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Dilemas

Dilemas

lunes 26 de febrero de 2007, 06:06h

Una costumbre muy difundida entre nosotros, los argentinos, es la de enfrentarnos a falsos dilemas. Un ejemplo típico ha surgido en los últimos días con la discusión planteada en torno al modelo económico vigente, frente a las críticas surgidas de organismos y o funcionarios internacionales.

En efecto, el falso dilema esbozado parece ser: “dólar caro, alto crecimiento, bajo desempleo, alta inflación”, frente a “dólar barato, bajo crecimiento, alto desempleo, baja inflación”. Puesto en esos términos, resulta relativamente sencillo defender el modelo vigente y la introducción de todo la maraña de controles de precios, subsidios cruzados, impuestos a la exportación, y hasta el “manoseo” de los índices de precios para combatir el efecto no deseado” de la inflación. Si la opción es crecimiento versus estancamiento, pleno empleo, contra desempleo, y el costo entre uno y otro es una tasa de inflación mayor, todo , entonces, todo lo que se haga para mantener los beneficios y moderar el costo, aún cuando suene poco ortodoxo y presente serios problemas en el largo plazo, bienvenido será.

Pero claro, para defender esta política, resulta necesario sostener el falso dilema que la única forma de crecer y reducir el desempleo en la Argentina es manteniendo el dólar caro y la política monetaria y fiscal expansiva.

Algo similar ocurría en los tiempos de la convertibilidad. El dilema que se planteaba era mantener la convertibilidad, aún a costa de deflación de precios, alto desempleo y recesión, o devaluar, generando una crisis financiera, ruptura de contratos, fuertes transferencias de ingresos, default de la deuda pública y, al menos en el corto plazo, más desempleo y más recesión.

Pero así como entonces había alternativas diferentes, (algunas ensayadas cuando era demasiado tarde), también las hay ahora.

Primero, repasemos y precisemos el esquema actual.

La verdad es que la Argentina, como bien señala en el Cronista de ayer (21 de febrero) Jorge Vasconcelos (¡ufa, yo ya lo estaba escribiendo!), no tiene el dólar caro. De hecho, ya el tipo de cambio ajustado por la inflación “real”, se parece bastante al del 1 a 1. (Precisamente el fallo de la Corte se pudo “escribir” ahora, por esa razón). Muchos costos empresarios, en especial los laborales “blancos”, están ya, en dólares, igual o por encima del momento de la devaluación. Lo que sucede es que, comparado con el de la convertibilidad, lo que quedó barato es el dólar. En efecto , en los últimos años el dólar se ha devaluado fuertemente respecto de la mayoría de las monedas del mundo y como nosotros no hemos revaluado el peso en la misma proporción, entonces, la Argentina se presenta competitiva en dólares, en muchos rubros, cuando quien “compra” lo hace en otra moneda que no sea el dólar. Pero en dólares, hemos vuelto, aproximadamente, a la competitividad del 2001. Con tres salvedades importantes a tener en cuenta. En primer lugar, el efecto “volumen” del crecimiento. Obviamente, al producir y vender más, los costos fijos se distribuyen entre más unidades, lo que reduce el costo unitario. Por otro lado, algunos precios no se han actualizado en pesos al ritmo de la devaluación, los de la energía por ejemplo, lo que implica un subsidio a cierto tipo de producciones y consumos. Y, finalmente, los salarios públicos y las jubilaciones, en promedio, siguen todavía, siguen todavía por debajo del 2001, de manera que hacen falta recaudar menos dólares para solventar esos rubros del presupuesto.

Puesto de otra manera, en la Argentina más que un dólar caro, estamos aprovechando que todos los demás se han revaluado contra el dólar. Y eso también vale para el precio de los commodities medido en dólares. Si en algún momento de los próximos años esta relación entre el dólar y el resto de las monedas comienza a revertirse, como pasó hacia finales del siglo pasado, tendremos que devaluar más fuerte nuestra moneda para mantener la competitividad exclusivamente con el instrumento cambiario. Está claro que hoy no parece ser éste-la revaluación del dólar- el escenario más probable de los próximos años y en eso se basa casi todas las decisiones de inversión en la Argentina. Pero también es cierto que, pese a esta fuerte devaluación del peso contra el resto de las monedas, nuestras exportaciones apenas han mantenido su participación en el comercio internacional, lo cual no es poco, pero que tampoco es mucho.

Y esto me lleva a la cuestión de fondo.

Concentrar exclusivamente nuestra competitividad en la devaluación del dólar en el mercado internacional, ha llevado a una tasa de inflación que, más que duplica la media regional, y más que triplica la de los países más avanzados. Esto es así, porque la política monetaria de comprar dólares con emisión y colocar parcialmente deuda, para absorber esa emisión, termina en el neto, convalidando esta tasa de inflación. Para moderar el efecto no deseado de esta alta tasa de inflación, el gobierno ha recurrido, como ya explicara extensamente, a dos tipos de políticas. Una, la de “desacoplar” los precios internos de los productos más sensibles-energía y alimentos- de los internacionales, con esquemas cada vez más complejos: impuestos a la exportación, subsidios varios, prohibiciones, cupos, etc. La otra, la de frenar la “voracidad” empresaria con controles sobre la tasa de rentabilidad de los sectores más representados en la canasta de consumo de la población.

Pero, como expresara, existen alternativas a ganar competitividad exclusivamente con el tipo de cambio. En efecto, otra política fiscal, impositiva, de costos laborales y de gasto público, permitiría revaluar moderadamente el peso y reducir la tasa de inflación, sin afectar sustancialmente la competitividad exclusivamente con el tipo de cambio. En efecto, otra política fiscal, impositiva, de costos laborales y de gasto público, permitiría revaluar moderadamente el peso y reducir la tasa de inflación, sin afectar sustancialmente la competitividad, ni el crecimiento, ni el empleo y, lograría, además, liberar el sistema de precios para alentar la inversión privada y evitar los costos de largo plazo de la política actual.

Porque la política “antiinflacionario” de hoy, aún siendo exitosa, tiene altos costos encubiertos de mediano y largo plazo, dado que afecta la tasa de inversión y la producción. Me explico. Para todos aquellos que tienen “costos de oportunidad”, es decir que pueden invertir fuera de la Argentina Y recibir los precios plenos y una rentabilidad mayor, a menos que ya tengan costos hundidos en el país, resulta preferible invertir en el exterior, o destinar un porcentaje importante de sus utilidades locales a emprendimientos fuera del país, aún siendo competitivos. Otros “están castigando” el valor de los activos físicos argentinos, comprando más barato aquí, en comparación con lo que valen activos similares en otros países de la región. Otros, están dejando la elaboración de productos con menor rentabilidad relativa-por la intervención oficia- para pasar a producir rubros más rentables por ser menos “morenointensivos”.

Obviamente, que aquellos que solo pueden invertir localmente y tienen activos en el país, siguen invirtiendo, sacrificando tasas de ganancia que hubieran podido ser superiores en otro esquema. Pero lo cierto es que cada vez la necesidad de recurrir a los subsidio cruzados, los controles discrecionales, las  rebajas impositivas “por empresa”, los préstamos blandos, etc, será creciente. Y, además, con reducciones en la tasa de rentabilidad de las empresas, quedan menos fondos disponibles para reinvertir. Inclusive, no me extrañaría que se evaluara, dentro de las políticas de gobierno, la expropiación o estatización de empresas para reemplazar, con inversión pública “sin costos de oportunidad”, la inversión privada que no se hace y la menor producción en algunos sectores “estratégicos” o “políticamente convenientes”. El caso Sancor, por ejemplo, no es más que una estatización encubierta.

Sin embargo, pese a los reiterados intentos y experiencias internacionales y locales del pasado, no se han inventado buenos sustitutos al sistema de precios y todo experimento en contrario termina, tarde o temprano, mal.

Es por ello que el verdadero dilema a plantear no es “dólar caro o muerte”, sino “competitividad vía devaluación del peso y aprovechamos del dólar barato en el mundo”, o “competitividad vía cambios profundos en la política fiscal y regulatoria, para aprovechar, en serio, este momento extraordinario del mundo”.

El primer esquema, el que hoy está en marcha, lleva, necesariamente, a tener que aumentar las distorsiones, los controles, los subsidios, la discrecionalidad, la presión impositiva, la estatización, sabiendo que, aún en el éxito, no podrá durar para siempre, con todo lo que ello implica. El segundo camino, probablemente más costoso en el corto plazo, permitiría, en cambio, depender menos de la devaluación del dólar, atraer más ahorro externo hacia inversiones genuinas y garantizar una tasa de crecimiento mayor de largo plazo y una mejora de la prosperidad de los argentinos. Ese es el verdadero dilema que enfrenta el gobierno y la sociedad argentina. Y dado que el gobierno está para quedarse, al menos un nuevo mandato, sería bueno que, en lugar de enojarse e insultar, empezara a evaluar los dilemas reales. En cuanto a los líderes empresarios, que también están para quedarse, sería bueno asimismo que, en lugar de apoyar y respaldar “incondicionalmente” los falsos dilemas del gobierno, y acompañarlo en “la rueda cuadrada”, con la esperanza, con la esperanza “grondoniana” (por Julio, no Mariano) de que “todo pasa”. Sería bueno, digo, que las organizaciones empresarias asumieran el liderazgo social que hace falta y comenzaran a proponer alternativas concretas de política económica para ayudar, en serio, a resolver, los verdaderos dilemas que enfrenta el país.

Lo mismo digo de los políticos de la oposición.

¿Es mucho pedir? Sí, es demasiado. Pero bueno, quizás pidiendo mucho se consiga algo.

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