La Guardia Civil, en alza

Los guardias civiles, gente como los demás, aman, padecen, ríen, lloran. Ver en las portadas de los periódicos a un guardia civil llorando sin disimulo al contemplar los féretros de sus dos compañeros asesinados nos acerca, me parece, al perfil humano de un Cuerpo que se ha ganado el aprecio de los españoles. Las encuestas de popularidad institucional muestran que la Benemérita ha sido el gran descubrimiento de la democracia. Ha sido, en parte, uno más de los logros de ETA: los ciudadanos se identifican cada vez más con sus Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, que son los que combaten en primera línea a esta pesadilla que dura medio siglo.
 
    En estos cincuenta años, aniversario de los horrores, la banda no ha avanzado un milímetro en sus demenciales presupuestos políticos (¿es acaso posible esa Euskal Herría que pretenden, independizada de España y de Francia? ¿Es pensable el regreso a una sociedad pastoril, sin industrias y sin  transportes modernos?). ETA ha enviado, eso sí, a muchos de sus jóvenes militantes a malgastar en la cárcel los mejores años de su vida. Y, por supuesto, ha provocado mucho sufrimiento inútil, un río de sangre de ochocientos veintiséis muertos y de miles de heridos, lesionados para siempre. Han logrado que, cada vez más, percibamos a las víctimas como nuestros héroes. Y que el apoyo social, para mí siempre incomprensible, que reciben, sea cada vez menor; hace falta ser muy malnacido para acceder a bañarse en ese río de sangre, aunque no se hayan provocado directamente las heridas.
 
    Sí, utilizo términos duros porque me da la impresión de que es esa la fase en la que entramos: la de la guerra absoluta. Y pienso que la banda lo tiene cada vez peor, entre otras cosas porque en el Gobierno vasco están otros diferentes, mucho más resueltos a cortar la menor complicidad, incluso intelectual, con la banda. Y porque en el Gobierno central se ha visto claro –ojalá no me equivoque—que la unidad con la oposición es esencial para combatir el terrorismo. Y porque las fisuras judiciales respecto a los grados de tolerancia hacia el entorno etarra apenas existen ya. Y también porque los medios de comunicación han decidido no abandonarse en disquisiciones sobre cómo es más conveniente combatir a los verdugos. 
 
El eslogan es ‘a por ellos’
 
   Ahora, el eslogan es ‘a por ellos’; mañana, en función de cómo vayan las cosas, ya se contemplarán las estrategias que se consideren –insisto: confiemos en que todos unidos—necesarias para que ETA, ese monstruo espantoso con medio siglo de vida, sea apenas un mal recuerdo. Y parecerá quizá erróneo decirlo a estas alturas, pero estoy convencido de que el fin de ETA, al fin y al cabo una cuadrilla de asesinos sin civilizar, incultos y lumpenizados, ha de llegar pronto. Aunque no renuncien a hacernos sufrir aún un trecho.
 
   El caso es que algo sí han logrado los verdugos: acaparar titulares en una semana políticamente muy comprometida, tanto para el Gobierno como, especialmente, para la oposición. Zapatero, por respeto al luto causado por el asesinato de los dos guardias civiles en Mallorca, que seguía a un intento de masacre en Burgos, suspendió su prevista rueda de prensa de fin de curso. Y se fue con Rajoy a la capilla ardiente. El presidente del PP también suspendió una comparecencia, la primera desde la dimisión de Luis Bárcenas como tesorero del partido a raíz del pringoso ‘caso Gürtel’. Puede que la loca ‘ofensiva de aniversario’ de ETA, que a muchos les ha amargado el comienzo de las vacaciones, haya servido para iniciar un proceso de aproximación entre el jefe del Gobierno y el líder de la oposición, ante un otoño que va a ser, desde muchos frentes, caliente. Sería, desde luego, una buena noticia, quizá la única en muchos meses.

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