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Talavante se proclama el Rey

Talavante se proclama el Rey

lunes 09 de abril de 2007, 09:04h
FICHA: Toros de PUERTO DE SAN LORENZO Y VENTANA DEL PUERTO. Bien presentados en general, mansotes y encastados aunque flojos, con cuarto inválido. EL JULI: silencio; palmas. MANZANARES: silencio; saludos tras aviso. ALEJANDRO TALAVANTE: saludos tras dos avisos; dos orejas. Plaza de Las Ventas. 8 de abril. Casi lleno.
Golpe de estado en la religión laica de la fiesta, que desde este domingo tiene un nuevo sumo sacerdote. Tal y como venía apuntando incluso en la cátedra venteña en el ciclo isidril de 2006, entonces como novillero, Alejandro Talavante, con un derroche de testosterona pero también de torero ‘der güeno’, se proclamó el nuevo rey. Un trono que posiblemente para los aficionados dabuten estuviera vacante, y que para el público en general y militares sin graduación ocupara El Juli. Mas el madrileño, teórico competidor este domingo del extremeño, fue vencido por éste, y no sólo en el balance estadístico de las dos orejas, sino por la sensación de pasmosa e hiriente vulgaridad que dejó él.
 
Porque las armas de Talavante son las eternas: la lucha de un hombre con una tela frente a dos astas furibundas, que en este caso del sexto toro lo eran. Un manso que huía despavorido de pencos, capotes y flámulas, y al que Talavante, que arrojó el naipe de la emotividad, sometió en terrenos del seis aprovechando su querencia a tablas. Además de emocionarnos con su valor, el nuevo rey fue capaz de cascabelear excelsos muletazos por ambos pitones y adornos finales bellísimos, antes de enterrar la espada con precisión. Faena grande, al margen de la justeza o justicia del premio, que en casos como éste ni se discute, sobre todo cuando lo que se pide es eso: coletudos de verdad de verdad de la buena.
 
Ya en el encastado primero, Talavante ofreció algo similar, aunque la falta de fuerzas del de Puerto de San Lorenzo, generalizada en sus hermanos, le impidió a su matador alcanzar su máximo nivel. El que sí puede que llegara al máximo nivel de vulgaridad fue El Juli. Mayormente con el segundo de la función, cuya casta y prontitud al cite sólo tuvo en respuesta multitud de pases, varios de ellos trapazos, en clara apuesta por la cantidad. Y con el otro, que se echó en banderillas y hubo que levantarlo por tracción peonil, tampoco El Juli hizo otra cosa que intentar algún que otro muletazo de similar catadura y matarlo para cerrar una tarde espesota que redondea otro fracaso en Madrid, una plaza que jamás ha conquistado en sus ya casi nueve años de alternativa. Por algo será.
 
Quizás más adelante lo logre Manzanares, que apuntó detalles excelsos de su empaque y clasicismo en el quinto de la tarde, sobre todo al natural, eso sí, en series desiguales porque faltaba el don esencial de la quietud y el mando (que se compre un vídeo de Talavante). El alicantino, también vulgarote y pesado frente al otro, todavía es una esperanza que quizás en alguna ocasión le dé por fajarse a tope y explotar de una vez. Como el nuevo sumo sacerdote, despachos aparte, cuyo aldabonazo va a resonar con fuerza ya en toda la cartelería ferial de esta temporada. Y más si Talavante es capaz de repetir –nadie lo duda- en sus próximos compromisos venteños. Que así sea, que falta le hace a la fiesta.
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