Muy
breve, porque me parece que no hay que dar demasiadas explicaciones una vez que
hemos llegado a este punto:
Entiendo
la protesta, nunca la algarada. Comprendo el malestar y participo de él, pero
creo en el sistema democrático como vía de resolución de conflictos. Sé que lo
que llaman 'el régimen' es mejorable, pero también creo que hay que proclamar
que ha sido ahora cuando mejor hemos estado históricamente, y cuando mayores
perspectivas tenemos, confío, de mejorar. Creo en la crítica, jamás en la
violencia. Amo la legalidad, aunque desconfío de la deriva de este legislativo
y también de algunas leyes. Defenderé con mi vida la democracia, y ello implica
defenderla también contra quienes la usan para, en el fondo, destruirla.
Desconfío también de este Ejecutivo y de este Judicial, pero ahí sigue
Montesquieu, que significa la posibilidad de que unos poderes regeneren a los
otros. Abomino de las palabras 'destruir', 'derribar', 'acabar' y 'asaltar';
hay que utilizarlas, pienso, muy excepcionalmente: todas ellas encierran una
cierta carga de agitación, que es lo contrario de la moderación, que es donde
prefiero moverme.
Podría
seguir, pero para qué. En resumen, que quienes hacen su santo y seña del asalto
al Parlamento, de la caída de un Régimen --que tendrá muchos defectos, pero es
democrático--, quienes convierten su misión en la vida en proclamar el
desprecio a las urnas y a las instituciones que nos hemos dado, esos, a mí me
tendrán siempre enfrente. Y que sepan que, con su comportamiento presuntamente
energúmeno -confío en equivocarme--, dan una satisfacción a quienes, en el
fondo, quieren que nada cambie. Porque si quienes protestan contra el actual
estado de cosas son estos de la 'plataforma' que han decidido, algo
presuntuosamente por cierto, 'rodear' el Parlamento para echar a cuantos en él
se encuentren, los inmovilistas pueden estar tranquilos: esta gente no
representa más allá del ruido y el malestar ciudadano que provoquen. Quienes
creemos en las virtudes de la protesta, de la libertad de expresión, de la
crítica, del debate abierto, en el derecho a la manifestación, vamos a tener
este 25 de abril un mal día. Y vuelvo a confiar en equivocarme y que, al final,
nada haya y las proclamas irresponsables de unos alocados que abusan de la maravillosa
autopista de Internet se disuelvan como el humo.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>