Rato

   Hay silencios que valen lo que mil palabras. Lo hemos podido comprobar en le transcurso de la breve estancia de Rodrigo Rato en Madrid. Pese a vivir en Washington, el otrora "número dos" de Aznar mantiene intacto su "glamour" político y genera a su alrededor una expectación que ya les gustaría a otros. Aún está en pie lo esencial del diseño de la política económica elaborado cuando fue vicepresidente del Gobierno -diseño que con buen criterio aprovechó la semilla que había plantado Pedro Solbes-. Por eso me sorprendió no ver a nadie del Gobierno socialista en el acto académico de quien, como director general del Fondo Monetario Internacional, es una autoridad reconocida mundialmente. España sigue siendo tierra de Caín. Aznar no le perdonó a Rato que criticara abiertamente la aventura vanidosa que se inició en la Azores y culminó en la tragedia de Irak y la nomenclatura socialista no puede soportar que Rato, pese a lo lejos que queda Washington, siga siendo uno de los políticos más valorados por los españoles. Hasta el punto de superar en popularidad a Mariano Rajoy, jefe de su partido.

   Si en lugar de asesores con mentalidad de funcionarios -atentos a  dar la razón al jefe-, Rodríguez Zapatero se hubiera rodeado de gente libre a la hora de pensar, le habrían dicho que la foto que habría hecho más mella en el imaginario popular habría sido una foto suya con Rato, el hombre que pudo reinar en el PP, pero que fue desheredado por un Aznar que al optar por el dócil, probablemente ha condenado a su partido a una larga travesía del desierto.

Claro que, pensándolo mejor, quizá era éso lo que quería para que quedara claro, que sólo él, José María Aznar López, era capaz de ganar elecciones por mayoría absoluta encabezando las listas de la derecha. Creo que a estas alturas de la película, semejantes pequeñeces, a Rato le resbalan. Aznar asistió al homenaje con un gesto que lo decía todo. Tengo para mí que, visto lo visto, hay Rato  político para rato. Al tiempo.