Midnigth Rose. Mucha fachada para tan poca consistencia

En los bajos del hotel se ha abierto un restaurante, Midnigth Rose, que con ese nombre, ya se imaginarán ustedes que sus especialidad no es el cocido ni los callos a la madrileña. En realidad el lugar está gestionado por una empresa cuyo propietario es el marido de Cindy Crawford. De hecho, cuando se inauguró a finales de año pasado vino el flamante matrimonio a apoyar la puesta de largo. Y salieron en todas las revistas y televisiones para gloria de los responsables aquí en Madrid. Y claro, como en este país, uno de los mejores en gastronomía del mundo, todavía no hemos superado la catetez de confundir famoso con bueno, el restaurante ha funcionado de tal manera que es difícil encontrar reserva.
Pero el lugar en cuestión deja mucho que desear y les voy a contar por qué.
  
 Estuve el sábado por la noche, mal día de la semana en cuanto a afluencia de público porque estaba a rebosar. Lo primero que me sorprendió es que, según entras, estás en el bar de copas, literalmente. Y claro, la música está alta y la luz es tenue, muy bien para tomar una copa pero no para cenar porque te desgañitas y además, casi no ves el pan. A continuación y sin que nada lo separe más que la barra y la pared de ésta en los metros que ocupa, está el restaurante que, mire usted por dónde, no se puede fumar.

Muy bien, cada propietario es muy libre de decidir si deja o no que la gente, qué horror, practique ese vicio tan horrible. Pero claro, si la separación entre la zona de fumadores y la de no fumadores es...inexistente, aquí algo falla. Ni extracción de humos independiente ni nada de nada. Por supuesto está el aire, que transporta fácilmente el humo del otro lado de la barra. Conclusión: soberana chorrada la de no dejar fumar. Así se lo hicimos ver al responsable y nos explicó que no permitían el tabaco porque la cocina, a la vista de todo el mundo (se ve que ahora es lo más in), se contaminaba (sic.) del humo del restaurante. El cabreo estaba ya servido en la mesa, y, por cierto, eso fue lo único que nos sirvieron durante los primeros veinte minutos que estuvimos sentados. Las camareras, que harían las delicias en la pasarela Cibeles, todas ellas muy monas, pero, como siempre que sucede en estos casos, muy torpes eran más lentas que el caballo del malo. No oían nada, aunque a tenor de cómo estaba la música de alta, parecía lo más lógico. Se dieron cuenta de nuestro cabreo, cada vez más creciente  y su actitud fue cada vez, peor.

Por favor, ¿alguien sabe dónde trabajan esos camareros profesionales de toda la vida de Madrid que nunca interrumpían y siempre estaban pendientes de que nada faltara en la mesa?
  
 La comida, la verdad, no está mal del todo, el lomo de buey, la carrillera de ternera y las croquetas de gambas, deliciosas. La bodega, escasa y los postres, bien. Pero cuando uno se sienta a la mesa con amigos quiere disfrutar la velada y con las coordenadas de arriba difícilmente se puede y ya todo le paree caro a uno.
 
 Hacia los postres nos dimos cuenta de que al fondo estaba sentado David Beckham, en otra mesa el hermano de Ana García Obregón y en otra Carlos Sáinz. Entonces entendí todo: Está de moda el restaurante y mientras siga así, se esforzarán poco por mejorar.
  
Conseguimos hablar con el súper jefe y nos invitó a todos a una copa, pero ni con esas. Yo, desde luego, tengo muy claro que no vuelvo. Que contraten a camareros como Dios manda, que bajen la música y que, o arreglen el local o dejen fumar.