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Creer o no en las campañas de Tráfico

Creer o no en las campañas de Tráfico

domingo 15 de noviembre de 2009, 19:22h
Personalmente nunca he creído mucho en las campañas publicitarias que buscan concienciar de lo que sea. Más eficaz –aunque, sin duda más lento- se me antoja el fomento de actitudes y comportamientos desde las estructuras y métodos de enseñanza y formación convencionales. Por lo demás, nada que objetar a que se hagan tales campañas: de algo servirán, supongo. Aunque sería de desear que se inscriban en contextos generales coherentes que permitan a los destinatarios creer en lo que se nos cuenta porque observamos que no hay arbitrariedad o improvisación en el conjunto de las normas y recomendaciones.

La campaña en curso de la Dirección General de Tráfico sobre las distracciones al volante es buena en sí misma; como lo eran las anteriores, aún cuando a algunos personajes públicos se les ocurrieran críticas pretendidamente graciosas como aquella de Aznar de “…y quien te ha dicho a ti que necesito que conduzcas por mi”. En todo caso, puede que haya quien caiga en la cuenta de que, en efecto, son peligrosos los despistes de los que nos hablan los anuncios. De nada servirán a quienes hacen de la conducción temeraria afirmación de la personalidad o expresión del desprecio que, en general, siente por sus semejantes y acaso por sí mismos.

Claro, me temo que quienes conozcan los riesgos a través de las campañas, siendo evidentes, tienen una formación vial que hace aguas por todas partes y seguirán siendo un peligro al volante: quien no sabía que mirar un plano conduciendo es muy arriesgado, seguro que ignora como se circula correctamente en una rotonda. Y al que todo le da igual, pues eso, le seguirá dando igual.

Lo que resulta preocupante es que se sancione igualmente a quien habla por el móvil y a quien “manipula el móvil”,  porque ¿qué es manipular? ¿quién estima tal manipulación? Conozco a un sujeto que durante un tiempo ostentó deliberadamente un teléfono en su mano izquierda hasta que consiguió ser detectado por un coche camuflado de la Guardia Civil. Cuando el agente comprobó que se trataba de un teléfono móvil ¡de chocolate! Al tipo en cuestión estuvo a punto de costarle la gracieta el calabozo por desacato a la autoridad. Pero no le pudieron multar ni detraerle puntos.

Vivir es peligroso, como todos sabemos. Pero si las sanciones no corresponden a conductas probadas y objetivamente sancionables, la norma pierde el crédito de quien está dispuesto a admitirla ¿Cómo admitirá además consejos de quien, precisamente, ha de aplicar la norma con rigor?
Los cursos para recuperación de puntos, por ejemplo, son la ocasión de encontrarse ante un crisol de despropósitos a que dan lugar unas normas a priori razonables. Empezando porque no son sino un trámite económicamente oneroso y una pérdida de tiempo que no aporta conocimiento ni consciencia algunos. Y siguiendo porque tanto si los puntos se perdieron por ser cazado a 200 por hora, por darse a la fuga o por conducir borracho, como si ocurrió por hablar por el móvil (aunque fuera por asunto urgente) sobrepasar en 20 kilómetros/hora un límite de velocidad o no detenerse por completo en un stop y sobrepasarlo a 5 por hora sin tráfico en la vía. La diferencia entre un potencial delincuente sin puntos y un circunstancial infractor que a nadie ni nada puso en peligro y que a pesar de contar con un historial de años de prudente conducción también se quedó sin puntos, es que te cojan los guardias, no la bondad de la norma. ¿Cómo acogerá este conductor al que la mala suerte y no su inconsciencia le ha arrebatado con el carné tal vez su herramienta de trabajo las compañas de concienciación?
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