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La soledad del poder

La soledad del poder

viernes 16 de octubre de 2009, 10:49h
Llegué a Madrid como diputado en 1986. Aquel mes de junio también llegaba un diputado por León llamado José Luis Rodríguez Zapatero. Fue uno de los más jóvenes y, en la mesa de edad, junto con el de más años, presidió la sesión inaugural. Posteriormente tuve relación con él. Era una persona seria, silenciosa y trabajadora. Cuando teníamos un follón con Aznar, se nos acercaba y nos decía que él arreglaría aquel panorama. Se sentía destinado a ejercer el liderazgo. Y lo logró.

Así como a él, conocí a todo su entorno. Sobre todo a su amigo más cercano, el diputado por Salamanca Jesús Caldera. Cuando ganaron en el 2004, lo hizo ministro de trabajo. Caldera creía iba a ser el Vicepresidente. Pero no. Eligió a María Teresa Fernández de la Vega una juez que era la última que apagaba la luz del segundo piso del despacho de Grupos en el edificio de la calle Cortes nueve. A Borrell, lo mandó a Estrasburgo. A Almunia a Bruselas. A Jauregi a una Comisión, hoy al Parlamento Europeo. A Jiménez a batallar por Madrid. A Sevilla de ministro de Administraciones Públicas y a la nada.  A López Aguilar a Canarias y ahora a Estrasburgo. A Solbes, lo cesó, y no le volvió a llamar mientras se fue rodeando de gentes incondicionales y sin curriculum que ninguno de ellos podía hacerle sombra. Mucho menos en una crisis. E hizo lo más difícil todavía. Se enfrentó a Prisa, y la ha cuarteado.

El Bambi no era tal. Era y es un personaje de cuidado que no quiere junto a sí nadie que, como los cartujos, le pueda recordar que es mortal y algún día será ceniza. Tampoco ha caído en el error de Aznar de anunciar ocho años de mandato. Ha ejercido el poder de forma solitaria. ¿Mérito o inseguridad?. Para mí, un gran egoísmo, una buena dosis de veneno, una personalidad no agradecida y un improvisador nato. Y para eso necesita la soledad del poder.
Quizás esta asunción como algo normal de la soledad del poder le ha impedido, como a Aznar el 11-M, tener el radar a punto y convocar unos nuevos Pactos de la Moncloa. Ante la magnitud de la crisis se imponía un diagnóstico de hierro entre gobierno, patronal, sindicatos y partidos políticos de forma conjunta para poner al país en zafarrancho de combate, predicar la austeridad y perseguir el despilfarro así como asumir que todo esto o se hace entre todos o no hay nada que hacer. Sin embargo, ha hecho todo lo contrario.
Prohibió hablar de crisis utilizando ésta palabra, hacer bromas con Italia y Francia, prometer el pleno empleo, obsesionarse por estar en reuniones internacionales, hacer el paleto ante Obama, pildorizar la información ante las Cortes, hablar de brotes verdes, cuando la planta estaba seca, perder apoyos, como el nuestro, en mitad del río, cesar al Vicepresidente económico que no quería seguir sus caprichos, cargarse a todos los que le habían aupado y no predicar con el ejemplo. O la soledad del poder, o la tontería del poder. O la gran vanidad del poder. El gas más letal para un político, es el incienso.
A través de las biografías y de conocer a gentes varias he podido darme cuenta de que el ascenso a las posiciones de mando envuelve un progresivo aislamiento. No les gusta la crítica. Y eso que la crítica es como el dolor en el cuerpo humano. Te avisa de que algo no va bien.

El líder es un solitario. Íngrimo y solo. El contacto con el poder, la presencia del poder, el disfrute del poder implican la subida a la montaña, sin compañía alguna, para el diálogo con Jehová entre zarzas ardientes.

Esta soledad inevitable del hombre en el poder me hace recordar aquella anécdota dolorosa de un torero herido. Yace en el hospital. "¿Cómo estás?", le pregunta el único amigo que va a visitarlo. "Aquí, Paco: más solo que la una".

Aunque no lo crea, el líder está más solo que la una. Atrás quedaron las doce como los doce de la última cena. Delante, la sola compañía de Sonsoles. Mientras tanto, en el poder, en el ápice, cuando todo parece obedecerle, vive la hora una, la hora, de la sola campanada.

El lunes pasado estuve hablando largo rato con Raúl del Pozo, acreditado columnista de la Villa y Corte. Le recordé algo que había escrito un día refiriéndose al porque Gaspar Llamazares, un hombre sólido y trabajador como el que más, nunca llegaría a liderar nada: “Tiene cara de pobre” había expresado. Pues sí. En una sociedad mediática, mucho del medio, es el mensaje. Y Zapatero tiene un buen chasis, aunque una mala praxis. Sonríe, cae bien, es luminoso, resulta, tiene una esposa agradable, no insulta, pero su segunda presidencia es un auténtico desastre. Otra quizás hubiera sido la historia si frente a él hubiera tenido en IU, a Antonio Gutiérrez el exsecretario general de CC.OO o a Alberto Ruiz Gallardón, de alter ego en el centro derecha. Todo esto le ha servido en el 2008. Pero no se puede seguir engañando a toda la gente, todo el tiempo. A George Clooney solo se le da una oportunidad. Solo una. Y Zapatero, la ha gastado. No es un gato con siete vidas. Está en la prórroga.

Tengo el convencimiento de que todo hombre -en el poder o no- trata de hacer las cosas lo mejor posible. La maldad es cosa de ignorancia, de no saber, como dicen los orientales. "No saben lo que hacen". Cuando se está en el poder, ese deseo de tener éxito es aún mayor. "Está construyendo su propia gloria,", se afirma del líder que ha alcanzado la posibilidad de realizarse. Y es cierto. Pero también es cierto que en el mismo instante de acceder al mando, comienza a levantarse la niebla del aislamiento que poco a poco habrá de separarlo de sus propias fuentes de energía. Es como Anteo, hijo de la Tierra, a quien Hércules ahogó manteniéndolo en el aire, separado de su madre, para privarlo así de su vitalidad.

Esa niebla es obra de quienes temen que el hombre en el poder pueda oír otras voces que las suyas y vea la realidad desde otro ángulo.

En Moncloa se van creando filtros, obstáculos, vallas al contacto directo con las gentes esperanzadas. Van poniendo tapones en los tímpanos del líder, para qué no oiga las opiniones honestas -equivocadas o no, pero honestas- de quienes desean el triunfo del hombre en el poder, no por interés personal, ni por temor a las consecuencias de un fracaso, sino por amistad, por generosidad humana, por orgullo de ver a uno de los suyos destacarse como creador.

Esos conjuradores de niebla, esos a quienes se les podía llamar "los aisladores", van creando en el hombre en el poder la convicción de su infalibilidad y lo acondicionan para no reaccionar sino ante los elogios. A éstos más que a nada, temía el Libertador. Y mucho antes que Bolívar, dos hombres que mandaron al mismo tiempo -Arún al Raschid y Carlomagno- buscaron remedio a ese peligro: el uno, paseándose disfrazado de mercader por las calles de Bagdad para saber lo que la gente pensaba de su reino; el otro, enviando por todas las tierras del imperio a hombres probos -missi dominici- para informarle de la realidad.

Esto no lo hace Zapatero. “José Luis, no cambies nunca” le decían en el 2004 los jóvenes socialistas en la calle Ferraz.

Pero José Luis cambió. Y así nos va a todos. Desde la soledad del poder, se olvidó que era humano.
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