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La lluvia que duele

La lluvia que duele

domingo 18 de febrero de 2007, 17:55h

El mal puede ser mejor comprendido o mejor administrado cuando proviene de la naturaleza humana. Tenemos las herramientas para dar un contexto a la maldad de carne y hueso y generar mecanismos de resistencia o movimientos de cintura que esquiven los dardos de la mezquindad. Es el otro tipo de mal el que nos quita toda brújula; es ese mal que cuelga de la naturaleza. Cuando el planeta despierta en su furia y se roba nuestras acumulaciones materiales, cuando no se lleva la vida de nuestros seres cercanos, nos descubrimos expuestos. En medio de este absurdo buscamos alguna explicación o consuelo. Los últimos siglos han sido marcados por la violación al medio ambiente y podemos decir sin temor a equivocarnos que de la matriz de esta tierra sale la respuesta al abuso que ha ejercido la mano del hombre.

Sin embargo, lo anterior pierde su peso cuando nos vemos enroscados en tercas lluvias que ponen en situación de emergencia y en estado de permanente temor a un pedazo de la población boliviana. Las garras del mal tiempo se han incrustado en los sembradíos cargando nuestro alimento de mañana. La lluvia en oriente y occidente ha rugido hasta llevarse muebles, paredes, animales y nuestras propias vidas. Lo único que el agua no arrastra es el dolor. Pero si con algo hay que reconfortarse es con el hecho de que el desastre ha puesto en una vitrina los profundos lazos entre bolivianos.

Consignas en mediáticos cabildos o eufóricos discursos políticos han quedado del tamaño de una pulga frente a los enormes eslabones de la cadena de nuestra solidaridad. Con esto podemos recobrar la esperanza, como en ese febrero paceño que Juan Carlos Orihuela y Álvaro Montenegro evocan en la "Canción del agua nueva": "Retornaremos a las retamas y a las escuelas/ inventaremos nuevos parques/ sacudiendo la tristeza/ en el reposo de la montaña de luz".

Con todo, es más que difícil deshacerse de la imagen de la radio grabadora revolcada en el barro; es humanamente imposible echar en el olvido la mirada perdida del perro mojado detrás de un cajón remojado. Las lluvias que nos han quitado de los brazos esa wawita de un año nos hacen arder el alma.
 
Extractado de La Época. Febrero de 2007  

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