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Cultura sin adjetivos

Cervantino con Ramón Vargas

Cervantino con Ramón Vargas

domingo 12 de octubre de 2008, 00:24h

 

Un paseo por todas las estaciones anímicas conocidas hasta hoy por la mente humana resultó el concierto ofrecido por el tenor mexicano Ramón Vargas, la víspera, en el Teatro Juárez, como su única presentación dentro del 36 Festival Internacional Cervantino (FIC).

Del dramatismo de los temas de Johannes Brahms, a la dulce picardía de Xavier Montsalvadge y de las pasiones imposibles de Sergei Rachmaninov a la ternura amorosa de Manuel M. Ponce, el repertorio del concierto tuvo como hilo conductor el amor en todas sus formas de dar, recibir e ignorar.

"Vamos a tratar de hacer una velada rica, bonita", dijo el tenor nacido en la capital del país al aparecer en el escenario, acompañado por la pianista georgiana Mzia Bakhtouridze, apenas pasadas las 21:00 horas. Después de 120 minutos, la meta cumplida dejó al público subyugado.

A pesar de que los críticos acuciosos y el público perspicaz advirtió una leve molestia en la garganta del cantante durante la parte inicial del recital, al cabo de los minutos, esa impresión desapareció para dar paso a un caudal de emociones cuyo vaivén mantuvo atento y conmovido a cada asistente.

Desde el principio supo que el escenario era todo suyo.

Guanajuatenses, mexicanos de otras entidades del país y no pocos extranjeros que acuden al FIC lo recibieron con una ovación que, evidentemente, conmovieron de la misma manera al tenor y a la pianista, mancuerna artística de altos vuelos.

"Voy a cantar cuatro canciones cortas que deben ser interpretadas una tras otra. Por favor no aplaudan al término de cada una de ellas. Mejor, al final, si lo merezco, aplaudan todos juntos", pidió el cantante, quien obsequió al FIC el mismo concierto que ofreció en el MET de Nueva York.

Las canciones tristes y melancólicas se sucedieron poco a poco.

El portento de voz que Natura prodigó a Vargas retumbó en el centenario Teatro Juárez, que si bien no estuvo ocupado en su aforo total y lució balcones completos deshabitados, sí contó con un público conocedor que degustó cada obra.

El rigor de la ópera, la estética del fraseo y la estampa del tenor llenaron el escenario, en medio de canciones arrancadas a la lírica más exquisita, para hablar del amor terminado, de la amada distante, de la vida sin sentido si se carece del calor de la pareja, y de la muerte, cuando ya no sabe tan amarga.

Sigue Embelesó... dos... amarga.

Las candilejas del Juárez iluminaban apenas el rostro de la gente del pueblo y de los diplomáticos que asistieron, de los estudiantes y los funcionarios gubernamentales y de los periodistas quienes comulgaron en aras de la ópera durante casi dos horas gracias a la voz del tenor mundial.

"Negrito cabeza de coco/ grano de café_" ("Canción de cuna para dormir a un negrito") catapultó a Ramón Vargas a la cresta del gusto general. Había prometido 100 minutos de concierto y, conforme al programa, el lapso de cumplió cabalmente, pero el público hambriento, quería más.

Terminado el concierto y satisfecho el cantante, sólo faltaba un ingrediente para que la noche fuera perfecta: que el público decidiera volver a casa con la misma satisfacción que el tenor. Así lo notó Ramón Vargas y, de la mano de su pianista, regresó al escenario para impactar con "La Borrachita".

Apoteótico. La pareja de artistas se despidió y desapareció del escenario. El respetable, lejos de satisfacer su hambre de ópera de factura intachable, en medio de un frenesí alucinante, pidió más y más con aplausos acompasados y bien coordinados. Nuevamente, cantante y tecladista, aparecieron felices.

"A la orilla de un palmar" fue la estocada que, en el más afectuoso de los sentidos mató a la concurrencia. Las ovaciones, los gritos de felicitación y las palabras de agradecimiento se dejaron escuchar desde las primeras filas y hasta los elevadísimos pisos superiores, hasta donde Vargas se escuchó.

Y sucedió lo increíble aunque predecible. Un nuevo ribete para el concierto que en ese instante ya era de antología. Vargas elevó la voz para cantar "Te quiero/dijiste/tomando mis manos/ entre tus manitas/ de blanco marfil_" de María Grever. La locura. El público no supo ya como decir gracias al artista.

Por fin, la gente, poco a poco, desfiló rumbo a la salida. No hubo más que muestras de cariño y admiración para el tenor mexicano.

Y en los pasillos, escalinatas y salones del teatro, se escucharon voces en el sentido de que Vargas es, hoy por hoy, el mejor tenor de habla hispana que existe en el mundo.

 

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