El mendigo-anuncio
viernes 10 de octubre de 2008, 11:39h
Gallardón anda en Acapulco intentando llevar a buen puerto la candidatura olímpica de Madrid, y aquí nos ha dejado una polémica que se está generalizando. Hubo un Madrid añejo y provinciano, tan añejo y provinciano como entrañable, con imágenes que formaban parte de su paisaje urbano y que la modernidad fue devorando, como ha hecho con tantas cosas. Y entre esas imágenes añejas estaba la del hombre-anuncio, no tan vieja como el hombre, pero sí tan antigua como la publicidad.
Después llegaron los modernos medios de comunicación, los nuevos sistemas de propagación de la compra-venta, y desaparecieron del paisaje de Madrid los hombres acorazados con cartelones de propaganda. Pero de unos años a esta parte, quizá por la incipiente crisis que hoy es triste realidad, por la necesidad de abaratar costes en la explotación publicitaria o porque había mano de obra barata para hacer de soporte publicitario, el caso es que volvió a las calles de Madrid el hombre-anuncio, hasta el punto de proliferar como nunca lo había hecho en esta Villa.
La nueva ordenanza de regulación de la publicidad callejera prohíbe la presencia del hombre-anuncio. El alcalde dice que en defensa de la dignidad del ser humano, y aquí es donde nace la polémica entre si es mayor indignidad para un hombre llevar un cartelón publicitario o para un deportista de élite ir forrado de publicidad desde la cabeza a los píes, incluso por dentro; si es más lesivo para la dignidad del ser humano pasear un cartel anunciador o esperar en la cola del paro; si la dignidad pasa por tener un trabajo o por dejar aquel tipo de trabajo que el alcalde considera que no es digno, incluso en tiempo de crisis laboral como la que estamos atravesando.
Esto es muy discutible, pero quizá, si la única razón es la dignidad del ser humano, lo mejor habría sido consultar a estas personas, saber qué piensan, si se sienten utilizadas de forma indigna, si se consideran hombres-objeto o, simplemente, trabajadores de mano de obra no cualificada, o aspiran, como los grandes deportistas, a complementar sus sueldos con un trabajo extra como paseadores de publicidad.
A mí me parece, que por las calles de Madrid hay otras imágenes mucho más lacerantes e indignas, más conmovedoras y ausentes de derechos humanos, como son los mendigos, vagabundos y tullidos tirados sobre las aceras, con sus carteles colgados sobre el pecho, en donde cuentan que están en el paro, o enfermos, que tienen hambre, o las tres cosas a la vez. O esos niños utilizados en la mendicidad, explotados por adultos, que se convierten en el retablo viviente, en el reclamo publicitario de la pobreza, sin que sean capaces de alterar conciencias municipales.
Lo del hombre anuncio sí o no, no me parece tan grave como mantener en las calles otras imágenes más dolientes, más indignas para el ser humano, como esa legión de menesterosos y marginados que van anunciando su indigencia y su estómago vacío por el escaparate pomposo de la Gran Vía.