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Y el ganador fue...

martes 04 de marzo de 2008, 14:11h
Soy plenamente consciente de que un comentarista político tiene, forzosamente, que mojarse y decir quién le parece que estuvo mejor en el debate del pasado lunes, si Rajoy o Zapatero, si Zapatero o Rajoy. Y, a continuación, el mismo comentarista tiene que adivinar si ese resultado implica que el vencedor del ‘debatazo’ se convertirá, de manera casi automática, en el ganador de las elecciones del domingo. Y, desde luego, también soy plenamente consciente de los riesgos que tiene apostar por el uno o por el otro, porque ello implicará automáticamente que los encasilladores de siempre te encasillen (de nuevo): “Ya se le veía el plumero a este Jáuregui”.

Aparte de mi falta de deseo de que se me vea plumero alguno, la verdad es que me siento poco tentado de declarar ganador del combate de boxeo -casi lo fue, en algunos momentos- a uno u otro. Ninguno de los dos me convenció (soy de los pocos que aún se declaran titubeantes a la hora del voto), ninguno de los dos me pareció del todo rechazable en su discurso. Tienen cosas buenas, a mi entender, y malas, en mi opinión. O sea, lo que ya sabíamos.

Lo peor es que, en cuanto escuchan la palabra ‘Irak’, o alguien cita la fatídica fecha del 11-M, ambos saltan como impulsados por un cañón. Y, en un debate dedicado al futuro, no deja de resultar chocante que se dediquen no menos de ocho minutos -casi el diez por ciento del total neto- a hablar de esas dos cuestiones tan debatidas, y tan encarnizadamente, durante la legislatura, pero ya tan olvidadas en cuanto que controversia política, no, desde luego, bajo otros aspectos más dolorosos. Y lo mismo podríamos decir de la reiteración de tantas promesas electorales ya archisabidas, del monótono machaque con el programa-programa-programa…¿A qué volver, en oportunidad tan señalada como el segundo, ‘y definitivo’, cara a cara a los viejos tópicos de la controversia entre las dos españas?

A mí me parece que los espectadores se sentaron frente al televisor para escuchar algo nuevo. Propuestas ilusionantes. Para que los dos candidatos se dirigiesen a ellos/nosotros, no para que cada uno de los dos contendientes se dedicase a dar leña al otro. Eso puede ser más divertido, pero es menos útil, mucho menos constructivo, cuando ambas formaciones ‘mayores’ están planteando que tras las elecciones del domingo se abre una nueva era: ¿a qué venía tan dilatada discusión sobre si, en su primera pregunta parlamentaria de la legislatura, Rajoy había o no interrogado a Zapatero sobre economía?. ¿Tan faltos estamos de ideas que ninguno de los dos fue capaz de sacar un conejo mínimamente innovador de su chistera? ¿Algo capaz de ilusionar a un electorado que, en todo caso, ha vuelto a seguir con pasión -vaya usted a saber por qué- los avatares políticos?

Ya sé, ya sé que usted, lector, espera de mí un veredicto, ‘the winner is…’. Me cuesta mucho dárselo, y conste que no solamente por razones negativas como las que he expuesto, sino también porque en ambos, en MR y en ZP, aprecio cosas razonables y positivas que no encontré en alguno de sus antecesores: son dos personas patentemente honestas que creen en el bien de su país, cada uno con su estilo, cada cual con su coyuntura, sus manías y sus pesadas herencias. De Zapatero me asusta un poco su improvisación, el que no se estudie muy bien los temas, su levedad. De Rajoy, me preocupan sobre todo algunos apoyos indeseables, creo que incluso para él.

Ya termino y me decanto algo. Me gustó más Rajoy en el último minuto. Cuando tendió la mano para un acuerdo sobre grandes cuestiones de Estado. Yo creo en ese acuerdo-no sé si tanto en la sinceridad con la que es propuesto-, como parece creer, dicen las sacrosantas encuestas, una mayoría de los españoles a quienes se ha preguntado qué alianzas poselectorales preferirían. También me gustó que el presidente del PP dijese que, si ganase, él no gobernaría como tal -como presidente del PP-, sino como presidente de todos los españoles. Era obvio que había que decirlo, pero uno lo dijo, el otro no. No estoy seguro, por supuesto, de que con eso baste para decantar el voto, pero un comentarista político no está obligado a decir a quién vota, sino quién le parece que ganó un debate, que no es lo mismo.

Y, por favor, no hagan que me decante más aún, porque ya no sabría cómo hacerlo. Tal es mi actual falta de entusiasmo por la cosa política.
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