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Denuncia de un sacerdote Alejandro Solalinde

Que Policías de Oaxaca, secuestran centroaméricanos

Que Policías de Oaxaca, secuestran centroaméricanos

lunes 07 de mayo de 2007, 03:27h

Un sacerdote acusa a policías de Oaxaca de plagiar a grupos de centroamericanos. Cuatro indocumentados centroamericanos se ocultaban entre los matorrales de la estación de tren, en Ixtepec, a unos 270 kilómetros de la capital de Oaxaca, cuando seis hombres armados y encapuchados los obligaron a subirse a una camioneta pickup, sin placas, ante los ojos de otros migrantes y habitantes de la zona.

Es el séptimo secuestro en grupo —cada uno de entre 10 y 20 centroamericanos— en los últimos seis meses en Ixtepec por donde diariamente cruzan alrededor de 150 indocumentados rumbo al norte. Los migrantes viajan colgados de los vagones, en la ruta Chiapas-Mayab, al sur del país, hacia Estados Unidos.

Dos semanas después del secuestro —el 28 de marzo pasado— los centroamericanos fueron liberados en Medias Aguas, Veracruz, donde fueron escondidos mientras pedían el rescate a sus familias.

"Los parientes depositan el dinero en cuentas bancarias que abren para cada uno de los plagios", denuncia el padre Alejandro Solalinde, diocesano pastoral de la Iglesia Católica para la Movilidad Humana, quien inauguró hace dos meses las instalaciones del albergue Hermanos en el Camino de Dios, a unos metros de la vía del tren y quien ha documentado cada uno de los secuestros.

Solalinde tiene en sus manos un archivo con fotografías, nombres y cargos de los presuntos delincuentes, a quienes ha denunciado a nivel local, estatal y federal, sin que haya tenido respuesta.

La seguridad de los "colgados del tren", depende exclusivamente del cura, que les da alimento desde el 12 de diciembre de 2005 cuando convenció a sus superiores de la importancia de dedicarse a tiempo completo de dar ayuda a los migrantes y lo enviaron a Ixtepec.

"Tenemos un organigrama perfectamente establecido con nombres, cargos y modos de operar que incluye a funcionarios públicos, traficantes de ilegales, corporaciones policiacas, agentes de migración, policías, taxistas, maras (pandilleros de El Salvador) y hasta Zetas (brazo armado del cartel del Golfo)", sentencia Solalinde.

La mañana del 10 de enero pasado, el sacerdote acudió a la estación de ferrocarril, como todos los días para dar alimentos a los migrantes, y éstos le relataron que la Policía Municipal se había llevado a algunos de sus compañeros en una camioneta Suburban de color azul marino y otra camioneta Tracker color verde y golpearon a uno en la cara con la cacha de una pistola.

Solalinde acompañó a los migrantes a buscar a sus compañeros en una casa donde se rumoraba que escondían a los secuestrados. Pero antes de que pudieran entrar al domicilio, policías municipales los golpearon con armas y toletes y se los llevaron a la prisión de la ciudad.

La prensa local narró con detalle el abuso de autoridad y finalmente la Policía Federal Preventiva (PFP) intervino para deslindar responsabilidades. Horas después, el padre y sus protegidos fueron liberados. Solalinde responsabilizó de los hechos al presidente municipal, Felipe Girón, y al comandante de la policía municipal Pedro Flores.

"Hasta la fecha no han recibido castigo", dice Solalinde, preocupado por la perpetua indiferencia de las autoridades.

"Desde que llegué al estado como coordinador del Episcopado para la zona sur del país en Oaxaca, supe que todos quieren hacer negocio con los migrantes: los asaltan, los golpean, los secuestran. Yo enviaba oficios a todas las dependencias del gobierno y jamás me respondieron. Por eso decidí renunciar a mis otras obligaciones de presbítero e instalarme en Ixtepec".

El 14 de mayo de 2005, cuando Solalinde tenía seis meses en la región, se descarriló un tren cargado de maíz en el poblado La Mata —a pocos kilómetros de Ixtepec— en el que viajaban colgados de los vagones alrededor de 300 indocumentados. Un hondureño murió triturado y cinco resultaron gravemente lesionados.

Los heridos no podían creer que los policías que apoyaban las labores de rescate eran los mismos que por la mañana los habían asaltado.

"Estos testimonios fueron mi despertar. Ahí me di cuenta de que no eran mis sospechas, que era la realidad", recuerda Solalinde, de 62 años, 33 de ellos dedicados al sacerdocio.

Inició, entonces, una negociación directa con los policías municipales: ellos dejarían de robar a los indocumentados y él, a cambio, les daría terapias psicológicas para ellos y sus familias, pues tiene una maestría en el área. El pacto sólo duró dos meses.

Después de la tregua, los atracos contra indocumentados se reactivaron con mayor descaro. A mediados del año pasado, en una madrugada, dos sujetos robaron las pocas pertenencias de 44 indocumentados en cinco horas. "Llamé a dos patrulleros y les dije: ‘Son ellos’, pero no me hicieron caso. Se fueron en dirección contraria".

Solalinde necesitaba pruebas de las fechorías. Fue cuando comenzó a tomar fotografías de los ladrones con apoyo de jóvenes voluntarios. De ahí su archivo sobre el tema.

"Por tener evidencia ahora me amenazan de muerte", afirma Solalinde. Hace un mes y medio un mara a quien apodan "El Chicano", se le acercó en las vías del tren cuando daba información sobre el alberque para migrantes y lo sentenció a morir de un tiro en la cabeza o de una "madriza" (golpeado).

"Vivo ahora con esa pesadilla", dice el padre.

También han intimidado a algunos de los 10 colaboradores de la Pastoral para la Movilidad Humana. Hace dos semanas dos hombres intentaron secuestrar a un muchacho de 20 años que servía de guía a los migrantes para que éstos llegaran hasta el albergue.

"Estaba muy comprometido con la causa del refugio, pero renunció hace tres días por miedo a que lo maten", explica Solalinde.

Hermanos en el Camino de Dios —que alberga en promedio a 300 centroamericanos— se encuentra en un terreno de 1,700 metros de la Diócesis de Tehuantepec. Es una bodega con baño y cocina que los mismos migrantes albañiles, electricistas y plomeros han construido bajo la dirección de Solalinde.

Han dejado así un regazo en el calvario de la travesía por México.

"Ahora tienen un lugar en donde descansar, para asearse, ir al baño, medicinas, servicio médico y un persistente denunciante de los abusos, al que un día le harán caso", insiste el sacerdote.

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