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El tarro de las esencias

El tarro de las esencias

lunes 18 de junio de 2007, 18:18h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes

Creo que los fieles a las esencias patrias han podido disfrutar de un finde glorioso. Tal es así que hasta tío Manolo, el terrateniente sevillano, ha encajado con impertérrita flema, impasible el ademán, (o sea, sin su habitual ataque de señorial furia) el ver como el Sevilla quedaba clasificado en tercer lugar en la Liga Nacional de Fútbol. Porque lo cierto es, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y españolizados niños y niñas que me leéis, que ayer daba gusto ser español hasta en Ondárroa. Y con un par. Con un par de buenas razones. El Real Madrid (por cierto, felicidades, querido Carlos Abella, catalán de pro, flamante director general de la Fundación del hoy campeonísimo de Liga) lograba su liga número 30 y a costa del F.C. Barcelona. Que hacía 23 años que el primer y el segundo clasificado empataban a puntos al acabarse la temporada.

Y, a 620 kilómetros más o menos del Santiago Bernabéu, a las siete de la tarde (si lo contamos por el sol, seguían siendo las lorquianas cinco) José Tomás, el mito hecho carne, torero de Galapagar (Comunidad de Madrid), de celeste y oro, iniciaba el paseíllo en la Plaza Monumental de Barcelona, que para la ocasión había colgado el cartel de “no hay billetes”. Completando la terna, Finito de Córdoba (andaluz de Sabadell, como su nombre no indica) y Cayetano Rivera, nuevo en la plaza, y por cuyas venas corre la sangre de los Dominguín, de los Ordóñez y de Paquirri, como me apunta Damián, mi valet de chambre, adicto a la tauromaquia, como que ya anda traduciendo al catalán el Cossío.  En Barcelona, la ciudad municipalmente antitaurina desde 2004, hasta doña Ana Hernández de Montilla, esposa del presidente de la Generalitat (ese catalán de Iznájar, Córdoba) se hacía ver en localidad preferente.

Porque menos yo, (lo reconozco, de los toros de lidia sólo me gusta el solomillo a la parrilla y un peu sagnant), estaban en el coso todos y todas. El tout Barcelonne, el todo Madrid y hasta el todo Sevilla, que vino Cayetana (de Alba, of course) y sus íntimos Carmen Tello y el maestro Curro Romero. Música en la tarde y el aire en suspenso cuando José Tomás hizo un quite por gaoneras, después de una magistral tanda de chicuelinas y verónicas. Y, claro, el delirio de quienes adoran la Fiesta Nacional de España. Y el que no estaba en la Monumental de Barcelona, como que estaba en el palco del Santiago Bernabéu, que se iban David Beckham (por cierto, y con él, Victoria, su esposa) y Roberto Carlos en loor de multitud enfervorizada.

Vuelven, a tres días escasos del verano, el fútbol y los toros. El fútbol-fútbol (aunque el madridista lo dirija Fabio Capello); y el toro-toro (bueno, dejémoslo en morlacos suaves, pastueños y cómodos para los que encabezan el escalafón de la torería, que tampoco es cuestión de dar demasiado trabajo a los cirujanos de las plazas de toros). Se vuelve a destapar pues, pequeñines/as míos/as, el tarro de las esencias patrias. Porque hay una España que no se rompe, una España que se aglutina en torno a la rojigualda, al toro de Osborne, al once –y a los suplentes, claro-- del Real Madrid.  Antes, en aquellos tiempos del Siglo de Oro, se ponía una pica en Flandes. Hogaño, se monta una corrida con un cartel fenomenal en la Monumental de Barcelona. Y todos tan contentos. Y hasta creo que en la sede del peperío, en la madrileña calle de Génova, esta mañana de lunes de junio, en la semanal reunión de maitines, Marianito Rajoy entró canturreando algo así como “¡arriba, chicos del Pepé!! // que en España empieza a amanecer!”.

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