Mientras Barack Obama leía la cartilla a Wall Street durante un discurso en Nueva York coincidiendo con el primer aniversario de la fulminante caída de Leham Brothers, la mayor asociación de banca del mundo rechazaba una iniciativa impulsada por el presidente estadounidense y que quieren hacer suya algunos países del G-20 para imponer límites a las primas y bonificaciones de sus directivos y ejecutivos.
El presidente pedía mayor control a los bancos y volvía a insistir en la importancia de poner freno a los salarios astronómicos que reciben los ejecutivos de Wall Street. Pues bien, desde el Instituto de Finanzas Internacionales respondieron a Obama que, efectivamente, “algunas de sus prácticas” empresariales contribuyeron a la “grave y costosa” crisis, pero no quieren ni oír hablar de recortar sueldos.
Y mientras Obama anunciaba su intención de aprobar antes de final de año una nueva regulación más estricta, el regulador bancario se veía obligado a cerrar otros tres bancos regionales, tres nuevas víctimas de la crisis que sitúa el número de entidades quebradas en lo que va de año en 92, cuatro veces más que en el conjunto de 2008.
Obama abandonaba por unas horas la Casa Blanca para dirigirse a las firmas financieras del país, ante la atenta mirada de sus asesores económicos y los representantes de algunas de esas empresas, aunque lo cierto es que ninguno de los mandamases de los principales bancos estaba presente en el Federal Hall de Manhattan. Seguro que estaban trabajando a conciencia para evitar una nueva crisis.