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Ahora, la moción de censura

lunes 19 de marzo de 2007, 07:28h

Todos, periodistas y lectores, recordamos la famosa centralita colapsada del maestro Ansón. Nunca tuve esa fortuna en mis tiempos de director de periódico o de revistas, pero también hay que reconocer que no cualquiera es Luis María Ansón, merecido académico, insuperable periodista y maestro de directores. Me ha venido a la memoria aquella inolvidable centralita porque, por vez primera, aunque sea en el ínfimo nivel de los mensajes de SMS al teléfono móvil, he tenido algo parecido a esa experiencia gratificante, al publicar en el periódico de una para mí muy querida provincia española un artículo animando a Mariano Rajoy a presentar ya una moción de censura, aunque sea numéricamente imposible que prospere en la actual composición del Congreso.

Se dan las razones para esa decisión. Es muy hipócrita decir que la oposición no apoya al Gobierno en la política contra el terrorismo. La verdad es que el Gobierno, que rompió unilateralmente el pacto contra el terrorismo, prefiere dialogar con ETA que con el primer partido de la oposición, y ello por el cicatero cálculo político de que la negociación con ETA le permitirá mantener el apoyo parlamentario de los nacionalismos radicales -los nacionalismos moderados ya saben a qué atenerse- y de otras minorías. Rodríguez Zapatero quiere que Batasuna concurra a las elecciones de mayo, y para ello les pide el “gesto” de condenar la violencia como método político. ¿Para seguir practicándola al día siguiente de las elecciones, como hizo ETA en pleno “alto el fuego permanente”? Los dirigentes de Batasuna y los comunicados de ETA dicen y repiten que el llamado “proceso de paz” está inexorablemente vinculado al derecho de Euskadi a la independencia y a la integración de Navarra en esa Euskadi soberana e independiente.

Al mismo tiempo, sigue el espectáculo judicial y no hay día que los ciudadanos no tengamos algún motivo de sorpresa o escándalo. ¿Podemos tener confianza en una justicia politizada? ¿Es que hay una justicia de izquierdas y otra de derechas, como pretende Rodríguez Zapatero, decidido a usar la mayoría parlamentaria para cambiar las leyes y legislar a medida de sus conveniencias políticas de cada momento? No sólo ha fracturado España y destruido tres décadas de convivencia civil, sino que lleva camino también de destruir la seguridad jurídica y por tanto la confianza de los ciudadanos en la justicia.

¿Y la economía? Claro que la economía va bien, mientras no se salga de las pautas iniciadas en 1994 y pueda seguir instalada en las pautas de los ocho años magníficos de gestión de Rodrigo Rato. ¿Pero sobrevivirá esta buena salud económica a la llamativa colusión de política y negocios puesta en marcha desde La Moncloa y que ha alcanzado, en el caso de Endesa, niveles de escándalo internacional, hasta el punto de confesar la canciller Merkel que no tiene confianza alguna en Rodríguez Zapatero? Eso sí, los empresarios han recibido el mensaje de La Moncloa. Ya saben lo que les espera si quieren ir por libre. Algunos se han apresurado a buscar el interlocutor ad hoc y sería injusto recriminárselo. ”Primun vivire, deinde filosofare”. En ese punto nos encontramos.

No hay diálogo entre el Gobierno y la oposición, y la evidencia de los hechos nos dice que esa incomunicación no nace de una voluntad de la oposición de echarse al monte, que es más efecto que causa, sino de la expresa voluntad de Rodríguez Zapatero de expulsar a la oposición de la mesa de diálogo. En esta etapa, generalizada la sensación de que el Gobierno miente a los ciudadanos en temas tan sensibles como ETA y el terrorismo islámico, el PP debe lanzar un discurso de diálogo, moderación, consenso, liberalismo económico y progresismo social, para dejar a diario en evidencia ante la ciudadanía quién no quiere consenso alguno.

Acusan desde el Gobierno a Rajoy de haber “cruzado todas las líneas rojas de la democracia”. ¿Por la manifestación de Madrid? Rajoy gritó “¡viva la libertad!”, que es bien legítimo, y “¡viva España!”, que de momento es constitucional. Ni siquiera se permitió el presidente del PP –que hubiera sido comprensible ante el mar de banderas constitucionales y al pie como estaba de la que, en la plaza de Colón, es símbolo del Estado y testigo de la historia- recordar, como hubiera podido, la frase con que un gran tribuno liberal advirtió que la bandera de España “no es una bandera que se alza, sino una bandera que se mantiene con toda su carga de gloria y de esperanza”. Estuvo, pues, sereno y comedido. ¿Qué líneas rojas de la democracia ha cruzado Rajoy? Si a la acusación, tan grave cuando está dirigida al líder del principal partido de la oposición, no sigue el argumento, quedará en amenaza.

Dicen que los colaboradores de Rajoy le han desaconsejado la moción de censura, porque no tiene posibilidades numéricas de ganarla. Es un error. Felipe González tampoco podía ganarla en su momento, pero muchos españoles moderados aún tenían miedo al PSOE –la memoria de Largo Caballero, el más ajustado precedente de Rodríguez Zapatero, no es cosa liviana– y otros dudaban de su capacidad para gobernar. González perdió la moción de censura, como de antemano lo sabía, pero le sirvió para trasmitir a esos españoles que no era un segundo Largo Caballero y que tenía capacidad y equipos para gobernar con eficacia un país moderno. Así le llegó la mayoría absoluta de 1982. La moción de censura –¡qué más da perderla a menos de un año de las elecciones generales!– es la gran oportunidad de Rajoy para convencer a los moderados de que su gobierno será de progreso, de modernización, de prosperidad económica, de libertades, diálogo y consenso, al tiempo que sabrá recuperar la dignidad del Estado dentro y fuera de nuestras fronteras. Así que no lo dude el líder del PP, le ha llegado la hora de cruzar su personal Rubicón.

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