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Plomo duro... consecuencias impredecibles

Plomo duro... consecuencias impredecibles

lunes 29 de diciembre de 2008, 11:27h

No podemos llamarnos a engaño. Se veía venir que Israel iba a responder al lanzamiento de cohetes desde Gaza, aunque, no de manera tan contundente, tan demoledora, tan sangrienta con una operación militar llamada “plomo duro”. Un ojo por ojo y diente por diente desproporcionado y de consecuencias impredecibles. Hay que parar esta situación que lo único que puede deparar es más muerte, odio y destrucción; mayor inestabilidad internacional en medio de una gravísima crisis financiera y económica y alimento para las tesis más radicales de los fundamentalistas islámicos frente a los gobiernos moderados que afrontan una situación muy delicada. ¿Por qué ésta respuesta bestial por parte de Israel? Es la pregunta que primero se plantea pero sería un error no recordar que fue Hamás quien declaró finalizada la tregua de seis meses antes de que se cumpliera el plazo y que ha estado lanzando cohetes Kassam continuamente contra ciudades israelíes en respuesta al bloqueo económico que ha castigado al más del millón de habitantes de la que se ha considerado la mayor cárcel del mundo, a malvivir en la pobreza y la miseria. Pero la pescadilla se muerde la cola porque la protesta de Hamás por esta situación ha sido el lanzamiento continuo de cohetes Kassam. Por ejemplo, el pasado miércoles 24 de diciembre cayeron 70 cohetes que no causaron víctimas mortales pero sí atemorizaron a una población que tiene que ir a votar el 10 de febrero para elegir al nuevo gobierno y exige a sus dirigentes firmeza frente a la actitud desafiante de los islamistas de Hamás que controlan la franja de Gaza desde hace tres años al ganar las elecciones y de manera absoluta desde hace 18 meses tras derrotar militarmente a los moderados de Al Fatal, la facción del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, con sede en Cisjordania. Para comprender lo que pasa en esta zona es imprescindible conocer su historia, incluso el gran error británico en la división en dos estados con la Declaración Balfour de 1947.

En este caso, el triunfo electoral de los fundamentalistas de Hamás tiene su explicación en su política social con escuelas, atención sanitaria, pensiones para viudas o comedores públicos, que caló mucho más en los palestinos que sus acciones terroristas suicidas. La corrupción, ineficacia e indolencia de la Autoridad Nacional Palestina con Arafat al frente y después con Abbas contribuyeron decisivamente al ascenso electoral de Hamás que suplía las enormes necesidades de la población con dinero iraní y construyó un estado paralelo en Gaza. Lo que ocurre es que la historia tiene sus paradojas porque Israel apoyó en su día el nacimiento de Hamás para contrarrestar el poder de Arafat, pero el monstruo se le fue de las manos.

La decisión del gobierno israelí de acabar militarmente con Hamás es una prueba a sangre y fuego en plena campaña electoral israelí y un desafío para el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, al que se le considera un blando en el conflicto de Oriente Medio, pero sobre todo en un posible diálogo con el Irán nuclear del presidente Mahmud Ahmadineyad, quien afronta su propia campaña electoral y radicaliza su discurso frente a Israel y su liquidación del mapa. No hay duda, y los últimos ataques contra Gaza lo confirman, que si Israel ve amenazada su supervivencia por el proceso nuclear iraní no tardará ni un minuto en lanzar un ataque altamente destructivo contra las instalaciones correspondientes, que tiene preparado desde hace tiempo. Según todas las encuestas, la candidata del Kadima, el partido en el gobierno, Tzipi Livni, y el del Likud, en la oposición, Benjamín Netanyahu, están empatados. En sus ofertas electorales está acabar con Hamás, que no reconoce al estado de Israel y, con el apoyo de Irán y Siria, lucha por su desaparición. En un ambiente de indignación por el temor diario que supone la caída de cohetes Kassam, Livni tiene que demostrar desde el gobierno que actúa para acabar con esta amenaza. Un gobierno del primer ministro, Ehud Olmert, salpicado por casos de corrupción pero que no conoce de ideologías o intereses de partido cuando lo que está en juego es la seguridad de Israel. Es el ministro de Defensa, el general Ehud Barak, socialista, héroe militar y ex primer ministro quien dirige las operaciones y quien ha definido el calado de la situación “hay un tiempo para la calma y otro para el combate, ha llegado el momento del combate”. Barak también intenta evitar un descalabro total para su partido en las próximas elecciones y va a utilizar todos los recursos a su alcance para lograr una victoria clara y contundente y evitar la decepción de la guerra de Líbano contra Hezbollah en el verano de 2006. Los ataques aéreos pueden tener continuidad con una acción terrestre más devastadora todavía. En el mundo occidental hay división de opiniones, como siempre. Hay quien opina que una dura lección militar acabará con la amenaza de Hamás y sus acciones terroristas porque la penuria total le restará apoyo popular, y hay quien opina lo contrario, que una nueva matanza de palestinos provoca odio, indignación y es un caldo de cultivo para los islamistas. Lo que parece claro es que si el gobierno en funciones de Israel pretende acabar definitivamente con Hamás la guerra será larga y sangrienta y que responde, precisamente, a los intereses de los líderes más fanáticos en Gaza que han estado provocando la ira israelí con los cohetes porque la pobreza y la miseria del bloqueo desde hace tres años empezaba a hacer mella en la población, harta en su mayoría de las privaciones diarias y de las imposiciones ideológicas y sociales de los islamistas; y los dirigentes de Hamás ya se planteaban cómo justificar la suspensión de las nuevas elecciones donde los resultados no parecían que les fueran muy favorables.

Además, acabar con Hamás es enfrentarse con Irán y Siria y aparcar las negociaciones que la denostada administración Bush había lanzado en los últimos meses de su horrible gestión. Unas negociaciones que tenían claro que su viabilidad dependía de la recuperación democrática y pacífica del control de Gaza por parte de Al Fatah. Ahora, la sangre derramada contribuirá, en un primer momento, a enardecer los ánimos de los palestinos, sobre todo en Gaza, pero, también, en Cisjordania. El presidente de la Autoridad Nacional, Mahmud Abbas, ha sido valiente al condenar los ataques pero, a la vez y con más énfasis, responsabilizar de la tragedia a Hamás por sus provocaciones a Israel. La comunidad internacional, menos Estados Unidos, ha condenado públicamente el devastador ataque de Israel contra Gaza, aunque en privado muchos gobiernos animan a acabar con la pesadilla de los islamistas palestinos. El problema es que los fanáticos fundamentalistas aprovechan la situación para arengar a sus masas y fomentar el odio al occidental y, lo que es más preocupante y trascendente, alimentar a la oposición reprimida por los gobiernos árabes moderados. Los más temerosos de una posible transmisión de la furia contra quienes colaboran con Occidente son Egipto que sufre el terrorismo de los Hermanos Musulmanes (el número dos de Al Qaeda es el médico egipcio Ayman Al Zawahiri) con un presidente Mubarak en delicado estado de salud; Jordania con casi la mitad de su población palestina; Irak donde peligran los últimos avances de estabilidad; Afganistán donde el avance de los talibanes es temible; Pakistán y la India donde Al Qaeda intenta un enfrentamiento; o Arabia Saudí, cuna de la doble moral con alianza militar y petrolera con Occidente y con financiación millonaria de las madrasas o escuelas musulmanas en todo el mundo.

Israel ha comenzado una guerra contra Hamás de consecuencias imprevisibles para todo el mundo. Hamás ha llamado a la tercera intifada. Una vez más este conflicto va a desestabilizar a todo el mundo.

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