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A la caza de Bermejo

viernes 12 de diciembre de 2008, 13:42h

Tiene el ministro Fernández Bermejo, en la medida por la cual su departamento es el que se encarga de dotar a la Administración de Justicia, motivos suficientes como no ya para ser criticado, sino hasta zaherido por jueces y fiscales y, en especial, por los ciudadanos. Y por ahí deberían ir las perdigonadas. Mas, no… La derechona social, y con ella la política y los ecofundamentalistas trasmutados en extraños compañeros de cama, azuzados por los talibanes mediáticos, la ha tomado con las aficiones cinegéticas de Mariano Fernández Bermejo, ministro de Justicia y Abroncador Mayor del Reino. Como millones de españoles de todo pelaje social y status socioeconómico, el ministro es cazador, afición que le viene desde su infancia. En este aspecto, don Mariano el Broncas es un señor normalito. Y que sea por muchos años.

Viendo este tipo de reacciones, y siendo, a fecha de hoy, tanto la caza como la pesca actividades lícitas, sujetas al preceptivo control administrativo, pero al alcance de casi todos los bolsillos, a uno, con la vista puesta en la derecha y sin más ánimos que los de incordiar, le entran ganas de suscribir cé por bé las opiniones de Pedro Castro, alcalde de Getafe y presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias. Hay que ser muy tontos de la entrepierna y/o de las nalgas como para zurrarle a Fernández Bermejo por sus lícitas y hasta legítimas -conviene recordarlo- aficiones cinegéticas. La caza es un buen ejercicio y, contra lo que se pueda decir, una saludable práctica de la virtud de la paciencia, que es lo que requiere un rececho, por ejemplo del jabalí o del corzo, especies que no están, ni lo estarán en peligro de extinción. Es más, en el caso de los cochinos, de los cerdos salvajes, su proliferación en toda España (los jabalíes han encontrado en los vertederos unos cómodos comederos) conviene incluso controlar, vía venatoria, su inquietante número.

Claro que si, durante el período hábil, el ministro Fernández Bermejo se transforma en cazador durante el fin de semana, durante los días laborables es él la pieza a abatir. Le entra en el sueldo y, aparte, hace méritos más que sobrados para que la oposición procure cobrarse el trofeo. Y a eso van, claro.

[Estrambote venatorio: el columnista es, desde su infancia rural, cazador y pescador de río y mar, y no piensa pedir perdón por ello. A copia de años, ambas condiciones, le han conducido al conservacionismo inteligente de fauna y flora, como al resto de sus convecinos y colegas de la población gallega en la que reside. Al final uno mata o pesca aquello que se va a llevar a la sartén, la cazuela o el horno. Si en la jornada las capturas se hacen en dos horas, bien. Si se tarda más tiempo, pues que San Huberto, patrón de los cazadores, nos sea más propicio el próximo día. Y si se vuelve de vacío, paciencia y a mejorar las técnicas. Y siempre, al menos a este columnista, le queda el consuelo de la caza fotográfica, que es igual de gratificante]

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