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Pobre chico rico

Pobre chico rico

viernes 26 de junio de 2009, 08:54h
Marcado por la tragedia, por sus propias obsesiones, sin haber podido, en más de tres décadas, asimilar su propio éxito, carente de muchos valores morales, un genio en el sentido estricto –y patético—de la palabra, Michael Jackson no superó el medio siglo de vida. Preparaba su retorno a los escenarios, pero era ya un juguete roto, una caricatura. Se lamentaba Oscar Wilde de que había “puesto genio en mi vida, pero solo talento en mi obra”. Jackson puso genio en su obra y ni una gota de talento en su vida.

Dicen que los mejores mueren jóvenes. Que la genialidad –desde Mozart hasta Alejandro Magno—se paga cara, en tiempo de vida. Jackson llevaba muriéndose desde que se negó a sí mismo: lo ocurrido ayer es apenas un certificado. Quizá triunfó demasiado pronto, acaso arrasó en un mundo, el de la música, terrible y cruel para sus propios divos, mimados pero inaccesibles. Felipe González dijo en una ocasión que “también se puede morir de éxito”. No es del todo cierto: siempre se muere de éxito, porque del fracaso se aprende.

Habría que preguntarse si ese éxito compensa la ruina de una vida, que es, al fin, mucho más importante que setecientos millones de discos. Jackson, inmerso en la hipocondría, en sus propias manías y excesos, ni siquiera llegó a planteárselo: él iba en busca de la felicidad por el camino más equivocado.

No nos parece un ejemplo vital a seguir el de ese pobre niño rico cuyo triunfo le permitió ser mimado incluso donde otros hubieran acabado en prisión durante muchos años. Nos quedan, eso sí, sus canciones y nos deja también su leyenda de maldito.
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