martes 03 de abril de 2012, 16:36h
Semana de Pasión, pero no sólo para Rajoy, asediado por los
mercados, haciendo, o teniendo que hacer, lo que había negado "tres veces antes
de que el gallo cantara dos". Semana de Pasión, como casi todas las semanas
desde hace demasiado tiempo, para cinco millones de parados y sus familias;
para tantos indigentes sin presente ni esperanza; para los privados de
libertad; para los pobres y los débiles, para los más desfavorecidos a los que
les van a recortar sus derechos y les van a dejar a la intemperie social; para
los pensionistas que no llegan a fin de mes; para los inmigrantes sin familia,
sin apoyos y sin futuro porque ni siquiera pueden volver a sus lugares de
origen; para los inocentes que no van ni siquiera a tener la oportunidad de
nacer...
Por todos ellos murió hace más de 2.000 años el Cristo vivo, ese hombre
del que destaca, en palabras de Javier Gomá Lanzón, y "con fundamento
científico, su ejemplaridad extraordinaria y excepcional, no regateada ni
siquiera por los más acreditados anticristianos". Esa "desmesura de
ejemplaridad", que apunta el filósofo y erudito, "ese modo tan anómalamente
exagerado y radical de vivirla y una combinación tan asombrosa de autoridad y
libertad" es lo que da sentido a la Semana Santa de los cristianos para los que
estas fechas son las más importantes del año, la conmemoración fundamental de
una fe, la expresión de la entrega absoluta y, sobre todo, de la resurrección.
Para quienes creemos que si Cristo no hubiera resucitado la vida no tendría
sentido, esa fe se debe vivir ahora en plenitud.
Los cristianos -y los que no lo son, pero se han educado en los valores
del humanismo cristiano, que son casi todos los que viven como nosotros-
deberíamos vivir la vida con esa radicalidad de Jesús de Nazareth, con esa
defensa permanente de los hombres, de su integridad. Con esa condena también
radical de los cínicos, de los hipócritas, de los fariseos, de los que hacen de
la mentira su hábitat natural. Aunque los cristianos caigamos todos los días en
la contradicción entre nuestra fe y nuestra práctica, la apuesta tiene que ser
por los derechos de los pobres, por los desheredados, por los marginados, por
los desfavorecidos. También por la verdad, por la humildad, por la hermandad,
por la solidaridad. No puede haber ni fe ni amor sin obras. Es tiempo de cristianos osados en la lucha
contra la pobreza. Es tiempo de denuncia: "no es justo que los pobres paguemos
las consecuencias de una crisis que no provocamos" como afirma Valentín
Masengo, el obispo congoleño de Kabinda. Es tiempo de "cristianos en serio,
no en serie", como dice el nuevo abad de Silos. Es tiempo de verdad y de
perdón. Para los cristianos y para los que no lo son. Es la Semana Santa que
recuerda la muerte en la cruz, la entrega absoluta del Dios hecho hombre.