Está en España, pero no se le espera en las alturas de su casa política pese a que cuando se fue era el ministro más apreciado del último gobierno del Partido Popular. Hablo de
Rodrigo Rato, el hombre que pudo reinar en el PP, tras la marcha de
Aznar. Sus dos últimas apariciones públicas -en Madrid en la presentación de una buena novela de
Curri Valenzuela- y en Sevilla, en un foro económico, han desbordado el auditorio. He sido testigo del ansia periodística y del interés de la gente de a pie por conocer la opinión de Rato sobre la crisis . Su conocida habilidad dialéctica, no ha menguado:
"¿Qué habría hecho usted en éstas circunstancias sí fuera ministro? -le preguntaron-.
"Ahora, no soy ministro ...-respondió albardando la respuesta con un prolongado silencio-,...pero -concluyó-,
he aprendido que en economía, esperar es muy caro".
Observando cómo sea arremolina y cómo le mira la gente -un fenómeno de carisma que recuerda el fervorín que todavía rodea a
Felipe González-, uno se pregunta cómo es posible que la derecha española permanezca sentada en la estación de
Rajoy -un hombre valioso, sin duda, pero sin tirón popular- dejando pasar el tren de Rato.
Claro que el cambio climático afecta a todos por igual y como prueba, ahí están las gentes del PSOE contemporizando con las ocurrencias políticas de
Zapatero mientras
Bono se dedica a ordenar el tráfico en el Congreso de los Diputados y
Rosa Díez y
Savater han tenido que fundar otro partido.