No pocas personas habían anticipado que, en la cumbre de la Alba, el Gobierno de Hugo Chávez haría una proclama respaldando al régimen de los ayatolás y al presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, aunque en sus propio país está siendo cuestionado tras unas elecciones puestas en entredicho.
El alineamiento de Chávez, al que se han unido el Ecuador y todos los socios de la Alternativa Bolivariana, suena a intromisión en asuntos de otro Estado, ya que en su afán de apoyar al cuestionado Ahmadinejad -aquel personaje que niega el holocausto judío y pide el exterminio del Estado de Israel- apoya la "revolución islámica" y rechaza la supuesta campaña de desprestigio contra "el hermano país".
El documento firmado también por el presidente Correa en Venezuela avala la posición del Gobierno iraní, aunque este tenga cada vez más críticas dentro de su propio territorio y, de alguna manera, convalida asimismo las críticas de Ahmadinejad, que acusa de supuesta injerencia a la Casa Blanca y al Gobierno de Londres.
Un país como el Ecuador no puede tomar posiciones tan radicales cuando de por medio hay miles de personas en las calles rechazando el autoritarismo del régimen de los ayatolás, que en los últimos días ha logrado controlar las manifestaciones, amenazando y deteniendo a los jóvenes y mujeres que han salido a las calles de Teherán y otras ciudades venciendo el miedo. En repetidas ocasiones, el presidente Correa ha criticado que sus antecesores se hayan alineado de manera inconsulta con Gobiernos como los de los EEUU y otras potencias. Pero ahora, él repite esa misma historia: alinearse con regímenes cuestionados, como el de Irán.
Si para reprochar lo hecho en pasado se suele aludir a la libre determinación de los pueblos y al principio de no intervención, esos mismos preceptos deberían hoy aplicarse cuando se trata de acercarse a gobernantes cuestionados, como el de Irán.
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