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Revoluciones y revolucionarios

Revoluciones y revolucionarios

domingo 14 de diciembre de 2008, 14:32h

La palabra “revolución” ha resultado tener efectos mágicos. Ejerce una asombrosa fascinación sobre los hombres de nuestro tiempo, y “se ha convertido en sinónimo, sin adjetivos, de todo lo que es bueno y útil al género humano, desde los cambios políticos al último modelo de automóvil”. En los hechos, tanto la izquierda como la derecha se autocalifican revolucionarias. Lo repetía Lenin, y Mussolini instala su poder con el famoso documento titulado I Discorsi della Revoluzione, sin embargo, las cosas no son tan fáciles a la hora de analizarlas con cuidado. Veamos.

En la perspectiva de la izquierda marxista, una revolución se produce cuando se ha logrado una transformación radical en las relaciones de las dos clases fundamentales de la sociedad —la burguesía y el proletariado— a lo que se suma una negativa igualmente radical al desarrollo de cualquier segmento burgués, lo que hace impensable una alianza, por ejemplo, entre la “burguesía nativa” de nuevo cuño y nacida al amparo del capital comercial (legal e ilegal) y un régimen “revolucionario”.

La presencia o apelación a las “masas” en el ejercicio del poder, no constituyen un atributo por sí mismo revolucionario, de hecho, el siglo XX conoció de cerca los más portentosos movimientos de masas, no precisamente en el accionar de las izquierdas. Lenin lamentaba cuando reprochaba a sus militantes el hecho de que la revolución hubiera hecho carne sólo en “un pequeño grupo de personas en relación con la población”, las masas, por el contrario, dominaron el horizonte durante movimientos fascista y nazi consignados como la antítesis de la revolución. Las revoluciones deben, (teóricamente) trastocar el orden completo de la sociedad y la economía. Sucede, sin embargo, que cuando se desató la polémica sobre la naturaleza de la revolución, se notó que en la mayoría de los casos se trataba de “un cambio en la estructura de la élite y en la forma de gobierno sin ningún trastorno de la estructura social” (R. Aron), lo que dejaba fuera de discusión la noción leninista del término.

Por lo general, hoy, la idea que se tiene de una revolución supone un momento de gran convulsión social y enfrentamiento ideológico en el que se debaten fines y objetivos políticos y culturales destinados a eliminar del escenario histórico a las viejas clases dirigentes en nombre de un tiempo nuevo. Se trata de un espejismo apocalíptico que requiere cierta cantidad de sangre, un sentido desmedido de una “fidelidad en la mística nacional” y la figura del “jefe insustituible”, empero, las estructuras profundas de la economía y el mercado sólo se tocan en sus vértices epidérmicos (el chavismo venezolano vive del mercado capitalista del petróleo, por ejemplo); en realidad, el conjunto del tejido social y económico se mantiene y el núcleo social mantendrá una estabilidad cultural y valorativa resistente, en otras palabras, en las revoluciones modernas se afectan las estructuras de poder, las “élites” pero se mantiene casi intacta la base económica de la sociedad.

La mantención de una estructura económica basada en las leyes del capital y el mercado, la remoción de las élites tradicionales, la reafirmación del sentido nacional primigenio y el desprecio por los derechos individuales (a más de los Derechos Humanos) no permiten calificar procesos de intensa movilización social y crítica histórica como revoluciones, quizás se ajustan mejor al concepto de “Democracias Totalitarias”, acuñado por Talmon en 1967, y que, pasando por los populismos del siglo XX, dan cuenta, de manera más clara, de los modelos posibles en la actualidad.

* Sociólogo y catedrático

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