastan para coartar las omnímodas facultades de Cospedal.
 
Dicen que un partido gobernante ha de saber circular sobre cuatro ruedas, que han de ir perfectamente sincronizadas y engrasadas: el Ejecutivo central, el partido, el grupo parlamentario y el poder territorial. Cospedal tendrá mucho que decir en el segundo y el cuarto capítulo. Es la persona de confianza de Rajoy, a quien apoyó, como lo hizo la hoy vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, en los tiempos difíciles de Valencia.
 
Hoy, 'Mariano' -elmaillot amarillo da alas-parece haber adquirido carisma, las encuestas que tan mal le trataban parecen haber empezado a reconciliarse con él y hasta se ha permitido la magnanimidad de 'perdonar' a su principal enemigo en el partido, el lugarteniente de Esperanza Aguirre Ignacio González, dándole entrada en la nueva ejecutiva surgida de este congreso. Ha repartido como le ha dado la gana el poder territorial y se ha dado un baño de masas que ni Felipe González en 1982, ni Aznar en 2000, cuando ganó por mayoría absoluta, ni Zapatero en 2004, cuando venció inopinadamente, llegaron a darse de forma tan clamorosa .
 
Y, entre sus esperanzas ciertas, figura la conquista histórica de Andalucía para el PP, con un Javier Arenas siempre incómodo teniendo, en el supuesto muy probable de una victoria en las urnas el 25 de marzo, que ocuparse como presidente de esta inmensa autonomía. Lejos, por tanto, de los cenáculos y mentideros de la Corte de los milagros, donde el 'largo brazo' del 'campeón' andaluz tanto abarca.
 
Ciertamente, muchos políticos envidiarían a este Mariano Rajoy, que presume, porque seguramente puede hacerlo, de independiente, de no estar sometido a grupo de presión alguno. Lo que ocurre es que la que le viene encima, la que nos viene encima, parece ser de órdago. Y, con mayoría absoluta o no, controlando la mayor parte de las autonomías o no, con el apoyo de los líderes europeos -tiene el de la alemana Merkel; veremos si en Francia gana el socialista Hollande y cómo discurren entonces las cosas con el vecino del norte-o no, Rajoy tendrá que pactar en el Parlamento.
 
Pactar no solamente con los nacionalistas catalanes y eventualmente con los vascos y los canarios; tendrá que recurrir, para convencer a una población que no quiere sentirse griega, pero que tampoco -ya lo hemos visto este domingo-- aguantará hasta el límite recortes y restricciones, a grandes pactos, y eso solamente podrá hacerlo con los ahora desnortados socialistas.  Tendrá que pactar en el Parlamento...y en la calle, esa calle que este domingo deslució los triunfales titulares del XVII congreso del PP. Y esa calle no es, ciertamente, de los sindicatos, pero tampoco de esos gobiernos que se empeñaron en minimizar el alcance de la protesta contra una reforma laboral mejorable y que, con el concurso de todos, habrá de ser mejorada.
 
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