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Balance de un resultado previsto

lunes 10 de marzo de 2008, 08:08h

Se cumplieron básicamente los pronósticos. Ni una sola encuesta había anticipado un triunfo electoral del PP, y las esperanzas de Génova, ahora se ve más voluntaristas que fundamentadas, se reducían a un “empate técnico” que pudiera hacer caer el balance de su lado con una mínima ventaja de escaños. Excesivamente alambicado. Jugar ahora con los escaños ganados por uno y otro de los dos grandes partidos transversales del Estado es algo sin recorrido. Los resultados son demasiado claros para cualquiera que los observe sin anteojeras: a) se mantiene, entre PSOE y PP, prácticamente idéntico el balance de hace cuatro años, lo que no es para tirar cohetes por los vencedores y exige una honda autocrítica, todo lo contrario a frívolos fervorines, por los perdedores, b) el voto de los españoles se concentra en los dos grandes partidos, se bipolariza, lo que exige muchos análisis y reflexiones.

Pero naturalmente, la primera reflexión de este hora, y la más exigente, debe hacerse por los dirigentes del partido, el PP, que tras cuatro años de un gobierno manifiestamente mejorable de Rodríguez Zapatero y en plena evidencia de una crisis económica abocada a la recesión, no ha conseguido hacer visible desgaste alguno, ni hacer creíble mayor capacidad para la gestión del poder político. Dicho de otra manera, en un escenario propicio, el PP no ha sabido trasmitir la imagen de una derecha a la altura de los desafíos del momento. Los dos grandes partidos se han pasado cuatro años jugando a la estrategia de la crispación. Grave error del PP, porque en este país, sociológicamente, la crispación beneficia al PSOE, como se ha visto en la concentración final del voto útil que se ha llevado por delante lo que quedaba de IU.

Predican de Rajoy en el PP que es un hombre inteligente, predecible y creíble. Y es probable que tenga razón, pero Rodríguez Zapatero, que con toda evidencia no es un hombre inteligente –listo es otra cosa, y lo es de largo, sin duda, y con eso que ahora se llama “inteligencia emocional”– ni mucho menos un hombre creíble, le ha derrotado claramente por segunda vez. No es una victoria grande, es cierto, pero es una victoria clara, inequívoca. Guste a unos y disguste a otros, no es a Rodríguez Zapatero a quien toca hacer reflexión autocrítica en esta hora. Afirma Rajoy que todos saben lo que piensa, y como jurista de calidad que es, habrá que recordarle la vieja advertencia que se hace a los abogados jóvenes: no basta con tener razón, hay que saber pedirla y que se la den a uno. No basta con que los españoles sepan lo que piensa Rajoy, que quizá. Tienen que estar mayoritariamente de acuerdo y darle sus votos, lo que no ha sucedido.

Así que por lo menos habrá que concluir lo que es evidente: cada día más que el PP permanezca entrando al trapo de la estrategia de la crispación, o de la tensión, o como quiera decirse, de Rodríguez Zapatero, tendrá un horizonte de mayor lejanía para el retorno al poder. Enrocarse en más de lo mismo sólo conducirá al PP a más resultados como el de ayer. Lo que conduce, y habrá que dejarlo por ahora aquí, en este balance de urgencia, a que el PP no necesita un cambio de liderazgo, que probablemente también, sino antes y sobre todo, una nueva y profunda “refundación”, que lo devuelva a posiciones electoralmente ganadoras sobre el sólido equilibrio del triángulo virtuoso de una derecha moderna y europea: liberalismo económico bien explicado, avanzar más lejos que nadie en libertades civiles y derechos personales, y una política social avanzada, esto es, economía de mercado, sí, pero no cualquiera, sino economía social de mercado. Un partido de las libertades, en suma. De todo esto habrá que escribir mucho, en detalle y en profundidad.
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