El lío del Montepío

La que se ha montado. Lo que comenzó siendo un presunto caso de espionaje se ha mezclado con una posible trama de empresarios sin escrúpulos chanchulleando con políticos también sin escrúpulos, y ha derivado en una auténtica batalla campal entre partidos que tiene estupefacto al país y va camino de terminar con la poca credibilidad que aún le quedaba a este colectivo. Para colmo de miserias, un ministro y un juez deciden cazar juntos en medio del fregado, con lo cual se han ganado la medalla a la inoportunidad: nadie puede ser tan torpe de hacer algo así con intención; y hacerlo sin ella es de ser un escalón más abajo que tonto.

Sea como sea, PP y PSOE se han enzarzado como nunca hasta ahora, en una guerra de descalificaciones donde sobran gritos, malos modos y lanzamiento de cuchillos. La tinta salpica a todos, y les está haciendo –a ellos y al sistema que representan- más daño del que creen.

Y mientras esto pasa en los despachos del poder, al ciudadano de a pie sigue sin llegarle la camisa al cuello, inmerso en una de las etapas más duras y difíciles de las últimas décadas. Y en los periódicos se enseñan fotos que sonrojan, pero de vergüenza ajena: un ejemplo, la de los expedientes de Justicia acumulados, formando columnas, junto a dos lavabos en los aseos de algún juzgado.

Si en Hacienda nos controlan hasta el número de zapatos sólo con pulsar una tecla, ¿cómo puede funcionar –es un decir- la Justicia con técnicas y usos del siglo XIX? ¿La fibra óptica y los juzgados presentan alguna incompatibilidad tecnológica que no afecta al resto de oficinas? ¿Puede consentirse que uno de los pilares del estado democrático esté literalmente discapacitado? ¿Y, pese a ello, permitimos y hasta jaleamos que las noticias de apertura en todos los medios sean las peleas y cruces de acusaciones entre los políticos cuya obligación es, precisamente, arreglar estos entuertos? ¿Hasta cuándo, Catalina, abusarás de nuestra paciencia?