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¿Pyongyang se queda sola?

¿Pyongyang se queda sola?

martes 26 de mayo de 2009, 20:59h

En ‘S-21, la Machine de Mort Khmer Rouge’, un estremecedor relato de los horrores acontecidos en la Kampuchea de Saloth Sar, el artista camboyano Vann Nath cuenta con detalle sus experiencias como preso político en el campo-prisión de Tuol Sleng. Nath tuvo suerte. Él mismo lo dice. Saloth Sar, más conocido como Pol-Pot, del francés ‘politique potentielle’, se encaprichó de su pintura. Nath sabía, no obstante, que su vida dependía únicamente del estado de humor de un hombre inmaduro y cruel. Muchos pintores antes que él habían retratado al líder Khmer durante semanas o meses. Por desgracia, Pol-Pot se aburría rápidamente del trabajo de los artistas. Entonces mandaba ejecutarlos.


Lo ocurrido en la Camboya Khmer nos sirve entender mejor lo que está pasando en la actualidad en Corea del Norte. En ambos casos, un único grupo político, encabezado por un hombre que establece un culto absoluto a su persona, captura el poder y se sirve de un aparato represivo brutal y de una ideología hecha a la medida de sus intereses para perpetuar su dominación. Tanto en el caso de la Camboya de Pol-Pot como en el de la Corea del Norte de Kim Il-Sung y Kim Jong-Il, se aprecia una firme voluntad de transformar la realidad, de moldear la arcilla de los hombres viejos en el hierro de los hombres nuevos. El proceso para el cambio es sencillo, los planos están escritos, ahora sólo queda adaptar la realidad al proyecto. Cueste lo que cueste.


Ese proyecto de ingeniería social se inspiraba en Camboya en los regímenes de Stalin y de Mao. En Corea del Norte, los planos del ‘hombre nuevo’ son más refinados y responden al nombre de Juche. Juche es la ideología oficial de Pyongyang. Sus postulados son el aislamiento político, la autarquía económica y la desconfianza hacia lo extraño, es decir, hacia lo no norcoreano y no comunista. El líder absoluto de Corea del Norte es Kim Jong-Il, cuya palabra constituye la ley y cuya política se dirige a crear un nuevo tipo de individuo siguiendo el credo marxista-leninista. Huelga decir que en este planteamiento lo que queda de Karl Marx es muy poco.


Resulta difícil para una sociedad internacional mayoritariamente democrático-liberal, al menos de iure, relacionarse con normalidad con un régimen como el de Pyongyang. Kim Jong-Il – quién sabe cuánto por estrategia política y cuánto por sincera paranoia – aplica de manera férrea pero travestida el credo realista a las relaciones internacionales. Para él, el mundo es una anarquía absoluta que sigue el modelo que Thomas Hobbes describe en ‘Leviatán’, con los príncipes de cada Estado en las fronteras apuntándose los unos a los otros con sus armas. En ese ‘estado de naturaleza’ Corea del Norte entiende que el mundo occidental está contra ella y que, ante el dilema de seguridad acerca de las intenciones que los otros Estados pueden albergar contra Pyongyang, su única salida para asegurar su supervivencia es hacerse con armamento nuclear y disuadir a potenciales o declarados enemigos.


La prueba atómica, con una potencia comparable a la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y el despliegue de cohetes de corto alcance que llevó a cabo el régimen de Kim Jong-Il esta semana son sólo un paso más en esa carrera hacia la disuasión nuclear. Sin embargo, es un paso significativo que ha alarmado hasta a los Estados más próximos a Corea del Norte. Así, Rusia y China han condenado inequívocamente el ensayo, uniéndose a Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Corea del Sur en la línea dura contra Pyongyang.


¿Pero hasta qué punto esto supone un verdadero cambio de rumbo? Lo cierto es que no deberíamos esperar virajes drásticos. En la esfera internacional las transformaciones suelen ser graduales, no inmediatas. Pero se dan. Desde 1945, por ejemplo, el mundo ha cambiado mucho. La confrontación bipolar terminó. Al tiempo, en la actualidad existe un importante entramado normativo e institucional – el régimen internacional de no proliferación nuclear forma parte de él – así como un mayor consenso internacional acerca de cómo debe ser un Estado. La soberanía, que en el pasado sirvió a los Estados para justificar atrocidades cometidas dentro de sus fronteras contra su propia población, se mueve paulatinamente hacia la condicionalidad de la responsabilidad.


En sus interacciones, los Estados construyen el mundo en el que se mueven. Corea del Norte ha quedado anclada en un pasado en el que sólo es capaz de ver enemigos. Su buscado aislacionismo es una pésima estrategia tanto para su pueblo como para la sociedad internacional. No así para su élite política, que, como Mao Zedong en su recinto de Zhongnanhai, vive entre el lujo y la extravagancia mientras su pueblo muere de hambre y es aplastado por el aparato del partido de los trabajadores.

Hacia tal fundamentalismo ideológico es difícil tender puentes y establecer identidades comunes que permitan rebajar la tensión. Cuando el mundo se entiende en términos antagónicos de nosotros y los otros y se incide en lo que separa y no en lo que une se recupera la dialéctica schmittiana de amigo-enemigo. Ese es un camino peligroso. Ayuda sin embargo a rebajar la tensión la nueva línea adoptada por Barack Obama, notable hasta el momento en su gestión en la Casa Blanca. Pasar del discurso del ‘eje del mal’ al de tratar con los enemigos y tender la mano es sabio. También lo es proponer que Estados Unidos lidere el esfuerzo de desarme nuclear y acabar con la tradicional hipocresía de Washington en esta cuestión.
Con todo, la comunidad internacional debe ponerse de acuerdo para tomar medidas contra el régimen de Kim Jong-Il. La actual Corea del Norte, secuestrada por una ideología fundamentalista de confrontación, supone un peligro, regional y global, pero también para su propio pueblo.

 Además, desgraciadamente las sanciones que se acuerden en la esfera internacional acabará sufriéndolas el pueblo norcoreano. Ha llegado el momento de que China y Rusia asuman su responsabilidad y presionen políticamente a Pyongyang. Ante amenazas creíbles de aquellos que le han protegido en el pasado, puede que Kim Jong-Il se muestre más receptivo.

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