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Hulega de transportitas, Irlanda y la UE...

La semana de la crispación

domingo 15 de junio de 2008, 13:21h
No ha sido precisamente una semana agradable para esa mayoría de españoles que dan por superados los tiempos del particularismo y creían encaminado el país por sendas europeas y occidentales de modernidad, y lo descubren otra vez anclado políticamente, contra la realidad social cambiada, en el esperpento, la frivolidad, la división incivil y las corruptelas. En cierto modo, lo descrito y denunciado hace ocho décadas por Ortega vuelve a ser la realidad que nos envuelve y asfixia. Así podía este viernes en Madrid, en el espectacular almuerzo convocado por el Foro Nueva Economía, ante más de 800 políticos, empresarios y profesionales, proclamar el presidente Calderón que la República de México es ya la primera potencia de lengua española y anunciar su aspiración a convertirse en la cuarta potencia económica del mundo. A mi lado, un gran financiero español, de histórico y ejemplar apellido, reconocía el “sorpasso” y confesaba su bochorno.
Y es que ha sido la semana de la huelga de transportistas, del “hasta aquí hemos llegado” de los pescadores, de la indignación de los agricultores, de las interminables colas en las gasolineras, de los estantes vacíos en los supermercados. La semana en la que un conductor iracundo, socio de una cooperativa, arrolló a un huelguista, le aplastó contra la mediana de la carretera y remató la faena pasándole las ruedas por encima, cobrándose su vida. La semana en que unos piquetes huelguistas decidieron pasar de la información a los hechos y prendieron fuego a varios camiones. La semana en que el Gobierno empleó con exceso la fuerza policial contra huelguistas, pescadores y agricultores, sin ponderar las causas de la delicada situación económica y social que atraviesa el país. Hay que entender que los transportistas, o los pescadores, o los agricultores, o los ganaderos no se lanzan a la huelga y a las calles por fastidiar, sino porque realmente su situación económica se acerca a un punto que pondría en peligro sus condiciones básicas de vida, y no ven que los políticos hagan algo serio para afrontar y mitigar la crisis.
   
Vuelve a ser cierto que escribir en España, es llorar. En este escenario de crisis económica, cuando crujen todas las cuadernas sociales, empresariales y políticas del país, la oposición sigue ausente, en lo suyo, que no está muy claro lo que es. Así que la oposición no está ni se la espera. Del enemigo el consejo, algo debiera recelar, por ejemplo, doña Soraya Sáez de Santamaría, de los edulcorados elogios que recibe desde las filas socialistas. A estas alturas del proceso y salvo improbables sorpresas de última hora ya se sabe que, en el congreso extraordinario de Valencia, el PP va a cerrar en falso la crisis abierta por la segunda –y en esta ocasión, ganada a pulso– derrota electoral consecutiva.

Eso de las “derrotas dulces” está bien para decirlo Felipe González en 1995, tras la friolera de trece años ininterrumpidos en el poder. Todo se termina alguna vez, y después de lo por entonces sucedido podía tenerse por dulce el salir del poder sin ser despeñados. Pero hablar de derrotas dulces desde la permanencia en la oposición, y frente a un Gobierno que había perdido claramente las riendas de la economía en plena crisis, no es siquiera una broma, es un sarcasmo.

No todo es negativo en la semana que termina. Por lo menos, el equipo económico del Gobierno, y no sólo el vicepresidente Solbes, ha reconocido y asumido que la evasiva de la desaceleración, o de la desaceleración muy pronunciada, o cualquier otra cosa que, para eludir el reconocimiento verbal de la realidad, se le ocurra a la fértil y eficaz imaginación del equipo de marketing, tiene un límite, y ya se acepta que hablamos de crisis. Todavía se niega la evidencia de la recesión inminente, pero ya es crisis. Algo es algo. Aceptan también que el año 2009 no sólo no será el del inicio de la recuperación, que ahora ya se pospone a 2010 o incluso 2011, sino que el año próximo será mucho peor que el actual.
   
Tal como van las cosas, con un poder instalado en el marketing, con brillantez y eficacia, todo hay que decirlo, y una oposición lastrada por sus incoherencias internas, mientras el imprescindible y urgente diálogo territorial no puede desarrollarse –y no por culpa de los partidos nacionalistas, sino por la ausencia de interlocutores capaces en los dos grandes partidos transversales del Estado–, en el umbral de una fase profunda de desempleo, recorte de beneficios empresariales y pérdida general de competitividad, se acerca la hora de que la clase política afronte su responsabilidad en tiempos de crisis. Si aquellos admirables y acertados “pactos de La Moncloa” fueron posibles ¿por qué no es posible ahora, cuando igualmente se necesita, un encuentro semejante de voluntades? Los ciudadanos acusarán recibo de lo que suceda.
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