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La gran novedad del congreso: impulsar la responsabilidad social de las empresas

La gran novedad del congreso: impulsar la responsabilidad social de las empresas

viernes 04 de julio de 2008, 18:57h
En el 37 Congreso del PSOE, los delegados van a aportar y debatir propuestas entorno a las principales cuestiones que preocupan a los ciudadanos. Uno de estos temas es  la Responsabilidad Social de las Empresas.
El PSOE apuesta por fomentar una nueva cultura empresarial que busque la excelencia y base su competitividad en unas relaciones laborales avanzadas, en las que la inserción de la discapacidad, la igualdad de sexos, la estabilidad laboral, la formación profesional continua, la participación en beneficios y capital de los empleados o la conciliación familiar y laboral, entre otras muchas cosas, pueden ser exhibidas como una etiqueta de prestigio social.

    Para los socialistas, la responsabilidad social de las empresas puede ser el gran instrumento de transformación, una herramienta útil para hacer que las empresas colaboren en un proyecto de sociedad con valores, con dignidad humana, con justicia y con libertad.
 
    No se trata de que el Estado abdique de sus responsabilidades, endosando a las empresas sus funciones públicas. Se trata de compartir con ellas la responsabilidad de la sociedad resultante de sus actos y de sus impactos.
 
Texto de la enmienda sobre responsabilidad social de las empresas:
 
La izquierda no puede dar la espalda a la empresa. No sería justo ni coherente con nuestra manera de actuar. Primero, porque dentro del concepto empresa se incluye una amplia gama de entidades, desde la microempresa hasta la gran multinacional, con diferentes necesidades y preocupaciones y que exige, por tanto, distintas respuestas por parte de los poderes públicos. Segundo, porque a pesar de su variada dimensión, todas ellas contribuyen a generar empleo y a aumentar la riqueza de nuestro país. Es decir, contribuyen a incrementar el nivel de bienestar de los ciudadanos, lo que siempre ha sido uno de los principales objetivos de las políticas progresistas. En tercer lugar, porque necesitamos integrar a la empresa en el proyecto de sociedad que pretendemos configurar. Sus impactos e influencias en el hábitat social y medioambiental son mayores cada día y resulta imprescindible la contribución de las empresas responsables y sostenibles a los objetivos socialistas de construir un mundo justo, una sociedad digna y cohesionada socialmente.

    El poder de las empresas en cualquier economía del mundo es innegable. Pero el poder conlleva intrínsecamente responsabilidad. Responsabilidad en las acciones y responsabilidad respecto a las consecuencias de esas acciones. En la era de la globalización, el ejercicio de esta responsabilidad es demandado por los individuos, y aunque los poderes públicos pueden orientar por dónde debe ir esta responsabilidad, la sociedad actual demanda que sean las propias empresas las que tomen la iniciativa en este ámbito y asuman así el nuevo rol que desempeñan en el contexto económico y social. No se trata de abdicar del Estado y endosar a las empresas sus funciones públicas. Se trata de compartir con ellas la responsabilidad de la sociedad resultante de sus actos y de sus impactos. Es precisamente la constatación del crecimiento de su poder lo que está generando un crecimiento de las exigencias de los ciudadanos para con ellas. Las consecuencias de sus decisiones son tan trascendentes para comunidades enteras, que una corriente de exigencia social comienza a plantearles una mirada responsable a su entorno humano y físico. La búsqueda de la sostenibilidad, en su más amplia acepción, se convierte así en una necesidad.

    La izquierda, el socialismo no puede ser ajeno a estas importantes transformaciones y debe preguntarse –y responderse- qué papel tienen las empresas en su proyecto. Si sus poderes son tan enormes, si sus impactos sociales son tan evidentes, si los instrumentos de intervención pública son menores,  ¿aceptamos dócilmente el devenir de los acontecimientos o intentamos su transformación al servicio de nuestros ideales?

    Pues bien, la Responsabilidad Social de las Empresas puede ser ese gran instrumento de transformación, una herramienta preciosa para hacer que las empresas colaboren en un proyecto de sociedad con valores, con dignidad humana, con justicia, con libertad. Por eso, la izquierda debe transformar su visión de la empresa y superar su antagonismo ideológico o su desprecio histórico por ella, para articular una nueva dialéctica entre empresa, sociedad y poder político que transforme a las empresas en agentes activos de una sociedad justa.

    Estos profundos cambios que se están produciendo en la ecuación empresa-sociedad, son los que hacen convergentes los esfuerzos de las empresas en sostenibilidad con su propia competitividad. Dicho de otra manera, en la economía global, las empresas sostenibles son más competitivas, lo que hace rentables económicamente los esfuerzos en responsabilidad corporativa. Es esta afortunada coincidencia la que tenemos que aprovechar porque las empresas que quieran sobrevivir en el Siglo XXI no tendrán más remedio que revaluar su contrato con la sociedad, definir claramente los términos de este contrato, y alinear toda su gestión con el mismo. El valor que espera la sociedad de una empresa no está únicamente relacionado con el producto o servicio que ésta pueda ofrecer, sino también con el uso que la empresa haga de los recursos naturales, con los riesgos que asuma, con la calidad del empleo que genere, con la honestidad en su relación con los accionistas y con su capacidad de participar activamente en la mejora de la calidad de vida en los entornos donde opera. El sector privado no puede esperar que las soluciones a los problemas del desarrollo vengan exclusivamente del sector público, sino que tiene necesariamente que dar un paso al frente y asumir su propia cuota de responsabilidad.

    Es ésta una cultura empresarial que busca la excelencia en su comportamiento con los stakeholders, con sus diversos grupos de interés. Que basa su competitividad en unas relaciones laborales avanzadas en las que la inserción de la discapacidad, la igualdad de sexos, la estabilidad laboral, la formación profesional continua, la participación en beneficios y capital de los empleados o la conciliación familiar y laboral, entre otras muchas cosas, pueden ser exhibidas como una etiqueta de prestigio social. Una excelencia que se traslada a su comportamiento respetuoso con las exigencias ecológicas, que se asegura del cumplimiento de los Derechos Humanos, de las Convenciones Internacionales sindicales y de la dignidad laboral en todas sus instalaciones internacionales, o que revisa regularmente las condiciones de trabajo de su cadena de proveedores, en cualquier rincón del mundo.

    La expansión de esta cultura de Responsabilidad social dependerá de que sea impulsada políticamente. Eso implica gobiernos que lideren un discurso a la sociedad, que eduquen en colegios y universidades promoviendo esa cultura, que fortalezcan organismos internacionales y etiquetas homologables, que fomenten esta estrategia entre sus empresarios, que la incorporen a la negociación colectiva de acuerdo con los sindicatos, que la exijan a las empresas en sus balances sociales y a las que obtienen créditos para la cooperación al desarrollo o concursan en grandes obras públicas o en grandes servicios públicos.

    La RSE será lo que una sociedad democrática, educada, avanzada, consciente y moderna quiera que sea. Pero todo eso no se consigue bajo el fácil y engañoso “dejar hacer”. Para que la RSE sea una herramienta de cambio, no la panacea ni la pócima milagrosa de la injusticia laboral o social, sino un buen instrumento a favor de un avance en la causa de la justicia y de la igualdad, necesita de la política. Y sólo la izquierda puede y quiere dar a esta cultura de estrategia social de las empresas, la dimensión y el horizonte que su potencialidad demanda.
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