Al final, la cosa acabó
estallando. No podía ser de otra manera, a la vista de la serie de despropósitos,
torpezas, mentiras y medias verdades con los que se ha manejado el 'caso
Snowden', que ha acabado enemistando a buena parte de los países
latinoamericanos con los Estados Unidos y con algunos países europeos -España
entre ellos--, pero también a Europa con la Administración de
Barack Obama, que
ha visto esfumarse de golpe casi toda la popularidad adquirida en su primer
mandato. El disparate ha sido el de Obama centrando toda su artillería
diplomática -que no es poca- y todo el rigor de 'sus'
jueces contra dos hombres,
Julian Assange, fundador de Wikileaks, y
Edward
Snowden, un antiguo colaborador de la CIA que, como Assange, ha revelado
bastantes cosas 'non gratas' sobre escuchas, controles ilegales y
acciones irregulares llevados a cabo por la nación más poderosa del mundo.
Por su parte, las torpezas
las han practicado, y no poco, los gobiernos de Suecia -el país que acusó
con pruebas más que dudosas a Assange como presunto violador--, Austria, Portugal,
Italia, Francia...y seguramente España. Pasando por Gran Bretaña y
Alemania, donde se ha aceptado casi oficiosamente que ellos también espían a
rivales no políticos, sino comerciales.
Todo un conflicto
internacional a causa de un hombre, Snowden, cuya buena fe hay que presumir, y que
creyó que su deber consistía en divulgar los manejos sucios de ese país más
poderoso del orbe. Y, al final, un 'ejército' de solo tres
personas, Assange, Snowden y, si usted quiere, el infortunado soldado
Manning,
acusados de alta traición por Washington, han puesto en jaque muchos años de
relaciones internacionales y, desde luego, se han convertido en el quebradero
de cabeza principal para el inquilino del despacho oval de la Casa Blanca.
No resulta demasiado extraño
que algunos presidentes latinoamericanos hayan apoyado a su colega boliviano,
Evo Morales, en su indignación por no haber podido aterrizar con su avión
presidencial en cuatro países europeos, que creyeron la historia, fabricada al
parecer por la CIA, según la cual a bordo viajaba clandestinamente Snowden. El
propio embajador español en Viena se encargó de poner la nota chusca al
solicitar a Morales que le invitase a un café en el avión, para así comprobar
que el personaje ahora más buscado de la tierra no se hallaba en el aparato. No
hubo, claro está, convite.
La diplomacia europea, tan
inane, tan presionada por el gran aliado al otro lado del charco, no ha sabido
manejar el asunto y ha dado alas a los del 'frente Alba' (Alianza
Bolivariana para los Pueblos de América) y, sobre todo, a su líder, el
venezolano
Nicolás Maduro, para abrir un nuevo frente contra el 'vecino
del norte' y, de paso, contra varios países de la UE en general y contra
España en particular: hay que decir que Maduro mostró pésima educación y aún
más desprecio hacia las normas diplomáticas que su antecesor,
Hugo Chávez, al
referirse a
Mariano Rajoy y al Gobierno español casi como narcotraficantes y
ladrones. Por menos que eso se han roto relaciones diplomáticas, algo que,
desde luego, conviene poco a un Ejecutivo, el de Rajoy, que intenta por todos los
medios quitar tensión al lamentable 'affaire'.
Pero desde ya se puede decir
que habrá consecuencias: la primera, la invitación formal de Maduro a Snowden
para recibir asilo 'humanitario' en Venezuela, lo que abre un foso
aún más profundo en las relaciones Caracas-Washington. La segunda, que los países
del Alba, entre los que se encuentran la propia Venezuela, Bolivia, Ecuador,
Cuba y Nicaragua, además de otros Estados menores, no acudirán a la 'cumbre'
iberoamericana de octubre en Panamá, lo que es un nuevo revés diplomático para
España, que sabe que tampoco estará presente la belicosa
Cristina Fernández de
Kirchner, entre otras ausencias previsibles. La pérdida de influencia de España
en los países que descubrió, colonizó y con los que, muchos más tarde, inició
una cooperación efectiva, ha sido demasiado grande y demasiado rápida.
Pienso que España, aun
esforzándose por mantener las formas con todos, poco podía hacer ante las
presiones norteamericanas no solo para que se deniegue el asilo a ese Snowden a
quien nadie encuentra en su presunto 'refugio' del aeropuerto de
Moscú, sino incluso para no dar 'asilo' tampoco al avión de
Morales, cosa que, por cierto, sí se hizo inicialmente en Canarias.
El ministro español de
Exteriores,
José Manuel García Margallo, trata ahora de mantener la cabeza por
encima de las aguas, que vienen bravas, preguntándose en público por las
razones de la indignación latinoamericana. La diplomacia europea, tan
deficientemente gestionada por la baronesa
Ashton, intenta ahora mantener su
dignidad y no aparecer como recadera de Washington. Los Estados Unidos buscan
desviar la atención centrando su actuación en la seguridad del mundo mundial. El
infumable Maduro aprovecha para alzarse como cabeza de la América Latina 'contestataria'... Y
el resultado ha sido un empeoramiento de las relaciones internacionales, una
mayor desconfianza hacia la Administración de ese hasta recientemente admirado
Barack Obama y, aquí en casa, un varapalo para España, que difícilmente podrá
reivindicar ahora su papel de interlocutor entre las dos orillas del Atlántico.
Sin contar con la indignación del común de los ciudadanos ante la patente
injusticia que significa esta persecución del 'establishment' por
tierra, mar y aire a un hombre cuyas acusaciones no han podido ser desmentidas.
Lo dicho: un auténtico
dislate, vamos.
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