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Pero ¿quién quiere esta Constitución?

Pero ¿quién quiere esta Constitución?

miércoles 06 de diciembre de 2006, 17:59h
Si no fuese este nuestro un país lleno de contradicciones, se hubiese podido decir, en el miércoles conmemorativo del XXVIII aniversario de la Constitución, que a nuestra ley fundamental le quedan  semanas de vida. El Gobierno propone cinco reformas, alguna, ciertamente, de detalle; el principal partido de la oposición propone nada menos que catorce cambios (distintos de los del Gobierno, o quizá acumulativos), varios de ellos en el hasta ahora intocable Título VIII, dedicado a la organización territorial de España. Izquierda Unida tiene varias discrepancias serias con una decena de artículos, y además dice que hay muchas cosas en la Constitución que no se cumplen; los nacionalistas, simplemente, pasan de ir a los actos conmemorativos. Y, este año, ni siquiera muchos de los prohombres de UCD y del PSOE que forjaron la carta Magna se dejaron ver en la recepción del Congreso de los Diputados, como dando por liquidado el texto que ellos apadrinaron. Por faltar, faltaron, quizá por lo mismo, hasta algunos de los llamados 'padres' de la Constitución.
 
Otra cosa es que, pese a las constantes llamadas, ya sin recato, de los más importantes dirigentes políticos actuales en favor de una reforma de unos u otros artículos de la Constitución, pese a ese dictamen --encargado y olvidado por el Gobierno-- del Consejo de Estado, sugiriendo cambios en profundidad, tales cambios vayan a producirse de manera inmediata. Porque para que la Constitución pueda reformarse hace falta, por exigencia numérica y sobre todo por lógica, que exista un  consenso al menos entre los dos partidos nacionales mayoritarios. Y la impresión existente, tras un nuevo aniversario conmemorativo, es que de consenso, nada.
 
De hecho, Zapatero y Rajoy, aunque estuvieron a pocos metros en la recepción apadrinada por Manuel Marín, presidente de la Cámara Baja, ni siquiera se saludaron, o esta fue la impresión mayoritaria de los periodistas que por allí pululábamos: quizá sí se saludaron, pero desde la clandestinidad frente a miradas indiscretas, aunque no parece que haya sido así. Mal puede llegar a acuerdo alguno quien no dirige la palabra al otro, y viceversa. Pese a ello, Rajoy, enfrascado en las dos últimas semanas en lanzar propuestas importantes --frente al discurso algo romo de Zapatero, consistente apenas en tratar de descalificar al PP--, sugería este miércoles, bajo la fría mirada de la estatua de Isabel II, en el vestíbulo destinado a aquella reina en el Congreso de los Diputados, tres consensos: en torno a la lucha contra el terrorismo, en torno al estatus territorial de España y acerca del pasado, pidiendo a Zapatero la retirada de la ley de Memoria Histórica, "que busca dividir a los españoles en buenos y malos".
 
Ninguno de los dos habló para nada de llegar a acuerdo alguno para reformar la Constitución, al menos allá donde pueda haber acercamiento entre ambas partes. Con lo que ya decimos: todos quieren reformar aquel buen producto de 1978 --pero, claro, es de 1978, y mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquellos momentos, en los que los españoles salían de una dictadura para entrar en una democracia-- y, sin embargo, no existen indicios cercanos de que nuestra clase política vaya a proceder a los sin duda necesarios retoques que la Constitución necesita. Gran paradoja, si no fuese este, ya digo, el país de las paradojas.
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