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El debate sobre los toros

viernes 05 de marzo de 2010, 07:53h
   A veces uno tiene la impresión de que en España -que es un país riquísimo en argumentos, en matices y en dudas- siempre se está hablando de lo mismo. Y,  cual torna la cigüeña al campanario o tal como regresa cada año el milagro de la primavera, taurinos y anti-taurinos se han enzarzado en un debate, en el parlamento de Cataluña, y cuya onda expansiva, como suele suceder en estos casos, inevitablemente ha llegado hasta Madrid.

    Dos datos como referencia: en Cataluña 180.000 personas han firmado la “Iniciativa Legislativa Popular” para que se prohíban las corridas de toros, mientras que la Comunidad de Madrid, insistiendo en que se trata de la fiesta nacional, declara la tauromaquia como “bien de interés cultural”. Lo que para unos es una crueldad, para otros es una de las bellas artes...

    No caigamos en simplismos, porque éste no es un Barça-Real Madrid, ni siquiera un José Montilla-Esperanza Aguirre. En Cataluña hay, sin duda, personas que van a aplaudir a José Tomás o a Enrique Ponce, y en Madrid hay ciudadanos que jamás pisaron ni pisarán las gradas de Las Ventas. Tampoco caigamos en otro reduccionismo muy en boga: ser taurino es ser de derechas, y estar contra las corridas de toros es progresista y de izquierdas.

    Hablar, en esta polémica, de 'las dos Españas' tampoco procede. Hay una larga tradición cultural, artística e histórica con respecto al mundo de los toros (desde Goya a Picasso y desde García Lorca a Hemingway), del mismo modo que siempre hubo movimientos para los que la lidia y muerte de los astados era una barbaridad. Ni el Parlamento de Cataluña ni la Comunidad de Madrid van a borrar o a subrayar la Historia.

     Pero lo que de verdad sería terrible es que, en esta España con mil problemas urgentes, se aprovechase cualquier pretexto para dividir en vez de para multiplicar; para restar, en lugar de para sumar; para ahondar en las discrepancias, en vez de profundizar en el respeto. Eso es lo verdaderamente preocupante: que cualquier debate, por legítimos que sean los razonamientos enfrentados, termine en división y en intolerancia.

     Tenemos un ejemplo muy a mano y muy relevante, que es el de la Familia Real. Don Juan Carlos, lo mismo que su madre, es un gran aficionado a los toros, y es frecuente verlo en un palco o en una barrera. La Reina Doña Sofía, sin embargo, no es taurina, y jamás se la ve en una tarde de San Isidro o en el espectáculo en que actúan los mejores toreros del momento. Es un caso claro de respeto mutuo, y no pasa nada. Y, además, lo mismo sucede en otras familias españolas, y en ciudades y en pueblos y en aldeas. Hubo un tiempo en que los aficionados pobres vendían el colchón para comprar una entrada y ver torear a “Manolete”, y hay personas que se manifiestan a favor de los toros y en contra de la crueldad de la puya, de las banderillas y del estoque. ¿Vamos a montar por estas discrepancias una guerra civil?



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