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Sociedad y violencia

Sociedad y violencia

lunes 26 de febrero de 2007, 06:11h

En los viejos tratados de sociología, se señalaba la correlación existente y aún vigente entre delito y nivel socioeconómico.  Evitando  en la prognosis, una asociación determinista entre pobreza y conducta desviada. De todas maneras cuando las necesidades básicas de un individuo o grupo social no son cumplidas, el sujeto queda acorralado, y con mayor o menor posibilidad de salida.

Desde hace unos años las urbes del mundo, sobre todo con algún grado de desarrollo, mostraron que la fuerte urbanización, la constitución de grandes conglomerados, generaban nuevas necesidades que someten al hombre a dar cumplimiento urgente a lo inalcanzable. La tensión que provoca la necesidad, por una parte, y una competencia feroz por la otra, determinaban el camino de la conducta desviada para aliviar las diferencias.

El delito en su evolución funciona como un espejo de la sociedad en que anida. A mayor tecnología en la vida cotidiana, mayor utilización de instrumentos sofisticados por parte del delito.

 A mayor pobreza y exclusión, caso argentino de la última década, algunos delitos como el robo, dejan de focalizarse exclusivamente en la versión clasista del mismo. Las víctimas también son pobres. Hoy, en día se habla con mucha hipocresía, de la incidencia del consumo de drogas en las acciones. Como podría ser de otra manera, si hay un aumento exponencial del consumo de drogas en la vida cotidiana.

 Si muchísimas personas que no registran actividad delictiva consumen, como podría suponerse que este nuevo hábito no llegara al delito, por la “ayuda” que esto les provoca para desempeñar su oficio. Esta hipocresía llega al colmo que haya naciones muy desarrolladas que intentan condicionar a países productores, cuando son los principales consumidores.

 Pero, es importante señalar que lo que ha cambiado es la modalidad del delito, afectando su causalidad social, y estimulando una mirada interdisciplinaria. El dogma jurídico se ha vuelto más y más escaso frente a la complejidad psicosociológica del problema, y a la incertidumbre del peso relativo de los factores. Ante eso, habría que apelar al apotegma socrático: cuanto más sabemos, más sabemos que no sabemos. Esto posibilitaría no recurrir frecuentemente a explicaciones simplificadas, de una sociedad cada vez más mediática. Hay muchos pensadores repentinos y poco pensamiento crítico.

   El delito ahora expresa más que una lucha por la apropiación de un objeto, sea material o como en el caso de una violación; un cuerpo. Expresa otras manifestaciones de poder de los que no tienen poder legal. Y esta expresión hoy necesariamente recurre al uso de la violencia. Es mayor la incidencia del ataque lo que caracteriza la época actual. Y esto se produce en Londres,  París,  Barcelona,  Nueva York, San Pablo, Caracas o  Bs.As.

 Esta nueva modalidad creciente rompe con el equilibrio entre riesgo y beneficio. Matar por un par de zapatillas o una bicicleta, testimonia la inecuación entre la ventaja de la apropiación y el castigo que puede tener el autor en el caso de ser descubierto y detenido.

 Por ello esta falta de cálculo racional deja al descubierto una desvalorización sobre el otro y la ley, que expresan en sí una subcultura. Una suerte de rebelión violenta contra un orden; no política, ni transformadora, una rebelión que se agota entre víctima y victimario. Que en su proceso de entrada y salida se subjetiviza.  

 Si esto fuera negro o blanco, sería mucho más sencillo, pero existen objeciones sobre la perfección del orden político, social y cultural de occidente, que la hacen sospechosa de ser parte del problema y no la solución. 

 Este orden imperfecto, sería el que posibilita conciente o inconscientemente,la articulación y convivencia entre la ley y la no ley.  Un Estado debilitado, ineficaz, por incapacidad o por complicidad de los gobiernos. La política que cada vez puede resolver menos problemas, una cultura del éxito, una exhibición obscena de la riqueza y la entronización de modelos sociales que aportan una visión parecida al darwinismo social, pueden ser también factores importantes.

  Además está el cambio cultural que por superar al autoritarismo de generaciones anteriores, cae en la fragmentación social, en el más acendrado individualismo, y en la disolución de la norma. El orden legal no puede sostener la ley.  Hay una crisis de autoridad en la escuela, en la familia, en el trabajo; y en el orden público en general. Nuestros países, y las instituciones internacionales deberían darse un debate profundo sobre esta cuestión. Lo peor que podría ocurrir es que se naturalice el problema, y que el orden social, “mantenga” el orden ilegal como una manera de purificarse.

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