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Cadena perpetua

Cadena perpetua

martes 10 de febrero de 2009, 18:10h

Todos apelaron a formas enfermizas de nacionalismo, enfrentamiento de clases y razas

"Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción", afirmaba Bolívar en el Manifiesto de Angostura el 15 de febrero de 1819. Me niego a aceptar que nuestro pueblo lo sea y por lo tanto estoy seguro de que sólo una minoría -engañada, intimidada o comprada- aceptará la intención de Chávez de condenarnos a cadena perpetua "primero del 2013 al 2019 y después del 2019 al 2029, y del 2029 al 2039, y del 2039 al 2049&". Lo digo en el sentido más literal de la palabra, ya que este gobernante pretende encandenarnos perpetuamente.

No se puede concebir mayor irrespeto a la inteligencia de un pueblo que forzar a todos los medios de televisión y radio a encadenarse y transmitir los larguísimos mensajes de quien ostenta el poder, a veces varias veces al día. Creo que nunca gobernante alguno, en toda la historia de la humanidad, tuvo la osadía de transmitir una cadena de ocho horas continuas para hablar tantas sandeces, aderezadas con tanta demagogia. ¡Cuánta vanidad!

He procurado revisar las páginas de la historia en busca de precedentes. Los grandes demagogos siempre fueron proclives a la oratoria abundante y barata. Se caracterizaron por una ambición desmedida de poder y, los que fueron capaces de alcanzarlo, con el tiempo lo ejercieron de manera despiadada.

Todos recurrieron a la mentira con la misma cínica frialdad de quien carece de valores y procuraron adueñarse del rincón más primario del alma de la gente. Fueron capaces de tensar las fibras más íntimas del populacho, explotando sus temores recónditos y estimulando odios y envidias. Utilizando una retórica confusa, combinaron el populismo más grotesco con la exaltación de algunos los héroes tomados de la historia.

Fueron excelentes oradores capaces de enardecer las muchedumbres con una palabrería simplona y confusa, pero a la vez repleta de imaginería patriotera. En hábiles arengas promovieron rencores, divisiones y prejuicios, logrando hipnotizar a las masas y despertando una lealtad genuflexa hacia la figura del líder, quien se presentaba como el mesías que desde hace tanto tiempo el pueblo esperaba. Por esa vía lograron supeditar la voluntad de las turbas a los delirios del demagogo.

Generaron profundos resentimientos contra algunos sectores de la sociedad -por ejemplo los judíos- a quienes culpaban de todos los males. Se vendieron a sí mismos como la única alternativa frente a una democracia decadente y como la sola opción ante un supuesto caos.

Todos apelaron a formas enfermizas de nacionalismo, enfrentamiento de clases, odios de raza y xenofobia. Recurrieron a enemigos casi siempre imaginarios a quienes achacaron las culpas de sus propios fracasos.

Todos fueron soberbios y engreídos. Feroces arribistas, emplearon sin limitación alguna los recursos del Estado para desatar un apabullante culto a la personalidad y presentarse a sí mismos como semidioses. Todos estaban cortados con la misma tijera.

Invariablemente se atribuyeron el monopolio de las virtudes de la patria y, en consecuencia, quienes se oponían a ellos eran tildados de apátridas.

A veces llegaron al poder a través de la violencia, pero otras veces, después de intentarla y fracasar, recurrieron a los mecanismos que ofrecía la democracia, para luego destruir desde adentro mismo aquel sistema al que despreciaban y que no les permitía perpetuarse en el poder.

Apelaron a símbolos, gestos y actitudes teatrales, como la svástica, la hoz y el martillo, el saludo con el brazo extendido, el puño que golpea la mano abierta, las camisas pardas, negras o rojas y frases tales como "patria, socialismo o muerte". Crearon sus propias milicias para intimidar a la población.

Todos se rodearon de personajes viles que se enriquecieron y medraron a la sombra del poder.

Hombres como Hitler, Mussolini, Fidel Castro, Robert Mugabe -y tantos otros que registran las páginas de la historia- reunieron en general las características anteriores. Oprimieron a sus pueblos, arrastrándolos en muchos casos a la guerra e invariablemente a la miseria. Llenaron las cárceles de prisioneros políticos. Todos centralizaron las decisiones, destruyendo las instituciones y sometiendo los poderes públicos a la más abyecta subordinación. Todos dañaron profundamente a sus países.

Esa es la misma cadena perpetua a la que hoy nos quieren someter a los venezolanos. Si lo aceptamos, tendremos para siempre en el país a un Führer, un Duce o un Comandante. Lo que perderíamos sería la libertad.

josé[email protected]

 

 

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