Los “progres” españoles, y quizás los de todo el mundo, apostaron por
Obama como un ídolo de sus quimeras. Ahora aún no expresan con lamentos públicos su error, pero sufren discretamente la evidencia de que no era uno de los suyos y que el partido demócrata de Estados Unidos está a la izquierda del Partido Republicano pero a la derecha de todos ellos. Aquella pregunta servil de Zapatero de “¿qué puedo hacer por Obama” no tiene otra respuesta que rectificar su “conjunción planetaria”.
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No se trata únicamente de que el flamante Premio Nóbel de la Paz no se haya retirado atropelladamente de Irak como
Zapatero, ni que no haya firmado la pipa de la paz con los ayatolás, ni que no haya condenado al suicidio a los israelíes. Además de ello, va a reforzar sus ejércitos en Afganistán y a presionar a sus aliados a que lo acompañen en la guerra sin frentes ni fronteras que libra el mundo democrático contra el fanatismo disfrazado de islamismo. Y no solo fue a contar sus planes con prioridad a los cadetes de West Point sino que ha tenido el coraje de recordar a los pacifistas de Oslo la clave de toda política de defensa, la eterna máxima de los romanos: “siguieres mantener la paz prepárate para la guerra”.
Si solo fuese una concesión a la retórica militar, nuestros paladines del “no a la guerra” podrían hacerse los sordos, como los sindicatos ante el paro. Pero Obama no solo escucha a sus generales sino que, también, tiene en cuenta la opinión de los economistas. Ahora resulta que quiere bajar los impuestos y reducir la presión fiscal sobre las empresas que contraten trabajadores, afrontando la recesión con fórmulas muy diferentes a las de Zapatero. También ha asumido la conveniencia de construir centrales nucleares de nueva generación para satisfacer las necesidades energéticas de una civilización auténticamente sostenible.
No va a ser fácil navegar en la estela de Obama con escenas góticas o visigóticas ni con declaraciones de amor incondicional. Por suerte para el mundo libre, Estados Unidos sabe que “ninguna nación puede actuar sola”. El defensor del concepto de guerra justa también promueve la economía eficaz y trata de atraer a sus aliados a las realidades del siglo XXI, tan distintas de los delirios de la “progresía” del siglo XX.