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La fuerza de la esperanza

La fuerza de la esperanza

sábado 18 de octubre de 2008, 01:33h
El cristiano cree en Jesús resucitado, presente y actuante en el mundo

 

La próxima jornada electoral nos ofrece una oportunidad para abrir espacios democráticos. No podemos faltar a esta cita con la nación.

Los obstáculos son serios y múltiples para una serena, libre y efectiva manifestación del derecho-deber ciudadano de elegir a quienes han de gobernarnos en estados y alcaldías. No existe un genuino Estado de Derecho, una real separación de poderes; la ideología que guía la acción oficial es de corte totalitario, con todo lo que conlleva de manejos nada transparentes y prácticas intimidatorias. Sin embargo, es preciso aprovechar toda oportunidad a fin de que la tenaza opresora no se siga cerrando, y –es lo deseable y obligante– el "proceso" se revierta significativamente hacia el logro de una convivencia en libertad, justicia, paz y fraternidad.

Cualesquiera sean los resultados, se ha de mantener la esperanza en alto. Y en este sentido ayudará mucho el pensar en lo que tiene realmente futuro en la historia humana.

No tienen futuro la exclusión ni el apartheid; la hegemonía cultural, comunicacional, educativa; las injustas desigualdades; la militarización de la sociedad; el culto "idolátrico" de la personalidad; el desenfreno de la discrecionalidad y la corrupción administrativas; la masificación de las personas y los grupos sociales; el odio y la retaliación. Todo ello podrá imponerse un tiempo corto o largo, pero la mente, el corazón y el brazo humanos siguen trabajando hacia horizontes acordes con la dignidad de la persona y de la comunidad de personas.

No tiene futuro una sociedad masificada, monocolor y monocorde, de pensamiento impuesto y acción gregaria. Hemos sido creados por un Dios que es pluralidad de personas, perfecta libertad y cuya unidad es un mutuo darse amoroso. El Dios uno y único que se ha revelado en Jesucristo es familia, comunión, trinidad. Y la humanidad que Él ha lanzado a la historia tiene que reflejar la unidad diferenciada divina, formando una comunidad en que cada persona se afirma en su inalienable identidad, a través de una libre entrega.

Para el creyente de veras, motor de compromiso permanente es su convicción acerca del triunfo definitivo del bien sobre el mal, de la verdad sobre la falsedad y la mentira, de la unidad sobre la dispersión y el enfrentamiento, de la paz sobre la guerra, del amor sobre la frialdad y el odio. Y para todo auténtico humanista, ineludible imperativo constituye la búsqueda incansable de la verdad, del bien, de la fraternidad.

Esperanza no es sinónimo de optimismo ingenuo, ni de futuro pasivamente aguardado.

Exige iniciativa, protagonismo servicial, amor a Dios y al prójimo. El fatalismo no tiene lugar en la esperanza.

En quien no cree en Dios, la esperanza se funda sólo en las posibilidades de la libertad y las capacidades personales, en conjunción con las de quienes son acompañantes en el dramático peregrinar humano.

Para el creyente, la esperanza se apoya primordialmente en la asistencia liberadora de Dios y en su promesa de una plenitud que trasciende la historia. El cristiano cree en Jesús resucitado, presente y actuante en el mundo, y en su retorno glorioso.

Reanimar la esperanza es clave para la gestación de una "nueva sociedad". La desesperanza desanima, inhibe, paraliza, postra o conduce a sustitutos alienantes como la sumisión despersonalizante, el pesimismo fatalista, la vida inauténtica y otros alibis negativos.

Que nada ni nadie nos abata la esperanza.

Monseñor Ovidio Pérez Morales 
[email protected]  

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