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Confrontación o diálogo

lunes 26 de marzo de 2007, 07:48h

Dice el ex presidente Felipe González, en México, ante una convención bancaria, que España vive un debate político “prebélico”. Afirma el más poderoso empresario español de medios de comunicación, Jesús Polanco, en el singular escenario de una junta de accionistas, que el PP es un partido franquista que quiere de nuevo la guerra civil, con lo que expulsa de la democracia a casi diez millones de españoles que dan su voto al PP. Publica el más influyente periodista español, Pedro J. Ramírez, un artículo extenso y tremendo, “Advocatus diaboli”, en el que casi lo de menos es que el fiscal general del Estado aparezca comparado con el fiscal del Estado de Baviera que permitió el exhibicionismo de Hitler tras la intentona golpista de 1924, sino que Conde-Pumpido aparece como el verdadero poder en la sombra, el Lord Protectordel “zapaterismo”. Asegura el ex presidente José María Aznar que el Estado español corre, con Rodríguez Zapatero, peligro cierto de fractura: “España se rompe”. Para darle la razón, ofrece Esquerra Republicana la presidencia de Catalunya a Artur Más si el líder de CiU se compromete a convocar un referéndum soberanista. Proclama Batasuna urbi et orbe que Rodríguez Zapatero debe cumplir de una vez los compromisos firmados con ETA Plantea formalmente José Blanco la campaña del PSOE para las elecciones municipales y autonómicas como “una guerra a nivel general”. Contesta Mariano Rajoy que “Rodríguez Zapatero gobierna contra la ley”.

Hay que decirlo claro: así no se puede seguir. Ya no se trata de lo que sea más o menos verdad, o más o menos mentira. Es que las palabras son el origen de todo. “En el principio fue el verbo”. En bares y lugares públicos, como no sucedía en tanto tiempo como uno recuerda, las gentes se increpan e insultan por los periódicos que llevan y presuntamente leen. Un respetable anciano arrea un bastonazo a otro anciano, llamándole “rojo”. A la entrada de Telemadrid, unos trabajadores en huelga gritan “fascista” a un visitante bien trajeado que no les sonríe. En este país de sangre caliente, sólo refrescada por la transición, de la palabra se pasa con facilidad al bastonazo y el puño. “Verdades como puños”, se dice. Recupera actualidad el lamento del poeta: “No fue por estas tierras el bíblico jardín, son tierras para el águila, un trozo de planeta por el que cruza errante la sombra de Caín”.

La situación es mala, pésima. Por más que Rodríguez Zapatero lo niegue, seguirá siendo verdad que la reconciliación nacional y la transición política fueron lo mejor que ha sucedido a este país en siglos. El presidente del Gobierno debiera recapacitar que quien siembra vientos acaba por recoger tempestades. Los españoles vivíamos contentos, prósperos y reconciliados. En 1976 fui personalmente testigo de los abrazos con que españoles muy de derechas sellaron la reconciliación, por ejemplo, con Santiago Carrillo, y desde luego con los dirigentes socialistas del hoy añorado PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. ¿Por qué esta especie de noche de los muertos vivientes en la que Rodríguez Zapatero aparece empeñado? No quiere la guerra civil quien reclama que se mantenga la unidad del Estado y que se derrote a ETA. Invoca los fantasmas de la guerra civil quien se empeña en negar el diálogo y expulsar del consenso democrático a un partido que representa la opción electoral del 40 por ciento de los ciudadanos.

Dice Jesús Polanco que España se merece una derecha moderna, al modelo europeo. No me es posible estar más de acuerdo. España se merece una derecha comprometida radicalmente con las libertades y con las reglas del juego, progresista en lo social, liberal en lo económico, abierta al diálogo y los consensos con las izquierdas y con los nacionalismos moderados. Pero también se merece una izquierda civil, moderada, comprometida igualmente con las libertades, no intervencionista en lo económico, abierta al diálogo y los consensos con la derecha. La derecha así descrita fue la UCD y podría ahora encauzarla el PP si ese partido no sufriera a diario la difamación, el aislamiento y el acoso desde La Moncloa. La izquierda así descrita fue el PSOE de la larga etapa de Felipe González, no ciertamente este raro PSOE de Rodríguez Zapatero, empeñado en reescribir la historia y en enfrentar media España contra la otra media.

Cuando la mente poderosa de Mijail Gorbachov puso en marcha la perestroika para salir del callejón sin salida del experimento soviético, descubrió que el motor más poderoso e imprescindible de la democracia es la transparencia, la gladsnot, lo que tiene mucho que ver con la condición vertebral de la democracia que corresponde, por encima de cualquier otra institución, a la Prensa libre. No es que la democracia ampare la libertad de expresión, es que la libertad de expresión es el corazón y el motor de la democracia. Lo terrible del antes citado artículo de Pedro J. Ramírez no es lo que dice, sino lo que transparenta sobre lo que cada vez más ciudadanos empiezan a percibir o sospechar, con lógico y consecuente pavor, de ese extraño reino de las sombras que cada día más parece el “zapaterismo”.

Así estamos, nadie lo hubiera pensado sólo unos pocos años atrás. Los españoles moderados, liberales y centristas no quieren, de ninguna manera, que una de las dos Españas vuelva a helarles el corazón. No quieren una oposición en la calle, pero tampoco quieren un Gobierno que negocie en secreto con los terroristas y que cotice el poder del Estado en acciones liberadas. Seguro que también quieren dar solución al modelo territorial de un Estado ciertamente plural, pero un solo Estado, en el marco de la Unión Europea. Quieren que eso se negocie políticamente, democráticamente, con transparencia, con quienes tienen legitimidad democrática para negociar, no con Otegui, ni con De Juana Chaos, ni con Josu Ternera, ni con nadie de esa banda que tiene en su haber casi un millar de muertos y centenares de empresarios y profesionales extorsionados o huidos de Euskadi.

Una fría mañana de Berlín, en 1983, el entonces joven presidente Felipe González se asomó desde la terraza del Reichstag al pavoroso espectáculo de hormigón y alambradas del “muro de la vergüenza”. Yo estaba muy cerca, junto a su entonces secretario general, Julio Feo. Pude ver su desolación, su desánimo, su reflexión ante aquel terrible monumento al fracaso histórico del llamado “socialismo real”. Se volvió hacia el grupo de periodistas y nos dijo:“Esto se vendrá abajo con el diálogo”. Las palabras, ahora usadas para agredir, tienen una inmensa capacidad de destrucción. Pero esa misma potencia puede usarse para construir, si en lugar de agresión buscasen diálogo y por tanto, encuentro.

A quien ha levantado el muro le corresponde derruirlo. Es una verdad que no necesita demostración que el muro de incomprensión y confrontación que ahora divide a los españoles ha sido levantado por Rodríguez Zapatero y por tanto a él corresponde el primer paso para volver al diálogo y al encuentro de las fuerzas políticas democráticas. Debo expresar mi pesimista convicción de que no lo hará, porque no lo desea, porque está convencido de que la confrontación le beneficia y fortalece. Pero siempre conviene mantener la esperanza.

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